Morelianas 2: cine mexicano

Morelianas 2: cine mexicano

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Los largometrajes de ficción mexicanos que compiten en el Festival Internacional de Cine de Morelia, en el que sólo participan óperas primas o segundas películas, se inscriben en un paisaje similar al que no ha dejado de verse en el festival de Guadalajara desde hace algunos años. Abundan las propuestas “contemplativas”, en las que seguimos con una lentitud, a menudo pasmosa, a personajes más o menos miserables. Parece  que los jóvenes cineastas nacionales creen que la lentitud es una virtud en sí misma; es cierto que hay películas notables en las que el asunto abordado adquiere densidad, entre otras cosas, de la mano de la lentitud (y aquí en Morelia hemos podido constatarlo en la filmografía de uno de sus máximos exponentes: Béla Tarr), pero primero hay que tener un asunto, y mucho me temo que no es el caso de la mayoría de las ficciones que compiten por acá. Peor, la vacuidad de muchas de ellas se acentúa con la lentitud: uno tiene insufribles minutos para darse cuenta de ello. Entre las películas que proponen este ritmo y arrojan pobres resultados están: Los últimos cristeros (2011) de Matías Meyer, en la que un grupo de cinco cristeros (a los que los contamos una y otra y otra vez: parece que el espectador tiene la tarea de pasar lista en cada escena, lo que no está mal, pues esta actividad ayuda a mantenerse despierto) siguen en una “lucha” que es tan inútil como insustancial es la película (eso sí, uno termina de entender de qué murió la cristiada: de puro aburrimiento); ni qué decir de Malaventura (2011) de Michel Lipkes, en la que acompañamos a un anciano en su debacle: uno llega a la conclusión de que el título debió ser Pésimaventura.


Hay también un grupo de películas que proponen acercamientos intimistas a historias protagonizadas por mujeres, algunas de las cuales viven un proceso de duelo. Es el caso de Nos vemos, papá (2011) de Lucía Carreras, que sigue a una joven mujer (Cecilia Suárez, cuyo personaje, casi silente y casi inexpresivo, hace recordar al que interpretó en Párpados azules) que continúa el romance que tiene con su padre incluso después de la muerte de él; la cinta es una versión light, más rosa que sustanciosa, de Año bisiesto (2010), a cuyo guión Carreras contribuyó. En El sueño de Lú (2011) de Hari Sama una madre sufre la pérdida de su pequeño hijo; el drama aquí va un poquito más allá de lo patológico, y lo vivido por Lú alcanza a sacudir la indiferencia. Mi universo en minúsculas (2011) de Hatuey Viveros sigue a una chica catalana que busca a su padre en el D. F., una ciudad que al inicio exhibe la gris fealdad de su rostro de concreto (con un vuelo sobre manzanas y manzanas iguales), habitada por seres ensimismados y no menos grises; prometía, pero la búsqueda de la chamaca es un pretexto que no alcanza para dar calidez a los personajes con los que se relaciona. Al final queda claro que es una película minúscula.


            Al límite de la nulidad se mueve Fecha de caducidad (2011), el primer largometraje de la tapatía Kenya Márquez, quien congrega tres personajes cuyas vidas se cruzan de forma accidental luego de un hecho criminal. Es notorio el afán de hacer reír a partir de situaciones absurdas y personajes que, ex profeso, nos endilgan una serie de “chistes” más bien malos. Y si en la sala hubo espectadores que celebraron con sonoras carcajadas este humor facilón, es difícil que alguien encuentre un tema a las historias que se engarzan gratuitamente al estilo Tarantino. Es, en resumen, una película hueca. En los créditos de producción aparecen dos ayuntamientos (Guadalajara y Tlajomulco), el gobierno del estado de Jalisco y la Universidad de Guadalajara. Qué bueno que nuestras autoridades políticas y académicas apoyen el cine. Mejor si apoyaran algo mejor.


            Entre lo peorcito de la sección se ubica El lenguaje de los machetes (2011) de Kyzza Terrazas, en la que seguimos a un tipo atribulado que no atina a comprometerse ni con las causas sociales ni con su pareja, que añora un hijo. Al final el personaje resulta tan sangrón como indiferente: no hay forma de acercarse y menos identificarse con lo que le pasa, ni con los chorromil close ups que le prodigan ni con la cámara, que, en mano, registra su crisis y se mueve de forma mareadora como si fuera obligación.


            Parece inevitable, así, que El premio (2011) de Paula Markovitch se lleve el premio principal, como también sucedió en Guadalajara.


            La única ficción nacional que encendió los ánimos, a favor y en contra, fue Las razones del corazón (2011) de Arturo Ripstein, que se exhibió fuera de concurso y tenía como carta de presentación (y pretexto para la expectación) las desproporciones que su realizador dirigió al jurado y al Festival de San Sebastián, a los que descalificó de forma grosera. En su más reciente entrega, cuyo guión es para no variar de Paz Alicia Garciadiego (quien se inspiró en Madame Bovary de Gustave Flaubert), el cineasta regresa a sus excesos habituales, y, en blanco y negro y por medio de una serie de planos largos, da cuenta de la pasión que una mujer casada profesa a un músico que vive en el mismo edificio. Ripstein plantea un relato que mientras llega a límites tragicómicos de abyección aborda con agudeza la insatisfacción crónica en femenino. Los diálogos aportan una buena parte del encanto de la cinta, pero, también, de tan trabajados e inteligentes, distraen de la historia. Además, parlamentos y puesta en escena remiten al teatro, y ni el constante movimiento de la cámara puede aligerar esta sensación.



            Lo mejor que he visto, en lo que toca a las cintas nacionales, es el documental La maleta mexicana, coproducida con España y dirigida por la británica Trisha Ziff. El título (y el pretexto) lo aporta una maleta que se encontró en México y que contenía negativos de fotos que tomaron Robert Capa, David Seymour y Gerda Taro durante la guerra civil en España. A partir de este asunto, que parece de ficción, como dice alguno de los entrevistados en algún momento, la cineasta aborda el exilio y la memoria. Con todo y que la nota negativa, para mi gusto, es cortesía de Juan Villoro, que aporta frases “geniales” a diestra y siniestra que buscan condensar los temas tratados y a menudo son tan redundantes como pedantes, el resultado es afortunado, y mucho: la emotividad surge lo mismo de los testimonios recabados que de las fotos, que captan la crudeza de la guerra con maestría.


MAGIS, año LXI, No. 504, marzo-abril de 2025, es una publicación electrónica bimestral editada por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, A. C. (ITESO), Periférico Sur Manuel Gómez Morín 8585, Col. ITESO, Tlaquepaque, Jal., México, C.P. 45604, tel. + 52 (33) 3669-3486. Editor responsable: Humberto Orozco Barba. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2018-012310293000-203, ISSN: 2594-0872, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización de este número: Édgar Velasco, 1 de marzo de 2025.

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