La Vía Express del poder
Francisco Javier Díaz Reynoso – Edición
Dos opciones para una misma avenida
El Congreso del Estado de nuestro Jalisco discutía en enero pasado la viabilidad o no de la Vía Express vehicular, propuesta para la avenida Inglaterra y dónde la duda principal se centra en la procedencia de los dineros millonarios requeridos: sean todos privados o tantito públicos. Los impactos urbanos no parecen ser un tema que le quite el sueño al Congreso, aunque más tarde los argumentos y objeciones técnicas a la Vía Express ya fueron externados por Cámaras y Colegios, opinadores profesionales y algunos de la sociedad civil organizada.
La polémica provoca preguntarnos: ¿Sólo es un asunto de dinero? ¿Si es dinero privado sí va y si hay dinero público no va? Pareciera entonces que la Vía Express es solo un proyecto privado, para los que tenemos vehículo privado y que podríamos hacer uso del viaducto depositando –claro está– algunas monedas. Los servicios cuestan y hay que pagar por ellos, sin embargo, en este caso se trata de una concesión aérea que se sumaría a la de Ferromex sobre un terreno público, es decir, de todos, en el supuesto claro que tampoco es propiedad exclusiva de la SCT. ¿Quién se benéfica y quién se perjudica cuando lo privado nos “priva” de lo público? Ahí está el detalle, diría Cantinflas: un buen caldo de intereses.
La avenida Inglaterra, con sus largos 10 kilómetros aproximados en zonas urbanas, es un “espacio abierto” que no ha tenido nunca las cualidades de un “espacio público” (accesible, seguro, hospitalario). Es un trayecto funcional principalmente para Ferromex, CFE y Pemex, y parcialmente útil como trayecto vehicular. Su carácter industrial hace que muchos de sus frentes sean muros ciegos o atrincherados, convirtiendo el espacio libre en tierra de nadie.
Como una línea fronteriza, parte en dos un segmento de la ciudad. Por su longitud y sección la avenida es un borde que hay que transitar o cruzar lo más pronto posible. Los escasos y elementales “nodos” de vinculación norte-sur no alcanzan a restituir un fracturando tejido urbano y, sobre todo, no conectan una segregada comunidad de vecinos extranjeros a cada lado de la vía. Con todo, ¿tendencia es destino? No necesariamente. Este caso es más que oportuno para revertir su vocación hacia algo mejor y no más de lo mismo, peor aún sería abandonarlo a la libre decadencia urbana.
Algunos habitantes de la periferia –por decir de Tabachines, el Colli o Toluquilla– quizás ignoren qué es la Vía Express o piensen que está tan lejos –en England– que en nada les afectaría. Pero toda ciudad es un “sistema”: lo que sucede en una parte influye, para bien o para mal, al resto en efecto dominó. En este caso y de entrada afecta en la forma de decidir hacer la ciudad. Pero, ¿quién decide el desarrollo de la ciudad?
La zona metropolitana de Guadalajara, como una familia disfuncional, atropelladamente resuelve sus urgencias urbanas con lo menos peor. La complejidad, la diversidad y las tensiones entre sus habitantes hacen un tanto ilusorio pensar en un acuerdo para construir el imaginario de “vivir juntos”, más aún cuando son escasas las esferas de participación ciudadana y no hay protocolos de persuasión para definir un plan consensuado que tenga consecuencias más o menos prácticas.
Como si fuera una irresponsabilidad organizada, los habitantes metropolitanos deambulamos entre la apatía y el miedo; por otro lado, los consejos ciudadanos y asociaciones civiles son acotados por la inmediatez de las consultas y los foros de opinión emergentes, esos que tienen más carácter de relaciones públicas, buenos para el espectáculo mediático o para encubrir dobles agendas. La sociedad civil parece atomizada, diluida, frente a las rutinas políticas donde -diría Innerarity– el acontecimiento está por encima del argumento, el espectáculo sobre el debate, la dramaturgia sobre la comunicación, la imagen sobre la palabra. Hay crisis de representación en la pirámide de las decisiones sobre la vida urbana. Arriba unos cuantos; en medio algunas voces de múltiples asociaciones tan desvinculadas como desoídas; abajo la “gente”, esa masa sin rostro que cuenta sólo si son consumidores o votantes o feligreses, una ciudadanía indigente que se atiene a lo que hay.
¿La Vía Express British –tal como sucedió con el Macrobus– se convertirá de nuevo en un espectáculo de estridencia y trivialidad? La Vía Express del poder se autogobierna y debilita la ya precaria relación entre lo público y lo privado, que pudiendo ser aliados se muestran enemigos. Quizá por eso urge proteger los pocos ámbitos de encuentro entre las organizaciones sociales y gobierno, los escenarios para una confrontación constructiva donde las iniciativas públicas y privadas no colapsen; con la esperanza que ni el café expreso nos quite el sueño de una ciudad mejor.
Marzo 2011 para Gestión Urbana CMIC