Lorena
Eduardo Quijano – Edición
Todavía no lo creo: la mayor exponente nacional en el escenario deportivo universal anuncia un repentino adiós. Una joven de 28 años, con 157 semanas consecutivas como número uno de la LPGA, 27 torneos ganados, 4 veces considerada la Mejor Jugadora del Año, dos Masters en su bolsa. Como ninguna otra atleta mexicana contemporánea -tal vez sólo Ana Gabriela Guevara-, su figura marcó un parteaguas definitivo en el impacto social y mediático de este deporte de perfil elitista. Antes de Lorena, golf era una expresión ausente en nuestro vocabulario y un negocio diminuto. Hoy su nombre traduce los más altos códigos de exigencia individual, capacidad competitiva, temple y actitud mental que se requieren para alcanzar la cúspide. Más que admiración por la impresionante aventura individual de la tapatía, el hondo reconocimiento a sus virtudes humanas, difícilmente replicables en atletas exitosos. Mientras se situaba como la mejor golfista del mundo, Lorena construyó, con sobriedad, buen humor y acciones solidarias, un perfil prácticamente irrepetible en nuestro ámbito. En su vida pública, ha privado la humildad de quien sabiendo lo que tiene y quiere, lo comparte. Por mucho tiempo guardaremos vivos los rasgos de su grandeza deportiva: potencia en los greens, perseverancia y consistencia en el manejo del bastón, sutil encanto. Pocas trayectorias individuales han generado en tan poco tiempo el nivel de trascendencia deportiva – y por supuesto económica: más de 14 millones de dólares de ganancias en torneos- como la de Lorena. Es hora de hacer una pausa para su vida familiar. Algo me dice que no resitirá la tentación de regresar.
1 comentario
Algo me sabe mal de este
Algo me sabe mal de este adiós de Lorena. Aunque es difícil hallar el origen del resabio porque uno la ve lagrimeando en la conferencia de prensa y se recuerda que es intachable. La memoria no me alcanza para acordarme de quien dijo que la fuerza de una vocación es lo único capaz de igualarse a las pasiones arrebatadoras.
Por ello, con Lorena uno se queda a medias. Siente que le faltó el hambre voraz de aquellos talentos naturales que quieren lacarse en su deporte hasta que su nombre sea epónimo de la disciplina.
Los medios, por su lado, desperdiciaron -otra vez, como con Ana Guevara y el atletismo- la oportunidad de ampliar sus opciones, de diversificar los gustos. Creo que son coyunturas para convocar la atención y lograr que, cuando la figura se jubile, permanezca un público amplio que siga el deporte por afición y ya no por nacionalismo.
¿Son esos triunfadores, como Lorena, los que nos deben enseñar que los pequeños logros son los perdurables? ¿Que estamos todos necesitados de regresar a lo esencial? Lo siento. Yo no soy partidario de esto. La hubiera preferido dejando más hazañas en los greens y con desaguisados en la vida personal.
Al encaminarse a los éxitos privados, se incapacitó para inspirarnos.
Un gran abrazo. Felicidades por tu blog.
JNR
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