Hecho en México: el musical… promocional
Hugo Hernández – Edición
Dirigido por un músico –Duncan Bridgeman– y producido por más de un magnate de la televisión –Emilio Azcárraga y Bernardo Gómez–, Hecho en México (2012) es un extenso reportaje –que no un documental– que a lo largo de cien minutos se extiende entre el folclore musical y el intelectual. Reúne una serie de temas tan elocuentes como edificantes que no presentan ilación ni progresión (y nomás no crecen), y va de la “Resistencia” a la “Nana Guadalupe”, pasando por “Me gusta mi medicina”, “¿Quién soy?” y “¿Quién lleva los pantalones?”, entre otros. La propuesta se borda alrededor de diversas manifestaciones musicales, con algunas pildoritas de sociología y etnografía… y otra cosita, ay arriba y arriba.
La música es lo más rescatable de Hecho en México, y queda claro que ahí sí hubo una labor de investigación. No sólo aparecen los consagrados del canal de las estrellas (del Potrillo Fernández a Lupe Esparza, de Gloria Trevi a Lila Downs, de Julieta Venegas a Chavela Vargas), sino una serie de músicos urbanos (Gull, Adanowsky) y rurales (Los Cojolites, Venado Azul) que se ubican en géneros diferentes y distantes y que se suman para conformar una especie de mosaico de la diversidad. Lo mejor está en la mezcla, en la sumatoria de voces e instrumentos que da por resultado una polifonía que alcanzaría incluso para pensar en la posibilidad de un país.
Menos afortunados resultan los testimonios que proveen lo mismo escritores (Homero Aridjis, Juan Villoro, Héctor Aguilar Camín, Ángeles Mastretta y la infaltable Secretaria de Cultura que no fue: Elena Poniatowska) que actores (Daniel Giménez Cacho y Diego Luna, el infaltable galán que sí fue). Entre hipérboles, ellos y ellas retoman los temas que definen la mexicanidad: vuelven –como canta Chavela Vargas– a las mismas cosas y aportan comentarios que lo mismo repasan de pasada la historia patria que la inseguridad ambiente; ventilan una serie de lugares comunes que iluminan –nomás poquito, eso sí– el carácter nacional, el sentido de la vida, las singularidades de ellos y ellas, la ruptura con el pasado, el abismo económico que nos separa; redefinen lo indígena y no pierden la oportunidad de aventurar un futuro.
Hecho en México es algo así como un largo promocional –de esos que corren por cuenta del erario público y tanto se ven en el canal de las estrellas– que se asoma por encimita a lo que ostensiblemente se presenta como un país. Es un videoclip con pequeñas pausas –para los intelectuales comentarios– que por momentos es más bien fastidioso. Porque si a la vista es agradable gracias a un registro que cabe en el preciosismo (detrás de las cámaras participaron los cinefotógrafos Alexis Zabe y Lorenzo Hagerman), termina por materializar una paradoja: mientras congrega un amplio repertorio de ritmos propone uno frenético, con abundantes planos en cámara rápida (no vaya a ser que el respetable se nos aburra y piense que su país es aburrido).
Emilio Indio Fernández inventó México en blanco y negro; el otro Emilio lo inventa a colores, día a día y en la televisión; del trabajo de Bridgeman infiero algo parecido: acaso involuntariamente su México también es una invención. Pero no hay que ser muy duros con él, porque tal vez –involuntariamente también– realiza un hallazgo valioso: lo mejor que le puede pasar a un país es inventarse… en un buen soundtrack.