Por un cine sin etiquetas

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Por un cine sin etiquetas

– Edición

Siempre me ha disgustado que a algunas películas se les cuelgue la etiqueta de “cine de arte”. Porque en todo caso, todo cine lo es. Pero sobre todo porque alimenta los prejuicios. ¿Qué tal que el cinero ocasional resulte buen consumidor? Tal vez esto nunca lo sabremos

 

De acuerdo a lo que puede leerse en el espacio cibernético que el cuasi monolpolio de salas cinematográficas mexicanas dedica a los espacio físicos que denomina “Salas de arte”, el objetivo de éstas es “la exhibición de una oferta fílmica diferente y alternativa para satisfacer la demanda de un público ávido de otras opciones”. En esta rimbombante diferencia se engloba, de forma indiferente, todo lo que cabe en el mal llamado “cine de arte”. Ciertamente las películas que por ahí circulan eluden muchas de las prerrogativas que llenan el 99.9 por ciento de las salas restantes: por lo general, no son de origen estadunidense, no son protagonizadas por los actores que alimentan el star system y ambicionan ir más allá del espectáculo superficial y desechable. Pero al adherirles esta etiqueta se les endilga una especie de handicap que reduce la cantidad de espectadores potenciales. Porque para el cinero de ocasión —el que llega a la sala, decide si se le antoja alguna de las películas que están por comenzar e ingresa a la que mejor le acomode (es decir, le da lo mismo prácticamente cualquier película) —, apenas ve aquello de “arte” y casi le dan ganas de bostezar. Y más si atiende las “recomendaciones” que el personal de taquilla hace al comprador “ávido de otras opciones”, que asiste con la idea de ver la película ahí programada, y sólo ésa. Me explico…

Para hacer una tarea, algunos alumnos fueron a ver Blancanieves (2012), de Pablo Berger. Ellos y algunos cinéfilos familiares me comentaron que llegaron a la taquilla y pidieron boletos para esa película. Antes de que la gente de taquilla les despachara sus localidades les hicieron una serie de preguntas: “¿Sabes que es cine de arte?”, “¿Sabes que es en blanco y negro?”, “¿Sabes que es muda?”. Aleccionados seguramente por sus superiores, los taquilleros establecen un filtro para alertar al espectador despistado: que no vaya a creer que va a ver una película como cualquier otra, sino ¡una de arte! ¡Carajo! ¡Brillante forma de promover el “cine de arte”: desanimando a los “incautos” con este interrogatorio estúpido! La aclaración, eso sí, deja ver el concepto que el cuasi monopolio tiene de los que asisten a sus salas.

Pretender promover el cine etiquetándolo y restringiéndolo (porque hay pocas “salas de arte” y los horarios en que se programan ciertas películas son a menudo imposibles: lo que podría ser encomiable, por raquítico, se vuelve cuestionable) es un acto de hipocresía que cabe requetebién entre los que se dedican a obtener renta de los medios de comunicación. Es como la oferta “cultural” que la televisión comercial a veces dice albergar (ni hablar de los chorromil programas de “análisis periodístico” que inundan los canales por aire: abundante insustancialidad y celebración oportunista). A fin de cuentas, la formación de mejores públicos es un asunto que ni a los exhibidores de cine, ni a los propagadores de basura televisiva, ni a las autoridades gubernamentales les importa. De ahí que las películas taquilleras sean por lo general mediocres (como Nosotros los Nobles, abordada semanas atrás en este espacio) y las telenovelas sean las mismas desde hace 60 años. Y que las películas valiosas pasen sean ovnis fugaces.

Siempre me ha disgustado que a algunas películas se les cuelgue la etiqueta de “arte”. Porque en todo caso, todo cine lo es (ya habrá ocasión de volver sobre este asunto). Pero sobre todo porque alimenta los prejuicios. Para mal, además: porque se espanta al inadvertido y se hace del público “ávido de otras opciones” una excepción, una élite, una minoría, pues. ¿Qué tal que el cinero ocasional resulte buen consumidor de “cine de arte”? Tal vez esto nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos es que el “filtro taquillero” puede desanimar a algunos espectadores, cuya asistencia pudiera evitar que películas que merecen permanecer en pantalla más allá de la semana de rigor se despachen rápidamente. 

 

La foto que ilustra este post es una imagen de la película Blancanieves, de Pablo Berger. Foto tomada de polemicine.blogspot.mx 

MAGIS, año LX, No. 498, marzo-abril 2024, es una publicación electrónica bimestral editada por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, A.C. (ITESO), Periférico Sur Manuel Gómez Morín 8585, Col. ITESO, Tlaquepaque, Jal., México, C.P. 45604, tel. + 52 (33) 3669-3486. Editor responsable: Humberto Orozco Barba. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2018-012310293000-203, ISSN: 2594-0872, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización de este número: Edgar Velasco, 1 de marzo de 2024.

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