HISTORIAS REDONDAS 6
Eduardo Quijano – Edición
Mundo Balón: ¿sólo evasión?
(Publicado en Mural, 13/06/2010)
El planeta se ha sumergido en el delirio del balón. ¿Cuántas experiencias alberga un mundial de futbol que se parece tanto a nuestro mundo? Todas: excesos, celebración, ocio, tedio, fatalidad. Y, por supuesto, el señuelo de una batalla final que redime o condena. Este deporte está hecho a nuestra semejanza. Es como somos: egoísta, injusto, anárquico y despiadado. En la balanza de los acontecimientos deportivos ninguno con el peso económico y simbólico del Mundial de fútbol. Imposible intentar explicaciones originales sobre su encantamiento. Ocioso repetir las cifras económicas de consumo que no tienen parangón con ningún otro evento lúdico. Un Mundial no es solamente el mayor espectáculo deportivo del mundo globalizado, sino el prototipo casi perfecto de los poderes fácticos: rentable, sin fronteras, absorbente, inmensamente rico y dispendioso. No es sólo su gigantesca cobertura (más que Internet, redes sociales, celulares, sin distingo de formas de gobierno), sino su arraigo social, la manera en que lo hemos incorporado a nuestra existencia.
El Mundo-Balón es una superstición masiva con intereses concretos; triunfo del autoritarismo antidemocrático de la FIFA y tsunami emocional en los corazones. Entretenimiento empaquetado para el gozo colectivo, es verdad, pero en otro sentido, el fútbol más que un juego es una patria para cualquiera, tal vez porque en ella caben todos, con ilusiones incluidas.
Mientras los patrocinadores venden zapatos deportivos, playeras, cervezas, pantallas de televisión, celulares, pan y refrescos, 32 equipos entre las 208 federaciones que conforman la FIFA , convocan a la multitudinaria reunión de naciones, religiones y credos políticos. Dentro y lejos de los estadios, cerca de la miseria africana, con huellas de las vecindades en Honduras, Grecia, Ghana o México, el balompié es alboroto nacionalista pintado en los rostros. En la biografía de cada quien, sedante o detonador. Sólo para quienes aman el juego, el Mundial es la estación suprema de sus bienamados. Escenario para conciliar las fantasías de Messi con las ilusiones depositadas en un conjunto mediocre. pero nuestro. Como ninguno, es el momento de los jugadores, la puerta de entrada al paraíso de los talentos. Una inmensa pantalla nos mantiene atentos: promesas, historias insólitas, nombres, memorias e imágenes que serán referencia del futuro.
Desde hace décadas aparecen por estas fechas sesudas alertas sobre las capacidades alienantes de balompié advirtiendo que la realidad social queda suspendida entre paréntesis a causa del Mundial. Que el fútbol es el opio de los pueblos. Que los pueblos (y mientras más pobres y sumisos más fácilmente) se olvidan de todo para someterse a una fiesta deportiva que los aleja y distrae de sus verdaderos problemas y que no existe mayor interés que el Mundial. Me alegraría que algo así fuera posible, pero nada de eso ocurre.
Seguirán el recuento de asesinatos masivos, las catástrofes ecológicas y la parálisis gubernamental; la inseguridad y el desempleo estarán ahí tanto como las víctimas del crimen organizado; por desgracia, ninguno de los verdaderos problemas se acaban para nadie por un Mundial de fútbol. La inestabilidad de los mercados y las amenazas de una nueva crisis mantendrán su poder sobre la economía de los países y los ciudadanos, ignorando cuántos goles anote el Chicharito Hernández.
Lo que cambian son los pretextos para desahogarse o trabajar menos, para no ir a la escuela, para llegar tarde a la cita o para alargar la charla con los amigos. Lo demás, el gris rutinario que machaca la vida de las mayorías, apenas se modifica con el colorido de un partido inaugural o el triunfo de nuestra selección. La pomada redentora dura unas horas o cuando mucho semanas. Pero luego todo, demasiado pronto, vuelve a lo mismo.
Una vez el Mundial fue simplemente un juego con el balón. De eso se trataba. Hoy ha crecido a una escala inimaginable: los 500 canales de televisión alcanzarán con los 64 partidos transmitidos una audiencia estimada en más de 26,000 millones de espectadores en 210 países. Más allá de los sueños y los miedos, con todo su inmenso poder para la evasión placentera, el futbol es apenas un respiro de entretenimiento, pequeña dosis de felicidad en medio de una realidad complicada. Esa magia que nos convoca es pasajera: cuando despertemos, la realidad seguirá ahí.