HISTORIAS REDONDAS 10
Eduardo Quijano – Edición
CRÓNICA DE UN FRACASO ANUNCIADO
para Antonio López Mijares,
Hoy recibí un estupendo regalo de cumpleaños. Brasil, el cacique de los torneos mundialistas, el venerado patriarca de los villamelones de este deporte, está fuera. Lo hizo Holanda . Desde aquel lejano 1974, Holanda le dió forma a un futbol serio y exquisito, creó un estilo absorbente e imaginativo de bordar el juego al que llamamos “la naranja mecánica” . Ese equipo tiñó mi corazón con sus palpitaciones y promesas. Luego, en los grandes momentos, sólo dejó pequeñas y repetidas desilusiones para los muchos seguidores del futbol total que practicaron jugadores como Cruyff, Neeskens, Van Basten, Gullit. Hoy, 36 años después, la Naranja, menos elegante y un tanto deslavada, por vez primera está cerca –y tan distante- de la final mundialista. Ninguna sorpresa.
La canarinha, a pesar del talento de una tercia de jugadores (el resto es un conjunto vacío, absolutamente normal), no enfrentó antes a un equipo que le exigiera al menos un poco. Ni siquiera Chile. Sus mejores hombres, Lúcio y Maicon, nominalmente defensas, terminaron el encuentro como únicas armas ofensivas.
En este lado del mundo una fe generalizada esperó inútilmente a que el equipo de la verde amarilla (contra Holanda, de azul) rescatara al Mundial de la innanición. Como si fuera el único surtidor de pasión futbolera en los mundiales, el scratch du oro no tiene derecho a fallar o a esconderse. Sus fieles no exigen un pase al paraíso sino tan sólo algo de alegría. Si ésta es la medida, nada complicado es configurar el absurdo que se urdió al entregar la selección pentacampeona a Dunga. Como entregar un Stradivarius a un plomero. Por cartel y por historia, a Brasil le tocaba iniciar el concierto, pero su paso por la horrenda cancha del estadio Nelson Mandela, en Puerto Elizabeth, nunca tuvo arte, música, director ni partitura. Éste es su sino: un equipo condenado a ser la parodia de sí mismo; salir campeón o avergonzarse.
Salvo a los gritoncitos de la TV que llenan sus crónicas de sandeces e invenciones, o tantísimos fanáticos enceguecidos por la mera invocación del nombre BRASIL, ésta selección no convencía a nadie. La relación afectiva de Brasil con su afición ha sido tan emocional como la del jardinero con la podadora. Contra el equipo holandés 20 minutos y dos jugadas: ¿algo más?. Lo cierto es que el conjunto sudamericano ha naufragado en un juego truculento, tosco, amnésico de sus valores; la mayor parte del tiempo insulso por la absurda complacencia.
A años luz del jogo bonito de su antecesora del 70 -leyenda imposible de replicar- es una sana lección que este embozado intruso haya sido liquidado. En el espejo de la memoria, la selección brasileña tiene un referente inaccesible: el equipo que en Mexico -en Guadalajara- materializó el sueño imposible de jugar con cinco números 10 y hacer del fútbol una sinfonía mejestuosa. En cambio, esta versión de Brasil siempre estuvo bajo sospecha. Con un entrenador que piensa como alemán y dirige como mexicano, se mostró despojado de precisión y encanto: su comportamiento, el de un mago callejero e irresponsable.
“Prohibido atreverse” pareció la consigna de una selección construida en la disciplina como cárcel del talento. Fútbol que no pasa por la inspiración sino por el tamaño y la potencia (un estilo al que se le suprimió el lúdico espíritu brasileño a cambio de eficiencia industrial y astucia barata). Al final, esta contradicción casi genética con sus capacidades esenciales propició el brutal rompimiento. La verdeamarhela se abismó en un histérico descontrol emocional. Lo que horroriza de esta selección es lo poco y lo cobarde que juega al fútbol. Si alguien tiene dudas, revise sus encuentros previos. En fin: ya no está el campeón de los sentimentales.
Y, para quienes lo necesiten, tienen al villano ejemplar en Gilberto Melo, convocado a pesar de su desastrosa temporada en el Juventus. Dos atropellados momentos suyos abrieron la grieta por donde Holanda puso el pie. Con un exquisito gesto de su declinante grandeza, tuvo Kaká la única, verdadera, oportunidad de rescatar la inutilidad de sus compañeros.
Tampoco Holanda hizo demasiado, sólo -apenas-, un poco de vergüenza. Demostró sí, suficiente fortaleza emocional, carácter y, sobre todo, infinita más inteligencia que su rival. Supo poner al límite a los brasileños, desesperarlos y plantarles a tiempo y en la cara un par de bofetadas fulminantes. Entendieron que la alternativa no fue nunca entre la belleza y el pragmatismo, entre las patadas y el toque, sino una apuesta por la conjunción y la plasticidad. Ésa que encontraron en los botines de un futbolista magnifico y siempre útil: Wesley Sneijder que durante todo el partido encontró espacios, forma y tiempo para realizar jugadas desquiciantes.
Como ha venido demostrando durante el torneo, él solo puede decidir partidos. Intermitente, rotundo, Sneijder impuso su temperamento. Le sobra talento, atrevimiento y devoción en todo el cuerpo, encara, caracolea y es un espléndido rematador de cabeza.
Holanda exprimió el corazón de la hipocresía. Habrá que ver si puede seguir creciendo para llegar al trono.
1 comentario
Ni hablar. Desde luego que me
Ni hablar. Desde luego que me acordé de ti, y de tu justificada fe en Holanda. Yo a mi vez me fui con la finta. Sentía más articulados a Kaká y a Gilberto; me parece que Juan y Lucio ya tenían la madurez que les faltó hace cuatro años; y que Luis Fabiano es un depredador que merece estar en un equipo más grande.
¡Felicidades! Holanda dignifica el juego en tiempos de mezquindad.
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