Eric Britton está extremadamente rojo.

Por andar pedaleando sin bloqueador el primer domingo de su vida que pasó en Guadalajara (un 4 de septiembre de 2011), el creador del Día Mundial Sin Autos sufrió la intensidad del Sol mexicano en su blanca piel y en esa cabeza escasa de cabello pero extremadamente llena de ideas.

La propuesta que le hicimos era sencilla. Queríamos acompañar a este sexagenario activista todoterreno nacido en Boston y radicado en París desde 1969 (apenas un año después del legendario Mayo francés) en un recorrido por el transporte público de la capital de Jalisco que lo llevaría desde el ITESO (en el extremo sur de la ciudad) hasta el Teatro Rex (en el primer cuadro de la urbe), donde escucharía una de las conferencias que le dan cuerpo al congreso internacional Carfree, cuyo ideal es ver un futuro con ciudades libres de autos.

Su optimismo es casi insultante. Conmueve. Vio puentes nada amables con el peatón; sufrió lo complicado que es entrar a la estación “Periférico Sur” del Tren Ligero si no traes los 6 pesos exactos o una tarjeta de recarga; se asomó por las ventanas del vagón y vio más pasos a desnivel, grandes centros comerciales y muchos terrenos baldíos sobre la Avenida Colón; vio banquetas hechas pedazos en el centro; vio lo angostas que son esas banquetas y siempre, siempre cedió el paso a la persona que venía frente a él porque los dos no cabían…

Nada de esto lo desanimó. Ha visto cosas peores. No son especiales aquí en Guadalajara, sugiere. Así que no estamos peor que otras ciudades del planeta (vaya consuelo). Pero sí hemos hecho muchas estupideces, nos recuerda.

Crecimos por crecer hacia todos lados sin pensar jamás en cómo nos conectaríamos unos con otros sin usar el auto, y para alguien con un par de ojos con 40 años de entrenamiento en estos asuntos, darse cuenta de eso es tan sencillo como abrocharse las agujetas.    

Nos ve tan mal que nos quiere. A Britton se le nota que ya siente por Guadalajara ese amor irracional hacia las causas que parecen casi perdidas (pero queremos creer que no lo están) tan común en la gente que de tanto viajar y trabajar por el mundo ha visto mejoras en los lugares donde menos esperanza existía.

Bajamos en la estación “Refugio”, a pocas calles del Teatro Rex. Después de soltar varias ideas sobre cómo combatir a la industria automotriz mundial, de cómo transformar en algunos sectores de la población mundial su fascinación por los coches, de recordar que sin diálogo y organización ciudadana no puede haber nada de nada (vamos, que no hay que esperar mucho de los gobiernos) y de reconocer las ganas que tiene de volver a Guadalajara para dictar algunos talleres y conferencias, Britton se topa con un mexicanísimo juego mecánico infantil, justo a un costado del Templo del Refugio, ese pobre edificio damnificado que vive rodeado de autos a la mitad de la Avenida Federalismo.

-Quiero una foto ahí, suelta Britton.

En lugar de caballitos, esta simpática versión del carrusel tiene coches, y justo en medio, una bomba de gasolina de Pemex que corona el armatoste. El creador de proyectos internacionales como The Commons o EcoPlan International se sube al juego, toma la manguera de gasolina de juguete, sonríe, posa para la foto, se baja y se queda sin palabras.

Me atrevo a pensar en silencio que este activista, economista, sustentabilista y humanista ha de pensar que si los niños aprenden jugando así, qué jodida está la cosa.

Al llegar al Teatro Rex su cuello está repleto de sudor. Cuando me fijo bien, noto que su piel no está roja. Britton luce más bien un tono rosa mexicano.