Con el mundo bajo sus ruedas
Patricia Martínez – Edición
Lorenzo Rojo y Salvador Rodríguez se conocieron en Congo, en África, hace cinco años. Ambos viajaban por el continente en bicicleta, uno paró a descansar y otro a tramitar su visa a Angola. Ambos son españoles y eran profesores de secundaria.
“Terrible el encuentro”, ironizan, sentados frente a frente en la Casa Ciclista, en Guadalajara, el lugar donde decidieron encontrarse, a medio camino de rumbos opuestos: uno viaja para la Patagonia y otro para la costa ártica de Alaska.
144 ciclistas, como ellos, viajan en este momento por Latinoamérica. La cifra es un registro del sitio Panamericantour.net, una red de ciclistas viajeros que comparten recomendaciones, aventuras, mensajes de ánimo y ubicaciones concretas de sitios donde descansar o tomar agua.
Cuando hablan de sus motivaciones para pedalear por el mundo sólo hay respuestas escuetas. “Cuesta más responder a porqué se alarga un viaje”, repara Lorenzo. “Siguen estando las pequeñas motivaciones, como el deseo de estar en un lugar, el misterio de los mapas, la atracción casi mágica por los lugares en los que nunca has estado. Hay mucho de misterio, el misterio de la vida, creo que es el que actúa como fuerza o imán y que sigue impulsando”.
La vida austera de ambos les permite sobrevivir con diez dólares diarios, “el promedio de los ciclistas que viajan por el mundo”, descubre Lontxo, quien saborea unas pastillas de menta, de las que se sirven junto a las propinas de restaurante.
– ¿Cómo viven la inseguridad en el país?
“Respiro un clima agradable, me pregunto dónde está esa guerra del narco, es una realidad paralela”, expresa Lorenzo.
“Es una diminuta realidad hipertrofiada por los medios de comunicación”, repara Salvador. “Exportan imágenes de terror, de pánico, donde las minorías de la realidad cobran una realidad paralela que parece ser la de la mayoría, a mi juicio muy injusto porque transmite una sensación de miedo”, insiste. Cuando él llegó a México, entró por Tijuana, su próxima parada será Ciudad de México y se dirige al sur.
Días después de la charla, Lorenzo tuvo oportunidad de leer las historias de 72migrantes.org, donde se publicaron las biografías reales e imaginarias de los migrantes asesinados en San Fernando, Tamaulipas. Su opinión, recibida por correo electrónico, ahora es otra: “Creo que pasamos –paso– muy de puntillas por los países, sin entender mucho, o sin querer entender, lo que sucede a nuestro alrededor. Entenderlo de verdad, lo que supone que te toque, te interpele y te haga parte. Eso no es fácil. Estamos demasiado atentos a nosotros mismos, a la dimensión personal de nuestro viaje, demasiado centrados en esta hermosa película en la que somos protagonistas y en la que lo que nos rodea parece ser, demasiado a menudo, sólo un decorado exótico puesto a nuestra disposición”.
16 años viajando en bici
Lorenzo tenía una idea simple: viajar por el mundo en bicicleta. Comenzó en 1987 con un recorrido por Latinoamérica. Volvió a Vitoria, en el País Vasco, para trabajar como profesor de lengua y literatura vasca en una secundaria. Con su sueldo compró un departamento, del que recibe una renta mensual de 300 dólares para financiar su vuelta por el mundo. Este año cumplirá 16 años pedaleando de un continente a otro.
Su encuentro con Latinoamérica fue en 1986: tomó un avión para llegar a Nicaragua como brigadista de la Revolución Sandinista y “aluciné con todo”, confiesa. Un año después emprendió su primer viaje por el continente, el primero de tres, donde ha pasado 8 años de su recorrido.
“Fue cuando me encontré con el Pacífico, con aquella costa transparente, suave y solitaria, cuando se despejaron mis dudas. ¿Seguir girando como una peonza? ¿Por qué no? Dejar que el misterio del viaje me siguiera empujando, seguir cruzando horizontes, seguir caminando… o sea seguir imaginando y viviendo, ¿por qué no?”, escribe en una carta que envía después de una estancia de tres semanas en Guadalajara.
Su destino es Alaska, después irá a visitar a su sobrina Ania, en España – a quien conoció después de cuatro años de nacida– y volverá, una vez más, a América.
Un blog es la entrada al mundo en bicicleta
“¿Tu crees que para un león soy una presa?”, preguntó Salvador en Botswana, un lugar de África. “Depende del hambre que tenga, del calor que haga. Olerte, te huele. Si le ves mover la cola horizontalmente, es que te ha visto; si la mueve verticalmente, piensa que eres una presa. Reza lo que sepas”, le sentenciaron.
Un viaje de cuento es el blog en el que Salva publica las crónicas de sus viajes, mezcladas con la nostalgia y la esperanza de la poesía o fragmentos de cuentos. Al final de cada historia hay una galería con imágenes que conducen a alguna parte, un horizonte desértico, una playa de azules no vistos, una carretera sinuosa entre montañas, un mercado, un muelle, a un grupo de gente.
Salva decidió salir de Granada en enero de 2006 rumbo a África. “El motivo de mi partida fue la imposibilidad de permanecer más”, expresa. Hace un año terminó el viaje que tenía planeado en Japón, “era momento de volver a casa, pero no tenía una buena razón para volver, algo que fuese igual de atractivo que continuar al viaje”. Seis años después, está en Latinoamérica y aún sin fecha de regreso.
Lo que la bici unió, que no lo separe la distancia
“En una bicicleta se viaja a una velocidad humana, el mundo está hecho a la medida de una bici”, es una frase de Lontxo que cita Salva, para escribir de su despedida. “Sé perfectamente lo que pasa por su cabeza ahora mientras pedalea: la alegría de recuperar la libertad y la amargura por dejar atrás el corazón”.
Son amigos que nacieron en el viaje. Como ellos, la mayoría de ciclistas viajeros construyen sus relaciones a través de encuentros fortuitos. El de ellos fue en el Congo. Lorenzo ha tenido un par de visitas especiales, no hay una dirección que dar para recibir cartas ni un domicilio para invitarlos a pasar la noche; sus amigos de toda la vida lo fueron a visitar a Montevideo, en Uruguay, o a Oaxaca.
– ¿Qué conservan de sus viajes? ¿Mapas?
Lorenzo acaba de enviar una placa de Panamá a casa de su familia, en el País Vasco. Eso es lo común, que los suvenires viajen y no hagan peso en el equipaje.
“No tengo ni el más pequeño suvenir”, dice Salvador. “Me da miedo tener un pequeño museo en casa de cosas, de recuerdos, y que eso me ate al pasado y me impida vivir el presente”, insiste.
“El vínculo no viene por las cosas, viene por la mirada, por cómo mires las cosas”, alecciona su amigo.
1 comentario
Lontxo, Salva, fué un gusto
Lontxo, Salva, fué un gusto conocerlos en su paso por Guadalajara. Les deseo mucho éxito en la continuación de sus respectivos viajes. Un abrazo.
Maruca
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