Las fronteras sólo deberían existir para ser ignoradas. No es así, desde luego: la brutalidad con que las afirman los muros y las alambradas y las armas cazadoras detrás de ellas hacen imposible pasarlas por alto. Ahí están. Pero también es cierto que los sueños las atraviesan. Y esos sueños los forja la necesidad de huir que mueve a quienes, todos los días, se dirigen hacia las fronteras porque se han quedado sin una vida a la cual poder regresar.
En la frontera de México con Estados Unidos, los jóvenes migrantes centroamericanos que aparecen en estas fotografías parecen estar terminando de dar forma a esos sueños y, a la vez, acabando de deshacerse de las vidas que los expulsaron hasta ese punto. Entre las movilizaciones de caravanas, que avanzan pese a la inacabable adversidad que deben enfrentar en el camino, y la creciente hostilidad racista e inhumana de un Estado cuyo gobierno ha tenido, incluso, que recurrir a imaginar una “emergencia nacional” con tal de que la frontera se refuerce con un muro hecho de mentiras y odio, estos jóvenes son conmovedores en su soledad, en sus miradas, y también admirables en su arrojo y en las sonrisas que aún son capaces de componer. .