«La gran belleza» es grande

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«La gran belleza» es grande

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Este fin de semana entra en cartelera la película «La Gran Belleza», ganadora del premio Oscar a Mejor Película Extranjera. En esta reseña, Hugo Hernández nos cuenta las razones para no perderse esta cinta italiana.

Paolo Sorrentino inicia La gran belleza (2013) con el epígrafe de la novela Viaje al fin de la noche , de Louis-Ferdinand Céline, en la que éste propone un viaje que va de la vida a la muerte. Luego registra de forma prodigiosa una visita turística a un paraje de Roma. De ahí vamos al estruendoso cumpleaños 65 de Jep Gambardella (Toni Servillo), un tipo mundano que escribió una novela exitosa décadas atrás, que es el as de la prensa frívola y encara con desánimo sus correrías nocturnas. Sabe que a su edad no puede perder el tiempo en cosas que no quiere hacer, pero no puede evitarlo.

Sorrentino exhibe la vida como una puesta en escena, con Roma —a la que convierte en personaje mientras le hace un homenaje— como el gran escenario que es casi un mausoleo para Jep y sus maduros amigos, que no renuncian a la inercia de los tiempos pasados y bailan y beben como los jóvenes que ya no son. La sinceridad es una opción… que casi todos prefieren eludir.

Con humor corrosivo, el italiano emprende un viaje nostálgico —fantástico y surrealista; por momentos felliniano— que va de la superficie a la intimidad de una Roma a menudo secreta y siempre esplendorosa. Ahí se materializa la ironía: la ciudad eterna, bella como pocas, no propicia el encuentro —o reencuentro— con la gran belleza que busca Jep, quien ha de regresar al momento y al lugar donde aquélla se le reveló.

Al final queda claro que la gran belleza es extraña, patética y entrañable (como la vida que se va); es más: como La gran belleza, es grande. Tan grande, que el fin de semana pasada fue elegida como la Mejor Película Extranjera en la noche de los premios Oscar.

Viaje al interior de Paolo Sorrentino

Las primeras películas del napolitano Paolo Sorrentino llamaron la atención por la agudeza de su mirada y la singularidad de su estilo. Desde su segundo largo (La consecuencia del amor), además, ha sido un invitado frecuente a la sección oficial del Festival de Cannes; en la edición de este año participó con La gran belleza. De ahí se ha llevado dos premios: el del Jurado con El divo (2008) y el del Jurado Ecuménico con This Must Be the Place (2011).

El divo registra los altibajos de Giulio Andreotti, quien fue primer ministro en siete ocasiones y es interpretado por Toni Servillo, colaborador habitual de Sorrentino. En This Must Be the Place (2011) acompaña las penurias de un músico (cuya facha es similar a la de Robert Smith, líder de The Cure, y es interpretado por Sean Penn) que viaja para buscar al padre que apenas conoce.

Sorrentino filma con coherencia y solvencia la extrañeza. Y desde ella el cineasta encuentra una ruta formidable a la emotividad, por lo que sus cintas sacuden la indiferencia y se convierten en eventos de una fuerza afectiva memorable. Con Nanni Moretti es, hoy, uno de los cineastas italianos imprescindibles.

  

Texto publicado en el suplemento Primera Fila del Periódico Mural el 15 de noviembre de 2013

 

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