Simplemente portentosa

Simplemente portentosa

– Edición


En el origen fue el cine. Y en el origen del cine fue Georges Méliès. Y en el origen de La invención de Hugo Cabret, el libro, está la pasión de Brian Selznick por el cine y la figura de papá Georges, el padre de la ficción cinematográfica. Martin Scorsese leyó el libro en una sentada, y “fue una de esas experiencias…”. La película que ahí nació (y en cuya producción participó Johnny Depp) no es menos. Es una de esas experiencias que sólo el cine puede proveer: sueños a plena luz.



            La invención de HugoCabret sigue los pasos de Hugo (Asa Butterfield), un chamaco que vive solo en una estación de trenes parisina. Un mal día, mientras trata de robar un ratón mecánico de una juguetería, es atrapado por su propietario, papá Georges (Ben Kingsley). Éste le quita al niño un cuaderno que es muy importante para él y, para recuperarlo, ha de trabajar para el juguetero. Hugo necesita piezas para hacer funcionar a un autómata que puede escribir, y del que espera un mensaje de su padre. Mientras tanto, conoce a una ahijada de papá Georges, Isabelle (Chloë Grace Moretz). Ella tiene una llave que sirve para dar cuerda al autómata. Y cuando éste funciona, hace un dibujo en el que aparece la firma de Georges Méliès. Y la aventura inicia.


             Martin Scorsese abre la cinta con un plano que es un verdadero prodigio (y que hace recordar el que cierra Shine a Light). La cámara vuela sobre París, entra en la estación, recorre los andenes y se detiene justo frente a un reloj, detrás del cual descubrimos a Hugo. En adelante los prodigios con la cámara se multiplican y se magnifican gracias al uso provechoso del 3D (pocas películas emplean con tanto sentido y fortuna esta herramienta, es justo comentar): Scorsese ubica la cámara en ángulos inverosímiles, juega con las dimensiones de personas, objetos y espacios y explota las posibilidades de la profundidad propias del 3D. A esto hay que sumarle la calidez que aportan las luces de Robert Richardson y las músicas de Howard Shore. De esta forma consigue un deslumbramiento constante y hace avanzar con agilidad y emotividad el relato.


            Y el relato da cuenta de las contrariedades que vive Hugo, un personaje empecinado y obsesivo, de esos que tanto le gustan a Scorsese. Éste plantea cuestionamientos sobre el propósito de la vida y la desazón que se instala cuando hay un extravío; la angustia que supone lidiar con la soledad no buscada y menos comprendida. Y Hugo recibe una ayuda de la infancia del cine, de las películas protagonizadas por Harold Lloyd, Buster Keaton y Charles Chaplin. Y de las películas de Méliès, por supuesto. Scorsese muestra cómo el cine, esa fábrica de sueños que él tanto ha ayudado a crecer, es un medio privilegiado para la vida. Al final Scorsese entrega dosis abundantes de magia (como Méliès) y hace un conmovedor homenaje al cine. Hace más: una declaración de amor que resulta… simplemente portentosa.



Texto publicado en el suplemento Primera Fila del periódico MURAL el viernes 27 de enero de 2012

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