Ingenieros Sin Fronteras: ingeniería con visión solidaria
Israel Piña – Edición 448
En pos de intervenir a favor de comunidades que enfrentan arduas condiciones de subsistencia, la red internacional Ingenieros Sin Fronteras trabaja en 58 países gracias al intercambio de conocimientos y recursos humanos sin fines de lucro. El capítulo mexicano de esta organización se ha abocado a atender necesidades urgentes con proyectos sustentables y ejemplares
El profesor Gerardo Sánchez Torres Esqueda supo de Ingenieros Sin Fronteras a finales de 2002, por un correo que recibió de su alumna Nélida Miranda Treviño desde Ontario, Canadá, donde ella cursaba un semestre de intercambio en la Universidad de Western.
Miranda Treviño, por esa época estudiante de la maestría en Sistemas de Información de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Autónoma de Tamaulipas (UAT), le contó a su maestro de una reunión en la que miembros de la organización internacional hablaron acerca del trabajo comunitario que desarrollaban.
“Me escribió que [Ingenieros Sin Fronteras] estaba muy en línea con el tipo de proyectos que veníamos haciendo en Tampico dentro de las actividades de la Universidad”, narra el profesor. Desde 1985, cuando Sánchez Torres Esqueda llegó del Distrito Federal al puerto, un grupo de investigadores de dicha escuela se organizó para desarrollar, sin fines de lucro, proyectos de saneamiento e irrigación en comunidades aledañas al río Pánuco.
Gerardo Sánchez Torres Esqueda. Foto: Israel Piña
El grupo de ingenieros pensó, sin concretarlo, en convertirse en asociación civil. Por eso, en su correo Miranda Treviño propuso incorporarse a Ingenieros Sin Fronteras. “Ella me dijo que por el momento se iba a registrar como la representante de México en esta organización”, cuenta el profesor e ingeniero civil. “[Los maestros] consultamos la página web de Ingenieros Sin Fronteras y, para nuestra sorpresa, vimos que no había un capítulo mexicano. Pensamos que ahí ya iba a estar algún grupo de la UNAM o del Politécnico o del Tec de Monterrey”. Ellos formarían Ingenieros Sin Fronteras México (ISF México).
Ingenieros Sin Fronteras es una red mundial de estudiantes, profesores y profesionistas de diversas ramas de la ingeniería que comparten un mismo propósito: ayudar a las comunidades más desfavorecidas de los países en desarrollo. A través del intercambio de conocimientos y de recursos humanos llevan a cabo proyectos sostenibles. Tienen presencia en 58 países; cada uno forma un capítulo, y dentro de ellos hay subcapítulos que representan estados o universidades. Son apartidistas y no promueven credos religiosos. Aunque no tienen fines de lucro, cada capítulo busca sus propios recursos. Son autónomos en su forma de organización, agendas de trabajo y metodología de intervención.
El capítulo esltudiantil de Ingenieros Sin Fronteras de la Universidad de Nebraska está trabajando con el zoológico Henry Doorly, de Omaha, para ayudar a mejorar las vidas de la gente de Madagascar. La atención se centra en el acceso al agua potable para todos los habitantes de Kianjavato y en proporcionar electricidad a las escuelas. Foto: ewb.unl.edu
Capítulo México
El siguiente paso para los ingenieros de Tampico fue redactar los estatutos. El proceso tardó alrededor de seis meses. El 14 de septiembre de 2004, casi dos años después del correo electrónico de Miranda Treviño, nació el capítulo mexicano de Ingenieros Sin Fronteras. Ocho profesores firmaron el acta constitutiva: Gerardo Sánchez Torres Esqueda, Julio César Rolón Aguilar, Juana Treviño Trujillo, Miguel Ángel Haces, Víctor Manuel González Saldierna, Dora María Esther González Turrubiates, Gabriel Chavira Juárez y José Clemente María Guajardo. También aparecen tres alumnos de aquellos años: Nélida Miranda Treviño, Cuitláhuac Barajas Olalde y Daniel Martínez. “A los estudiantes que formaron parte de la Mesa Directiva, que firmaron el acta, los seleccionamos con base en su capacidad académica y técnica”, explica Sánchez Torres Esqueda.
Después de constituirse formalmente, Ingenieros Sin Fronteras México trabajó con los consejos de Cuenca del Río Pánuco y ríos San Fernando-Soto La Marina y con los comités técnicos de Aguas Subterráneas de Huichapan, Tecozautla y Nopala, en Hidalgo, así como de Río Verde, San Luis Potosí. También colaboró con el órgano operador de Agua Potable de Pánuco, Veracruz.
Los ingenieros de Tampico capacitaron a los técnicos de la Comisión Nacional del Agua (Conagua) e identificaron posibles proyectos de infraestructura, aprovechamiento y manejo de aguas subterráneas, perforación de pozos y cambio climático. “Después, ellos pudieron aplicar este conocimiento en sus actividades diarias”, explica su presidente. Los consejos y comités de la Conagua reciben recursos para llevar a cabo estudios. “Con esos fondos, aunque sean pequeños, nos ayudan a nosotros a cubrir los costos mínimos que sí requiere cualquier proyecto de ingeniería”.
Ingenieros con vocación social
Para los integrantes del capítulo México, el primer paso en un proyecto es hacer una radiografía a priori de las comunidades donde hay un problema. Para ello consultan bases de datos del INEGI, del Consejo Nacional de Población y de la Conagua, entre otras instancias. De ahí obtienen indicadores, como el porcentaje de saneamiento de agua, la cobertura de agua potable, el manejo de desechos sólidos y problemas de vivienda y electrificación.
Con esa información detectan cuáles son las comunidades que más apoyo requieren. A esto le sigue la etapa más sensible: ir con los pobladores para convencerlos de cambiar viejas tecnologías. Por último, reclutan voluntarios en las universidades. “Los fondos que tenemos en un momento para desarrollar un proyecto se aplican para cubrir los costos mínimos para trabajos de campo o trabajos de oficina. Y si los recursos alcanzan, se les otorgan becas a los estudiantes. Los demás —profesores— participamos completamente en forma altruista y voluntaria”, detalla Sánchez Torres Esqueda. “Nunca nos ha costado reclutar estudiantes porque siempre hay muchachos, muchachas, jóvenes entusiastas que están dispuestos a trabajar en trabajos de este tipo […]. Del cien por ciento de estudiantes que pasan por mis clases, yo me atrevería a decir que cincuenta por ciento tiene una disposición natural para el trabajo comunitario”.
Pausa obligada y segunda etapa
Ingenieros Sin Fronteras México interrumpió sus actividades en 2007 debido a la inseguridad pública que privaba en la región donde llevaban a cabo sus proyectos. Fue una medida preventiva, pues nunca recibieron agresiones directas. Según Sánchez Torres Esqueda: “No podíamos correr ningún riesgo de ir en carreteras o entrar a comunidades con grupos de estudiantes y tener que encontrarnos en un momento dado en una situación de peligro con estos grupos criminales”.
Tamaulipas, el estado donde se ubica la sede central de ISF México, fue uno de los más afectados por el incremento de la delincuencia organizada en la década pasada. En 2004, cuando los profesores fundaron la organización, no hubo denuncias por secuestro; en 2008, la cifra fue de 21. La extorsión pasó de ocho a 88 casos en el mismo periodo de tiempo, según datos del gobierno federal.
ISF México reanudó sus actividades hasta 2009 y fuera de Tamaulipas, luego de conocer a los integrantes de Instituto Tierra y Cal, ac, una organización que trabaja en el desarrollo sustentable de comunidades rurales de la zona norte de Guanajuato.
Ingenieros Sin Fronteras de la Universidad de California en Los Ángeles construyen en Guatemala un prototipo de tanque que recoge agua de lluvia para las familias que necesitan una fuente de agua limpia. Foto: ewb-usa.org
Ese mismo año, los miembros de Tierra y Cal conocieron al director de Investigación y Desarrollo del International Center for Appropriate Technology and Indigenous Sustainability, Robert Marquez (ICATIS, por sus siglas en inglés), un ingeniero mecánico hijo de un mexicano y de una mujer apache de Nuevo México. Es célebre entre sus colegas porque cambió los millones de dólares que le pagaba la Hewlett-Packard por el modesto sueldo de la academia y el trabajo sin fines de lucro en comunidades de escasos recursos en México, Guatemala y África.
Instituto Tierra y Cal se asoció a la organización de Robert Marquez y en 2010 formaron una alianza estratégica con Ingenieros Sin Fronteras México para crear el Centro de Tecnología Apropiada y Sustentabilidad Local-México (CATIS-México). “La meta de todas las tecnologías que estamos haciendo es el bajo costo (…) sin sacrificar la calidad”, afirma Dylan Terrell, su director Ejecutivo.
Las organizaciones aliadas desarrollan ahí dos proyectos, principalmente. Uno de ellos es el perfeccionamiento del horno MK2, que sirve para cocer tabiques con bajo impacto ambiental y mayor calidad, además de mejorar las condiciones de vida de los artesanos. El otro es la fabricación de filtros cerámicos que ayudan a resolver problemas de desabasto de agua potable en comunidades pobres. En ambos colabora Ingenieros Sin Fronteras. En el primero participa el capítulo México; en el segundo, los capítulos Gran Bretaña y Universidad del Norte de Illinois. El apoyo de la representación inglesa consiste en enviar especialistas voluntarios hasta México. Actualmente, Olivia Hobson trabaja de forma presencial en el CATIS. Es una joven francesa egresada de la maestría en Ingeniería Ambiental de la Universidad de Nottingham, Inglaterra, y colabora en el desarrollo de una nueva tecnología que complemente el filtro de agua y disminuya los niveles de flúor presentes en el agua de las comunidades del norte de Guanajuato. Por el trabajo recibe una beca que apenas le alcanza para pagar renta, comida y transporte.
Ingenieros Sin Fronteras de Epaña instaló un punto de agua en la comunidad de Msimba, en Tanzania. Foto: isf.es
“Yo tengo otra visión que es más social y humanitaria de la ingeniería […]. Lo que me interesó de Ingenieros Sin Fronteras es que trabajan en las comunidades que realmente necesitan tecnología, que trabajan para intentar eliminar la pobreza, para apoyar en las soluciones de los problemas […]. Es la pasión de querer hacer un cambio en el mundo”, recalca Hobson. Sin esa vocación social es imposible llegar, literalmente, al CATIS: si no tienes vehículo, debes tomar un viejo autobús que parte, diligente, a las 8:10 horas, del mercado de San Juan de Dios, ubicado en la zona centro de San Miguel de Allende. Es una de las dos corridas del día; la otra sale en la tarde-noche. Si no lo alcanzas, debes tomar otro que va a Dolores Hidalgo por la carretera 51, bajarte en el cruce al santuario de Atotonilco y caminar por terracería durante 45 minutos hasta el poblado Montecillo de la Milpa. Al final, llegues en camión o a pie, es necesario cruzar un río. No hay puente. Si el caudal lo permite, atraviesas con los zapatos en mano, el pantalón remangado y con los pies pinchados por las piedras. m.