El efecto Butterfly
Tracy L. Barnett – Edición 424
Julia Butterfly Hill, la legendaria activista estadunidense que se subió durante dos años a un gigantesco árbol de más de mil años de vida para evitar que las compañías madereras lo talaran, sigue promoviendo el compromiso con el medio ambiente como resultado del cambio personal.
Los vientos arrancaban las ramas de la secuoya de más de mil años y las aventaban contra el piso, 60 metros abajo. La plataforma superior, donde yo vivía, estaba como a 55 metros de altura… Al azotar, las ramas rasgaron la lona que me servía de refugio. El aguanieve y el granizo se metían por las rendijas de lo que habían sido mi techo y mis paredes. Cada nueva ráfaga agitaba la plataforma en el aire y amenazaba con lanzarme al vacío.
Julia Butterfly Hill, El legado de Luna
Es difícil decir cuál fue el momento más dramático de los 738 días que Julia Butterfly Hill pasó arriba de aquella secuoya bautizada como Luna (en español en el original). Quizá fue el día de aquella tormenta amarga o de muchas de las que le siguieron. Quizá fue el día en que un helicóptero que zumbaba alrededor de su árbol levantó corrientes de aire de casi 500 kilómetros por hora que casi la mataron. O quizá fue el día en que Climber Dan, uno de los leñadores contratados por las compañías madereras para intimidar a los ecologistas que protestaban contra la tala, cortó la soga que sostenía a uno de sus compañeros.
Independientemente de cuál haya sido, no hay duda de que esta muchacha que subió a aquel árbol para impedir la depredación de los bosques de secuoyas llamó la atención de miles de personas en todo el mundo y llevó su lucha a un nuevo nivel. Personas de Indiana a Italia, de Cuernavaca a São Paulo dicen que su ejemplo las ha inspirado y que se han visto fortalecidas por las decenas de proyectos de transformación social que Hill ha nutrido desde que descendió de aquel árbol, hace doce años.
Julia Hill, hija de un predicador de Arkansas, se preparaba a los 23 años para perseguir su sueño: viajar alrededor del mundo, comenzando por California. Sin embargo, cuando se enteró de que había planes para talar los bosques de secuoyas que se habían apoderado de su corazón, decidió suspender su viaje.
“Si hubiera sabido lo que implicaría protestar arriba de Luna cuando me involucré por primera vez, hubiera huido en la dirección opuesta”, relata Hill en su libro El legado de Luna (The legacy of Luna), un clásico de la literatura sobre medio ambiente.
El bosque de secuoyas
Entrar a un bosque de secuoyas es como pisar una catedral viviente. El silencio te envuelve mientras dejas el mundo terrenal; los troncos del bosque antiguo se alzan luminosos, envueltos en la niebla eterna de la costa, y atemorizan al más cansado de los visitantes, especialmente cuando uno cae en la cuenta de que Cristo caminó en la Tierra cuando algunos de esos árboles apenas se enraizaban.
Un olor fresco y húmedo permea en el aire, y la brecha te lleva hacia delante, donde helechos del tamaño de una casa danzan con la brisa. Las secuoyas costeras, Sequoia sempervirens, son la especie de árboles más altos del mundo. Su majestuosa estatura —algunos árboles alcanzan más de 120 metros— contrasta con la suavidad de sus pequeñas hojas en forma de aguja, que proveen la base para un rico ecosistema que comienza en el suelo esponjoso debajo de tus pies y que termina en follaje 30 pisos arriba de tu cabeza.
Los ancestros de estos árboles, una de las especies más antiguas que han sobrevivido, alguna vez cubrieron la tierra; ahora las secuoyas costeras apenas ocupan una estrecha franja a lo largo de la costa de California y Oregon. Las únicas especies de secuoyas que sobreviven, las secuoyas gigantes, Sequoiadendron gigantias, viven en una franja aún más estrecha en la Sierra Nevada de California y en una pequeña mancha de Meta sequoia en la China rural.
“Yo crecí en Bélgica, donde si hay un árbol de 200 años, se le rodea con una valla y se le reverencia”, recuerda Michael van Broekhoven, uno de los activistas que formaron parte del equipo de tierra de Julia. “Cuando escuché que un árbol de mil años sería talado —por no hablar de un bosque completo—, cuando se sabe que sólo queda tres por ciento de ellos, no podía creer lo que estaba pasando”.
En aquellos días su nombre era Rising Ground y formaba parte de un grupo de ecologistas organizados bajo la bandera anarquista de “¡La Tierra Primero!” (Earth First!, en inglés), cuyo lema era “Sin concesiones en defensa de la Madre Tierra” y que participaba en actos de desobediencia civil en todo el país. Gente con “nombres del bosque”, como Almendra, Shakespeare, Gerónimo, Shunka… y Butterfly.
Van Broekhoven comenzó a militar en el movimiento a mediados de los noventa, cuando se hizo arrestar junto con otros mil activistas en una protesta masiva en 1996. En el 98 se mudó a Arcata, California —cerca de Luna—, en un momento de tal efervescencia política que “podías convocar a una reunión y llegaban mil personas”. Lo estimulaba el grado de organización y de pasión por la causa, y la oportunidad de poner en práctica la verdadera democracia —por lo menos en el ámbito de gobierno local—. Lo que sucedía en los bosques, sin embargo, era otra cosa.
Julia nunca había encajado en el estereotipo del activista: era hija de papá y su discurso religioso no siempre empataba con la combativa ética “sin concesiones” de Earth First!
Pacific Lumber Co., una compañía familiar que durante un siglo había explotado la madera de estos bosques de manera sustentable, fue comprada por un comerciante de bonos basura llamado Charles Hurwitz, quien asumió una deuda de 800 millones de dólares, ayudado por Ivan Boesky y Michael Milken, que después serían condenados por hacer transacciones bursátiles con información privilegiada, práctica conocida como insider trading. Hurwitz ordenó que se talara el bosque para liquidar las deudas de la compañía. De pronto, empezaron a derribar árboles gigantes y los ecologistas de todo el país organizaron protestas masivas.
“Desarrollamos una camaradería muy fuerte”, recuerda Van Broekhoven. “Había mucha gente de alrededor de 25 años con la que era muy divertido trabajar. Iríamos juntos a la cárcel, nos treparíamos a los árboles para sentarnos en pequeñas plataformas; éramos como una tribu”.
La organización llegó a un momento sangriento en 1990, durante “el Verano de las Secuoyas”, como se conoció a una serie de manifestaciones que buscaban llamar la atención sobre la depredación que estaban haciendo Pacific Lumber y otras compañías madereras del noroeste de California. Dos de los organizadores, Judi Bari y Darryl Cherney, que estaban en una gira de difusión y reclutamiento de activistas, resultaron heridos cuando estalló una bomba en el coche en el que viajaban. Ambos habían denunciado ante la policía que habían recibido amenazas de muerte por parte de simpatizantes de las compañías madereras, pero en lugar de investigar a los sospechosos, el fbi acusó a los activistas de haber fabricado y transportado la bomba.
La explosión fracturó en pedazos la cadera de Judi, le pulverizó el coxis y le dañó tejidos y nervios. Estas lesiones le provocaron parálisis parciales y constantes dolores hasta que murió en 1997, víctima de cáncer de seno. Las heridas de Darryl fueron menos graves: cortadas en la cara y estallido de tímpanos.
Sin embargo, en 1997, cuando Julia caminaba entre las secuoyas que la cautivarían, jamás había escuchado sobre esto. Nunca había sido activista; era estudiante de preparatoria en Arkansas y había trabajado con tanto empeño como mesera en un restaurante, que llegó a convertirse en gerente.
En 1996, Julia casi muere en un accidente automovilístico: un borracho chocó contra la parte trasera del coche en el que ella viajaba y el volante se le incrustó en el cráneo. Le tomó un año de terapia física recuperar la capacidad de hablar y de caminar con normalidad. Todavía sufre dolores en la espalda y las articulaciones.
“El volante en mi cabeza, figurativa y literalmente, condujo mi vida en una nueva dirección”, declaró Hill al Washington Post.
Foto: EFE
De Luna a las estrellas
Ni se imaginaba que esa dirección sería hacia arriba —60 metros hacia arriba, para ser precisos—. Julia no era la primera que emprendía el angustioso ascenso a una plataforma del tamaño de una puerta. Otros activistas de Earth First! se habían organizado y comenzaron usar esta forma de protesta. Ella llegó cuando terminaba la temporada de activismo, cuando la gente estaba empacando para regresar a casa, y se ofreció como voluntaria para ocupar el árbol durante cinco días… que se convirtieron en dos años. Esos dos años consolidaron un movimiento que había luchado durante años y que estaba comenzando a perder fuerza. La Mariposa en las secuoyas atrajo la atención de millones.
No sólo era el peligro al que se exponía, respiran do el humo de los incendios circunvecinos o desafiando el cerco de doce días que le montaron los leñadores, o los peores inviernos en años, apenas separada de la naturaleza por un toldo de plástico. Fue la apasionada conexión que estableció con el árbol, al que llamó Luna, y su personalidad mediática, lo que provocó que megaestrellas como Joan Baez, Bonnie Raitt y Woody Harrelson se subieran al árbol con ella, y que el baterista de The Grateful Dead, Mickey Hart, organizara un concierto solidario al pie del árbol.
Pero fue su equipo en tierra el que la convirtió en estrella, al crearle una página web, conseguirle un teléfono celular, un teléfono inalámbrico y un panel solar para cargar sus baterías, al contactarla con los medios de comunicación de todo el país y conseguirle entrevistas con periodistas de todo el mundo. Fue su equipo en tierra el que se aseguró de que recibiera la comida orgánica que necesitaba para mantener su dieta vegana (que no incluye alimentos derivados de los animales o que hayan sido probados en ellos), y el que le subió a su plataforma un pastel vegano bellamente decorado en su cumpleaños, y el que retiró sus residuos —todos sus residuos—. Fue gente como Rising Ground, quien se hacía cargo del diluvio de cartas que llegaban —entre 300 y 600 a la semana— y que Julia intentaba responder personalmente.
“Para un grupo tan pequeño, aquello era absolutamente increíble. Fuimos arrastrados por la ola”, admite Van Broekhoven. “Yo estaba fuera de los reflectores —afortunadamente, quizá”.
Foto: EFE
Sin embargo, no hay movimiento sin conflictos. Y éste no fue la excepción. Julia nunca había encajado en el estereotipo del activista de Earth First!: Ella era hija de papá, y su discurso religioso —con su insistencia en “el amor a los enemigos”— no siempre empataba con la combativa ética “sin concesiones” de Earth First!
Las tensiones crecieron cuando el estrellato de Julia comenzó a generar dinero, y ella, no el movimiento, decidía en qué se gastaba. Y aquello explotó cuando, después de meses de negociaciones, Hill aceptó un trato con Pacific Lumber Co., con el que salvaba a Luna y una zona de amortiguamiento con árboles de 70 metros a cambio de 50 mil dólares aportados por donantes privados.
“En ese momento, a mucha gente le molestaba la forma en que todo estaba saliendo”, dice Mikal Jakubal, otro ecologista. “Ella se había convertido en una estrella dentro de un movimiento que supuestamente operaba por consenso; se había convertido en el rostro de un movimiento sin someterse a ninguna clase de consenso o proceso democrático”.
Jakubal fue el primer tree-sitter en Estados Unidos —como se conoce a las personas que, como Julia, permanecen arriba de los árboles durante días, semanas o meses como una forma de resistencia civil pacífica—. Fue en el bosque nacional de Willamette, Oregon, en mayo de 1985. Como activista veterano, Jakubal ha sido testigo de la efervescencia de muchos movimientos políticos, algunos de ellos frustrante y predeciblemente disfuncionales. El movimiento para salvar los bosques no era la excepción.
“Algunos estaban resentidos porque sentían que no habían sido tomados en cuenta para decidir qué puntos de discusión se planteaban ni en qué se gastaban las donaciones que se recibían”, dice. “Había personas que siempre estaban enojadas y que la querían culpar, cuando en realidad la culpa no es de la persona que se convierte en estrella, sino del movimiento que lo permite. Lo que hacían era esquivar su responsabilidad… que es uno de los problemas de los movimientos de izquierda desde los años sesenta”.
A algunos activistas les preocupaba que el pago de 50 mil dólares por un solo árbol y una pequeña área sentara un precedente que el movimiento ecologista no sería capaz de repetir. Mucho de este recelo, también, era mera envidia: había activistas que habían luchado más que Hill —algunos estuvieron un tiempo en la cárcel y sufrieron lesiones físicas—, pero no recibían atención mediática.
A Van Broekhaven le molestaba toda esa grilla, sobre todo cuando la mayoría de los quejosos no había participado en la estructura de protección para Julia. Sin embargo, entendía el sentimiento.
“Había una subcultura dentro del movimiento que sentía que no debíamos negociar con terroristas”, recuerda. “Esta gente estaba violando y explotando el bosque, matando especies a diestra y siniestra, envenenando la región con diesel y herbicidas. Ellos eran considerados por algunas personas como criminales que lindaban con el terrorismo. ¿Cómo negocias con alguien así? Es como negociar con un violador. No dices: ‘Por favor, no me violes’. Simplemente lo detienes y, si es necesario, por la fuerza”.
Julia ha respondido a estas críticas con su ecuanimidad característica. En un intercambio de correos electrónicos que sostuvo conmigo, aceptó responder tres preguntas, y su reflexión sobre esta ruptura con el movimiento fue una de ellas. “Todo el mundo tiene derecho a tener su propia opinión. No pretendo complacer a todos; ése no es el propósito de mi vida. Mi meta es vivir mi vida con integridad y prestar un servicio alegre y amoroso. Intento aprender y crecer con cada experiencia, y luego ponerlo en práctica”.
Foto: JuliaButterfly.com
Defensa del bosque I
En realidad, Hill y los que estuvieron involucrados en el movimiento han seguido con su vida, dejando las contemplaciones sobre las lecciones aprendidas para los académicos. Quizás ella sería la más sorprendida de saber que no sólo su libro, sino el debate en torno a su figura, se convertirían en tema de estudio en algunos cursos universitarios sobre medio ambiente.
Chaone Mallory, profesora asociada de Filosofía de la Universidad Villanova, en Pensilvania, es una de las que enseñan sobre Julia. “Lo que espero que mis alumnos aprendan es la complejidad de estos movimientos y el cuestionamiento que generan, los valores que están desafiando, los valores que encarnan, el significado de qué o quién es Julia Butterfly Hill”, asegura Mallory. “Para algunos siempre ha sido una heroína; es una mujer valiente que se subió a un árbol y vivió allí durante dos años. Y yo estoy de acuerdo”.
Para otros, explica Mallory, ella es una figura problemática, en el sentido de que la cobertura mediática y su propia historia personal sobre–simplificaban el problema y daban una versión aséptica del movimiento.
“Redujo el mensaje a una historia sobre una mujer valiente y un árbol, en lugar de representar a todos los activistas organizados sin jerarquías que se comprometen en la riesgosa y complicada tarea de subirse a los árboles para protestar y que se apoyan unos a otros, no sólo para atraer la atención, sino también para detener y frenar la destrucción de los bosques mientras otros recursos —legales, legislativos— siguen su curso. Esa historia ha sido eclipsada por el rostro mediático de Julia Butterfly Hill”, dice Mallory. “Pero, por otro lado, ella ha sido una figura mediática irresistible que ha hecho que una parte importante de la población examine a conciencia los problemas ambientales desde una perspectiva más amplia, y eso ha sido ciertamente positivo para el movimiento ecologista”.
Foto: JuliaButterfly.com
Sin embargo, para muchos dentro del movimiento, la verdadera historia es mucho más radical, de largo alcance, y desafía los fundamentos de la dominación corporativa y algo más profundo: la sociedad patriarcal que mercantiliza la vida misma. Éste es el aspecto del debate que fascina a Mallory; el que gira en torno al lugar de Julia en el discurso del eco-feminismo, el movimiento social que establece que la opresión de las mujeres y la de la naturaleza están relacionadas.
“Si Julia Butterfly Hill tiene conciencia feminista, no se manifiesta en su discurso, hasta donde yo entiendo”, dice Mallory, quien contrasta el estilo de Hill con el de otra famosa defensora de los bosques estadunidenses, Judi Bari, una sindicalista cuyo discurso feminista despertó el odio de organizaciones antiambientalistas, como el club Sahara. “Pónganle una bomba a esa puta” (“Bomb that crotch!”, en inglés) decía el titular de su periódico, mientras Bari se recuperaba en un hospital de California después de haber sufrido un atentado con bomba.
Durante su protesta, Hill también tuvo su cuota de amenazas de muerte por parte de algunos talamontes. Pero su personalidad era mucho menos amenazante que la de Bari, sostiene Mallory, por lo que fue ella quien se convirtió en un icono popular.
“Es carismática. Es joven y atractiva en el sentido convencional, y es lo suficientemente radical para apelar a cierto ethos de rebeldía americana que desafía a la autoridad”.
La dimensión espiritual
Quería golpear como un animal herido o asustado… Y sabía que si no encontraba una forma de lidiar con mi odio y mi rabia, terminaría ahogada en el miedo, la tristeza y la frustración. Sabía que odiar y golpear me hacían parte de la misma violencia que yo intentaba detener… Así es que oraba.
Julia Butterfly Hill, El legado de Luna
El acercamiento de Hill al ecologismo estuvo influido por su propio talante espiritual, con profundas raíces en su educación cristiana, pero con resonancia en el naciente culto a la Naturaleza que crecía dentro del movimiento.
A Bron Taylor, autor del libro Dark Green Religion: Nature, Spirituality and The Planetary Future, siempre le ha interesado la dimensión religiosa del movimiento ecologista, y piensa que el trabajo de Hill ha sido una de sus manifestaciones. Ella ha sido una inspiración para que otros exploren su conexión espiritual con la Tierra y la Naturaleza.
Taylor se refiere a la hipótesis de la biofilia, desarrollada por E.O. Wilson, que establece que los humanos nacen con un amor innato por la naturaleza: “Es parte de nuestra programación; en la profundidad de nuestros genes sabemos que florecemos en un ecosistema intacto, y es por eso que lo percibimos hermoso”.
Aquellos que tienen grandes experiencias con la naturaleza nos ayudan a evocar ese amor, dice. Ésa es la raíz profunda del ecologismo. Y Julia Hill era un reflejo de esto.
Hace tiempo, la hija de Taylor le escribió a Julia y ella respondió con un poema y algunos dibujos. “Mi hija es una ecologista apasionada”, dice Taylor. “Estas experiencias juegan un papel fundamental en la formación de las personas, al evocar su imaginación moral y orientarlas en cierta dirección. Sería interesante descubrir cuántos de los jóvenes que rondan los 20 años mencionan la protesta de Hill como una inspiración importante en su desarrollo como ecologistas”.
Cuando la gente le preguntaba qué podía hacer para promover el cambio, ella respondía: “¿Cuál es tu árbol?”, como una especie de metáfora para preguntar por el objetivo y la pasión de sus vidas, recuerda Chris Oller
Para otros, su enfoque espiritual es muy light, reconoce Taylor: “Algunos dirían que la espiritualidad de Julia es, o se ha convertido en, un asunto New Age —‘cambia el mundo con amor y deshazte de actitudes hostiles’—, en contraste con el énfasis político del ‘tenemos-que oponernos-políticamente-a-los-destructores, detener-la-destrucción-desde-la-raíz’”.
Sin embargo, insiste en que las dudas de aquellos que han escuchado o conocido a Hill se han evaporado. “Algunas personas que han sido críticas con ella por algunas de estas razones me han dicho, después de verla y escucharla hablar: ‘Bron, ella es la onda’. Con lo que en realidad están diciendo: ‘Ella de verdad se la cree, realmente lo siente’”.
Para Taylor, el hecho de que Hill siga usando su celebridad en favor de las causas que le importan habla bien de ella. “Ya han pasado más de diez años desde su gran fama, pero con una notoriedad mucho más modesta, sigue trabajando con pasión por el medio ambiente y la justicia social; sigue haciendo cosas buenas con lo que ha recibido[…] Tengo una buena impresión de todos los que están buscando mover los resortes del cambio social”.
¿Cuál es tu árbol?
Desde que terminó su acto de resistencia civil sobre aquella secuoya, Hill ha seguido desarrollando distintas iniciativas que buscan mover los resortes de cambio desde la intimidad de las personas. Cuando bajó, la llevaron a Nueva York para que la entrevistaran en el Today Show (popular programa matutino de televisión en Estados Unidos, al aire desde 1962) y en las revistas más prestigiosas, participó en conferencias y comenzó a interpelar a los que la escuchaban.
Durante años, cuando la gente le preguntaba qué podía hacer para promover el cambio, ella respondía: “¿Cuál es tu árbol?”, como una especie de metáfora para preguntar por el objetivo y la pasión de sus vidas, recuerda Chris Oller, uno de los líderes de la organización que Julia, junto con otros miembros de su grupo Circles of Life, fundó el 22 de abril de 2007 —el Día de la Tierra— en Denton, Texas. Su objetivo es ayudar a que las personas encuentren el compromiso y la pasión de su vida, junto con la fuerza para ponerlo en práctica. El nombre del grupo refleja el desafío: ¿Cuál es tu árbol? (What’s Your Tree?).
Las historias de las personas y organizaciones que han sido tocadas por Hill y por las iniciativas como ésta podrían llenar otro libro. Milena Fraccari, de la aldea italiana de Rivarolo Manovano (cerca de Milán), encabezó a un grupo de maestros que impidieron la instalación de una planta de biocombustible en su pueblo; en São Paulo, Brasil, Carina Lucido asegura que Julia la ayudó a descubrir el valor de la Tierra y el sentido de su vida; Shadia Fayne-Wood, de Oakland, California, encontró en Julia el apoyo moral y logístico que necesitaba para sostener Project Survival Media, una red de periodistas dedicados a documentar el cambio climático. Y en Cuernavaca, México, Ingrid Castrejón, una ingeniera que había trabajado en el campo petrolífero, está preparándose para cambiar el mundo con la guía y la inspiración de su mentora, Julia Butterfly Hill.
Castrejón, nacida en la ciudad de México, estudió ingeniería en el Tec de Monterrey y en la Universidad de Nuevo México, y era una apasionada de la aventura: escalaba en roca y hacía rafting en ríos. Así es que cuando tuvo que conseguir empleo, se quedó perpleja. Sabía que no quería un trabajo de oficina en la ciudad de México, donde tendría que vestirse de manera formal, maquillarse y usar tacones. Entonces vio un anuncio de reclutamiento de Schlumberger, una de las compañías de explotación de gas y petróleo más importantes del mundo.
“[El anuncio] presentaba un bello desierto, un glaciar, el océano, una brecha en medio del bosque, y decía: ‘El único camino a tu oficina ni siquiera es un camino’”, recuerda Ingrid. “Decidí tomarlo”.
Tuvo tres meses de entrenamiento en Egipto y se convirtió en una exitosa ingeniera petrolera con muy buenos ingresos, que viajaba por todo el mundo. Sin embargo, no se sentía feliz. De hecho, se sentía miserable. “Regresaba a casa, después de perforar un pozo y me echaba a llorar”, recuerda. Finalmente renunció al trabajo, empacó sus cosas y se mudó a Boulder, Colorado.
Entró a un ashram a practicar yoga y meditación. Consiguió un contrato para trabajar en una compañía de energía solar y fue a una conferencia de Bioneers, una organización que promueve la sustentabilidad y la justicia social. Ahí comenzó a entender las dimensiones de la crisis humanitaria y ecológica que enfrenta el planeta.
“Durante el primer año de mi despertar, sufrí mucho”, reconoce Castrejón. “Sentía que había estado dormida durante tanto tiempo que tenía que volver a aprenderlo todo. Y sentía mucho rencor y odio; no era una persona feliz… porque estaba consciente de lo que estaba pasando. Recuerdo que le platicaba a una amiga que yo quería ayudar a crear un mundo más amable, pero tenía tanto odio en mi corazón que no podía”.
Foto: JuliaButterfly.com
En 2009 asistió a un simposio titulado Despertando al soñador, cambiando el sueño, donde vio un video en el que Julia Hill relataba la misma paradoja que ella estaba viviendo y hablaba de la necesidad de olvidar el rencor y actuar desde el amor, así es que empezó a interesarse en el trabajo de Hill. Conoció a Tatiana Tilley, una persona relacionada con los organizadores del simposio, se convirtió en una de las facilitadoras del proyecto Despertando al soñador, y terminó fundando un grupo What’s Your Tree?, en Cuernavaca. Ahora se ha convertido en la coordinadora de la organización Four Years.Go en México, cuyo trabajo también busca acelerar el desarrollo de un paradigma sustentable, y desarrolla estrategias para replicar el grupo en otros países. Debido a su perfil de trabajo, Castrejón fue elegida entre diez de los líderes que reciben apoyo de otra de las iniciativas de Julia, The Engage Network, una red que impulsa la solidaridad y el liderazgo para el cambio social y que está muy ligada al grupo What’s Your Tree?
Una de las cosas más importantes que ha aprendido de Julia, dice Castrejón, es que el dolor por el que ha pasado en su proceso de aprendizaje, es normal. “Su corazón se ha roto en pedazos muchas veces”, dice. “Cuando eso pasa, su capacidad de amar crece aún más. Y ella me ha enseñado cómo hacerlo”.
Milena Fraccari trabajaba en una agencia de publicidad y buscó a Julia Hill para que participara en una campaña que estaba desarrollando. Nunca se imaginó que ese encuentro cambiaría su vida. Fundó un grupo What’s Your Tree? en su pueblo, en el norte de Italia, y tuvo enorme trascendencia. “Los maestros se preocupaban por sus alumnos desde el punto de vista profesional, pero no se involucraban en temas medioambientales”. Después de que se fundara el grupo, esos diez profesores comunes y corrientes cambiaron radicalmente. Ahora son diez súper activistas de su pueblo”.
El primer proyecto de los maestros fue evitar que una planta de biocombustibles se estableciera en su localidad. No sólo les preocupaban los graves efectos que pudiera causar sino la sustentabilidad de una tecnología que, en lugar de usar la tierra para cultivar para la alimentación, la usa para cultivos que se quemarán como combustibles, dice Fraccari. Los maestros también introdujeron temas medioambientales en el programa escolar, que enseñarán a los niños a ser verdaderos ecologistas en su familia.
La influencia de Hill en Italia comenzó con Fraccari pero fue infecciosa. “Una vez que la semilla está en tu mente, comienzas a pensar”, dice. “Cada uno de nosotros puede ser Julia Butterfly Hill; dentro de cada uno de nosotros hay un activista. No necesitas subirte dos años a un árbol. Podemos tomar decisiones en nuestra vida cotidiana. Eso es lo que significa la experiencia de Julia”. m
Traducción: José Miguel Tomasena
3 comentarios
Que inspirador. No conocía
Que inspirador. No conocía esta historia, pero me da mucho gusto que hagan que las cosas pasen, que se den cuenta que las cosas no son como deberían de ser y que por medio del amor traten de cambiar esas situaciones que dañan a la natrualeza y a nosotros mismos. Desde hoy admiro su trabajo y espero que las personas podamos aprender a tener una conciencia más profunda en todos los sentidos.
Me parece extraordinario el
Me parece extraordinario el articulo publicado sobre “LA MUJER QUE VIVIO DOS AÑOS EN UN ARBOL”. Me parece que la lucha que inicio Julia Butterfly para salvar los arboles milenarios en peligro de ser derribados es de muy importante.
Por otro lado me conmueve la postura de JuliA de hacer una lucha NO VIOLENTA
Sorprendente no cabe duda.
Sorprendente no cabe duda. Pero Julia es la viva estampa de la filosofia de San Agustín: “ama y después has lo que quieras”.
Gracias Mosuro por compartirme este artículo. Creo que actitudes como estas
no dan cabida sino a la endogénesis en los corazones que tienen la fortuna,como yo, de conocerlas.
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