Innovación y Capital de Riesgo
Ernesto Sánchez Proal – Edición
Son las once de la mañana en un día caluroso de Mayo. La cita es en el nuevo edificio dedicado al diseño electrónico de una de las empresas más grandes del mundo en la industria de microprocesadores y circuitos integrados digitales. Llegan los responsables del Departamento de Tecnologías de Información de una reconocida Universidad y el equipo directivo de una naciente compañía (“startup”) tecnológica enfocada en un nicho de alto crecimiento, impulsado por una de las mega tendencias más reconocidas a nivel global y con una estrategia de desarrollo basada en la Internet. Los espera el Director del sitio, uno de sus gerentes y dos de sus mejores ingenieros de diseño. Se discute el desarrollo de un nuevo producto, usando tecnología aún no disponible en el mercado mundial pero cuyas especificaciones pueden ser ya proporcionadas por la empresa de semiconductores. Se acuerdan las firmas de convenios de confidencialidad. El Startup define los bloques principales del producto que diseñará en conjunto con la Universidad; se discuten costos del desarrollo y calendarios. Se discute el tamaño del mercado y los volúmenes probables. ¿En dónde y cuándo se desarrolla esta escena? ¿San José, California, con Stanford, Intel y Palm, a finales de los 80? No. Es Guadalajara, en el 2009. Esta reunión se llevó a cabo en Mayo de este año.
Aunque es muy motivador el que ya comiencen a verse estos procesos en México, es por otro lado desalentador el que muy pocos inversionistas privados tomen el riesgo y apuesten por esta creación de valor, por lo que el capital de riesgo disponible para fondear a estos proyectos de nuevas empresas tecnológicas proviene casi exclusivamente de fondos públicos y está sujeto a presupuestos del gobierno, normalmente a nivel federal y canalizado a través de los estados. Es importante reconocer en este punto el importantísimo papel de los organismos públicos para apoyar con capital de riesgo a los nuevos proyectos de base tecnológica, cuyos programas han apoyado el lanzamiento de proyectos muy interesantes y sin los cuales muchas de las nuevas compañías de tecnología mexicanas – que son las que normalmente han basado su crecimiento y su propia existencia en la innovación – no existirían. Profundizando en las razones de la falta de interés de los inversionistas mexicanos por este sector en nuestro país, pareciera que una de las más importantes, además de la comprensión limitada de la tecnología, es la falta de estrategias de salida (recuperación de la inversión hecha) adecuadas. En Estados Unidos, una de las estrategias de salida más buscada y una verdadera medalla de oro para el emprendedor es hacer un “IPO” (oferta pública inicial de acciones), es decir, ir a la bolsa para colocar títulos de propiedad o acciones de la empresa. Algunos de los inversionistas pueden entonces salir de la empresa al vender sus acciones: en el caso ideal, realizando una ganancia muy jugosa que justifica el riesgo tomado al invertir. En México, por otro lado, no es común ver esa estrategia de salida en los planes de negocio de los emprendedores; la percepción que se tiene del proceso del IPO y la emisión de títulos de acciones es que corresponde sólo a compañías grandes, maduras y con un ejército legal que las apoya en todo el camino hacia la Bolsa Mexicana de Valores. De allí que el establecimiento de un mercado bursátil más fácil de acceder por parte de las nuevas empresas de base tecnológica sería un cambio estructural muy importante para motivar la innovación desde la iniciativa privada, incluyendo financiamiento de riesgo. El NASDAQ en Estados Unidos es un ejemplo que valdría la pena estudiar para modelar un mercado orientado a proyectos de tecnología. Como se sabe, este mercado surgió del sistema electrónico de cotizaciones de la asociación nacional de corredores de acciones en los años 70 y posteriormente fue adoptado como un mercado de intercambio de acciones alterno al NYSE. Sobre el propuesto mercado de valores de empresas de base tecnológica en México, pudiera comenzar con regulaciones menos complicadas para accederlo y niveles de capitalización inicial más bajos que la BMV; tendría una sede alterna a la BMV y gobierno separado. Claro está, regulaciones más sencillas no significa sin reglas, debe estar también vigilado por los organismos públicos competentes.
Por supuesto, además de obstáculos estructurales también existen inhibidores culturales y educativos en los procesos de innovación en México. Hemos escuchado decenas de veces el argumento derrotista, pero no debemos detenernos por eso. Hay que atacar esos obstáculos también, en paralelo: pero esto toma muchos años, tal vez una generación completa. Y mientras lo pensamos, otros países nos rebasan por el carril de alta velocidad.