Vicente Rojo: El artista eterno

Rojo llegó a México como refugiado durante la Guerra Civil Española. Foto: Luis Ponciano

Vicente Rojo: El artista eterno

– Edición 469

El diseñador gráfico y artista plástico fue distinguido con el Doctorado Honoris Causa que le entregó el Sistema Universitario Jesuita. Se reconoció, así, la trayectoria de un creador indispensable para la cultura mexicana, pero también una obra que tiene su eje en una constante voluntad de transformar la realidad

Hablar de Vicente Rojo no es poca cosa. La trascendencia que han tenido sus publicaciones y su obra plástica en la historia reciente de México constituye una parte esencial de la forma en que entendemos la cultura y el arte de la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI. En virtud de ello, el pasado 22 de febrero el diseñador gráfico, pintor y escultor recibió, en las instalaciones de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, el Doctorado Honoris Causa que otorga el Sistema Universitario Jesuita (SUJ). El grado fue entregado a Rojo por David Fernández Dávalos, sj, Rector de la Ibero CDMX-Tijuana, en representación de las instituciones que conforman el SUJ, así como la medalla con la leyenda Tradidit Deus mundum disputatione (“Dios puso al mundo para ser pensado”).

En el acta oficial se lee, acerca del trabajo de Rojo: “Su obra escultórica y pictórica refleja la densidad sustancial del México moderno visto desde la mirada extrañada de quien, por voluntad, decide radicar su destino en estas tierras y en esta luz. Es un referente del diseño gráfico y editorial, entendido como apropiación inconforme de una realidad por transformar, en la mejor expresión de la capacidad humana, posición de gran cercanía con la misión de las universidades jesuitas de nuestro país”.

Durante la ceremonia, Luis Arriaga Valenzuela, SJ, Rector del ITESO, hizo notar que Vicente Rojo fue un “protagonista muy señalado del proceso que permitió la eclosión de las nuevas generaciones de artistas que habrían de renovar el panorama cultural de un país cada vez más plural, más joven y dinámico”, y que el aporte de su obra radica en que es capaz de “hacer oír voces que no fueran sólo las del nacionalismo revolucionario, tan útiles en su momento, pero ya incapaces de dar cuenta de nuestra efervescente diversidad. Vicente Rojo revolucionó el arte mexicano, vinculó los desarrollos técnicos de su tiempo con la esencia del diseño y ha sabido compartir todo esto con quienes ha vivido tantas aventuras creativas”.

Arriaga Valenzuela, SJ, recordó también que la fundación de las escuelas de Historia de Arte y de Comunicación de la Ibero fue una manera de acompañar el movimiento de renovación propuesto por Vicente Rojo y sus contemporáneos. Los nuevos paradigmas presentados por artistas que, junto a él, dieron forma al movimiento que se conocería como La Ruptura, fueron la base para las nuevas propuestas pedagógicas en las áreas creativas de las universidades jesuitas.

Vicente Rojo Generación de la Ruptura: Juan Soriano, Alberto Gironella, Manuel Felguérez, Roger von Gunten, Lilia Carrillo, Vicente Rojo, Juan Martín, Fernando y Juan García Ponce, Francisco Corzas y Gabriel Ramírez Aznar. Tomado del libro Tiempos de Ruptura (2000). Foto: juangarciaponce2023

Una vida dedicada al arte

Vicente Rojo considera que tuvo dos infancias: la primera, en su natal Barcelona; la segunda, en México, cuando, como dice en su diario, “la vida se me iluminó. La luz me deslumbró, y ese deslumbramiento sigue acompañándome hasta la fecha. En México encontré la libertad (o al menos mi libertad)”.

Nacido en marzo de 1932 en la capital catalana, Rojo llegó a nuestro país en calidad de refugiado político luego de terminada la Guerra Civil española y tras la instauración del régimen franquista, y decidió hacer de esta nación su casa y su estudio de trabajo.

Por sus propias palabras se sabe que su formación artística fue asumida con esta nueva nacionalidad, considerándose a sí mismo un joven mexicano con sed de aprendizaje. Y aunque comenzó sus estudios de pintura en 1946, apenas unos años antes de hacer la travesía oceánica que lo traería a México, no fue hasta que pisó estas tierras, en 1949, que dio el siguiente paso y continuó sus estudios en artes.

Antes de su educación formal, y debido a la precaria situación económica de la familia Rojo, Vicente comenzó a tomar clases de dibujo al carbón, realizando representaciones de esculturas. A sus 13 años comenzó como aprendiz de un taller de cerámica, mientras se formaba tomando clases de escultura en barro, historia del arte y perspectiva. Desde esa edad comenzó a desarrollar una necesidad que lo acompaña hasta la fecha: tener entre sus manos papeles, lápices y demás materiales con los que poco a poco ha ido plasmando su vida como artista.

Rojo cuenta en su Diario abierto (ERA, 2013): “Recién llegado a México y gracias a Federico Álvarez conocí a Miguel Prieto, un manchego hermoso por fuera y por dentro, pintor y tipógrafo. Él fue mi primer maestro y no sólo en el diseño gráfico, sino y sobre todo en el ordenamiento de la incierta vida que yo había tenido hasta entonces”.

Luego de estar seis meses en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado, conocida como La Esmeralda, comenzó a tomar clases en la academia particular de Arturo Souto, donde asumió la pintura como un oficio y comprendió uno de los principios que llevaría consigo a lo largo de su obra: que los colores no existen de manera independiente. “Un azul, por ejemplo, no es igual si está junto a un rojo, a un verde o a un ocre. El color se convierte en otro”.

Esta etapa de formación también le confirió la certeza de que, en sus obras, su intención como creador ha sido llenar un vacío, poniendo especial interés en descubrir cómo se lleva eso a cabo y volcando esta reflexión en su proceso creativo. Es el proceso mismo el que, a ojos de Vicente Rojo, le ha dado sentido a su labor, más que la obra en sí. “Cualquier aproximación que yo haga [a mi trabajo] será siempre tantear dentro de un laberinto de sombras del que intento encontrar la salida, aun sin saber cómo entré en él”, escribe.

En 1954 empezaron sus primeras colaboraciones con medios nacionales, cuando le fue encomendado el diseño de la revista Artes de México, así como el de otras publicaciones dedicadas a la cultura, como la editada por el Instituto Nacional de Bellas Artes y la de la Universidad Nacional Autónoma de México. A partir de entonces, su fructífera carrera cuenta con un amplio cuerpo de obra que incluye pintura, diseño gráfico y escultura. También comenzó a exponer su trabajo, tanto en México como en el extranjero, a partir de 1958.

Una de las más significtativas aportaciones de Rojo a la cultura mexicana fue la creación de la editorial ERA —cuyo nombre es un acróniomo de los apellidos de sus fundadores: Espresate, Rojo y Azorín—. Ahí diseñó la que probablemente sea su portada más famosa, la que hizo para la primera edición de la novela Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. En una nota publicada por El Heraldo de Barranquilla, Colombia, Rojo narra que recibió de la mano del autor el manuscrito para ilustrar la portada. “Fui uno de los primeros en leer la novela y me di cuenta de que era un compromiso muy fuerte”, recuerda. El artista cuenta que se inspiró en los rótulos de negocios de barrio en México, resaltando los colores básicos: azul, rojo y negro.

Vicente Rojo Portada de la primera edición de Cien años de soledad. Foto: Cortesía Muac.

Otro hito fue su intervención en la concepción del diario La Jornada, publicación que nació en septiembre de 1984, luego de que varios periodistas salieran de unomásuno. En el grupo de artistas que respaldaron la creación de La Jornada estaban Rojo, Rufino Tamayo, Francisco Toledo y Gabriel García Márquez. El ideal de ese nuevo periódico, marcadamente de izquierda, constituyó un contrapunto a los modos en que se venía haciendo periodismo en México, y a la fecha sigue siendo uno de los diez diarios más leídos del país.

Rojo ha tenido más de cien exposiciones individuales, tanto en México como en España, Estados Unidos, Cuba, Colombia, Panamá, Alemania y otros países. En Ciudad de México cuenta ya con cuatro exposiciones retrospectivas, en el Museo Universitario de Ciencias y Arte (1973), el Museo de Arte Carrillo Gil (1990) y el Museo de Arte Moderno (1981 y 1996).

En 1991 recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Bellas Artes, junto con Mario Lavista y Ricardo Legorreta. Ese mismo año, Fernando del Paso fue acreedor del galardón en el área de Lingüística y Literatura. Entre la lista de sus logros y condecoraciones está también su elección, en 1994, como miembro de El Colegio Nacional; en 2006 recibió la Condecoración de la Encomienda de la Orden de Isabel La Católica por parte del gobierno español; dentro del marco de la Feria Nacional del Libro, de León, Guanajuato, recibió en 2012 el Reconocimiento Compromiso con la Cultura. Es poseedor también de la Presea fic, otorgada por el Festival Internacional Cervantino; la Medalla José Guadalupe Posada, de la Bienal Internacional del Cartel; y la Medalla al Mérito Cultural Carlos Monsiváis, que entrega Ciudad de México a trayectorias destacadas. Actualmente, Vicente Rojo es representado en la capital del país por la Galería López Quiroga, en cuyo catálogo figuran artistas como Manuel Felguérez, Pedro Coronel, Rufino Tamayo y Francisco Toledo.

 

La Ruptura

Durante la década de los cincuenta, la crítica de arte Teresa del Conde forjó un nuevo concepto para referirse a los artistas de la época que, desde su trabajo creativo, reaccionaron a la propuesta hegemónica de quienes eran conocidos como los protagonistas de la Escuela Mexicana de Pintura. En el libro Un siglo de arte mexicano 1900-2000, Del Conde utilizó por primera vez el concepto Generación de la Ruptura. Entre los artistas que la integraban se cuenta al mismo Vicente Rojo, así como a Beatriz Zamora, José Luis Cuevas, Lilia Carrillo, Juan Soriano, Pedro Coronel y Manuel Felguérez, entre otros.

Una de las características que definen el trabajo de estos artistas es la creación de un estilo particular, alejado del nacionalismo de izquierda y revolucionario tan anquilosado de sus predecesores, entre quienes se encuentran David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera y José Clemente Orozco; de ahí el nombre que se dio a esta generación. Los representantes de la Ruptura apostaron por acercamientos más abstractos y apolíticos en su obra, dándole la espalda además al estándar que se consideraba la más alta expresión del arte mexicano: el muralismo.

Más que un grupo unido y bien definido con un manifiesto declarado, fueron individuos que se relacionaban de forma irregular e inconstante, aunque sostenían, por lo general, un trato cordial. Otra característica que hacía de eje rector fue la adopción de una estética que abrazaba lo abstracto o lo neofigurativo, a manera de resonancia de las tendencias vigentes en Europa y Estados Unidos en esa época.

Respecto a la denominación de esta generación de jóvenes artistas, Rojo opina que el nombre no le parece del todo afortunado. Según escribió, él habría preferido que se hablara, más que de una ruptura, de una apertura, “de una búsqueda de nuevos cauces expresivos, de lenguajes visuales heterogéneos”. De acuerdo con el artista, este grupo generó obras que desde lo personal agitaron el panorama del canon mexicano, desafiando, desde su contrapropuesta, lo dicho en algún momento por Siqueiros: “No hay más ruta que la nuestra”, con la peculiaridad de que cada uno de los pertenecientes a la generación de Rojo trazó, de manera innovadora, su propio camino para derrocar dicha máxima.

Vicente Rojo Jaque mate, 2010. Foto: Cortesía Muac.

En lo que se refiere a su obra personal, Vicente Rojo se propuso a sí mismo que su trabajo fuera visto por los demás y generara una revaloración de “lo primitivo”, en sus aspectos originales más creativos. “No me queda claro si lo que quisiera hacer es volver a los orígenes o de nuevo partir de ellos, pues en ellos a veces se halla lo más profundo, una determinada idea de comunión que nuestros demonios han pervertido”, anota en su Diario abierto.

Desde esta perspectiva, su contribución a la generación a la que pertenece fue la de utilizar la geometría como un lenguaje que apelara justamente a ese origen. Los cuadrados, círculos y triángulos se convirtieron, en las manos de Rojo, en una especie de alfabeto, que al momento de combinarse comienzan a dibujar la historia que él quiere contar, alejada de la historia oficialista. De esta manera, cada una de las partes que conforman una pieza de Vicente Rojo es una pieza de rompecabezas, un juego en el que cada componente tiene un valor unitario, pero que se lee desde el conjunto.

“Por herméticas o ambiguas que quisiera que fueran mis obras, aspiro a que mis pinturas y esculturas tengan la virtud de reflejar, como en un juego de espejos, dos soledades, la del creador y la del posible espectador, un reflejo que le permita a éste reinventar la obra, decidir sus emociones propias e incluso alterar la intención del autor. Así es como yo he sentido, frente al arte profano, la necesidad de arrodillarme y llorar, y frente al sagrado, la de bailar, si supiera hacerlo”.

 

Una obra creada en libertad

Al recibir el Doctorado Honoris Causa, Vicente Rojo tuvo oportunidad de dirigirse a la comunidad estudiantil de las universidades confiadas a la Compañía de Jesús, dando un mensaje acerca de la libertad como eje rector para la creación y el entendimiento y la aceptación del otro.

“La libertad me ha permitido colaborar con personas de diferentes opiniones a las mías, sean ideas estéticas, políticas o religiosas”, expresó al recordar la etapa en la que se alejó de la Iglesia durante la dictadura franquista, aunque no así de los católicos que le brindaron apoyo a él y a su familia durante esa época.

El artista compartió con el público presente que su indomable conducta republicana tomó fuerza hace 70 años, al llegar a México, donde sintió “que volvía a nacer y me sentí libre”. Y agregó que, aunque el reconocimiento lo tomó por sorpresa, considera que su trabajo en las artes plásticas y el diseño coincide con la visión jesuita, toda vez que contribuye al logro de una sociedad más justa, solidaria, libre, incluyente y pacífica.

Vicente Rojo Discos visuales (1968), de Vicente Rojo y Octavio Paz

Al referirse a su obra, Rojo habló de la importancia de las contradicciones, comenzando por la que se suscita entre el diseño y la pintura. Dijo que, si bien son opuestos, ha sabido trabajar con ellos para continuar creando, “pues me atrevo a pensar que sin contradicciones sencillamente no existe la obra de arte, ni la literatura ni la música ni el teatro ni la arquitectura […] y si me extiendo, tampoco la vida”.

“Mientras con el diseño siempre he tenido los pies en la tierra, con la pintura y la escultura no he seguido esos mismos pasos, en lo más mínimo; nunca he tenido claridad, siempre estoy envuelto en dudas, sumido en laberintos o preguntas para las que no encuentro respuesta”.

Para ejemplificar la riqueza del arte, Rojo utilizó las palabras del poeta kurdo Yașar Kemal: “La misma canción suena de noche de una forma y de día de otra. No la canta igual un niño que una mujer ni un joven que un viejo. Parece distinta si se canta en la montaña que si se canta en el prado, en el bosque o junto al mar. Es una por la mañana y otra a mediodía, es una por la tarde y por la noche es todavía otra más”.

Así, el laureado equiparó su obra a una canción, y dijo que si él ha tratado siempre de susurrar, ha habido siempre alguien que pusiera esa canción con un sonido mayor. “Si trato de ahondar en la canción, me doy cuenta de que lo que la define no es solamente la poesía, sino, de igual modo, la creación y la libertad”, dijo y añadió: “Como iluso que soy, me gusta la idea de haber cantado esa canción libremente a lo largo de todo mi trabajo, y si así lo he podido hacer, es porque he estado siempre extraordinariamente acompañado”.

Vicente Rojo Maqueta “El payaso”, de la serie Circo dormido, 1994.

Rojo habló también de la disciplina por la que es conocido por muchos: el diseño gráfico. Rememoró sus primeros estudios de diseño, haciendo saber a la audiencia que fue precisamente su herencia democrática la que lo llevó a abordar este tipo de expresión. Explicó que con frecuencia se entiende el diseño gráfico como un arte menor, o, como es su caso, un arte aplicado, en el sentido de que tiene una finalidad definida y busca alcanzar un objetivo claro, y muchas veces económico, en un tiempo limitado.

 

“Es algo muy preciso que todo diseñador debe conocer […] pues el diseño también debe ser un canto capaz de atraer a su destinatario. Un lector, si es un libro, una revista o un catálogo, o un espectador si se trata de un cartel para una exposición o para una película”. En este sentido, Rojo defendió el diseño gráfico explicando que no es una tarea menor: “A mí me ha permitido tener los pies en la tierra y, desde mi timidez de antaño, comunicarme con los demás”.

Para cerrar su discurso, el artista aprovechó para agradecer a su amigo, el novelista, ensayista y crítico Juan García Ponce, quien lo ha acompañado con su trabajo y con su ejemplo en todas sus exposiciones. Rojo recordó cómo, una vez, al visitarlo en su casa y preguntarse el uno al otro sobre sus vidas y sus estados de salud, García Ponce le dijo: “No te preocupes, Vicente, somos eternos”. .

[Con información de Iván Cabrera, de ibero.mx]

Vicente Rojo

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