La cruzada de Nora Volkow por las víctimas de la dopamina

Volkow es directora del National Institute on Drug Abuse (NIDA), en Estados Unidos. Foto: NIDA/Flickr

La cruzada de Nora Volkow por las víctimas de la dopamina

– Edición 457

Las adicciones no son un problema de voluntad, sino una enfermedad crónica que debe tratarse como cualquier otra. Con esta perspectiva, esta científica mexicana está revolucionando la comprensión de un problema de salud que afecta a millones de personas

Mientras la Segunda Guerra Mundial cobraba fuerza en Europa, León Trotsky fue asesinado en 1940 en la Ciudad de México, como consecuencia de la obsesión de Stalin por liquidar a cada exmiembro importante del partido bolchevique. A Trotsky le sobrevivieron su segunda esposa, Natalia, y su nieto Esteban.

Los padres de Esteban habían muerto al ser perseguidos por el terror del gobierno estalinista. Y pocas semanas luego de que Esteban Volkow y su madre llegaran a México para vivir en el exilio con su abuelo, sucedió el trágico acontecimiento. A pesar de la amarga bienvenida, Esteban se quedó a vivir en la misma residencia de Trotsky en Coyoacán, quizá para conservar ese lazo que aún le quedaba con su familia. Se hizo químico y casó con Palmira Fernández, una diseñadora de modas que había huido de la Guerra Civil española. Su descendencia (sus cuatro hijas: Verónica, Natalia, Patricia y Nora) sería de importante influencia en el mundo de la medicina, la química y las artes.1

Familia de Nora Volkow Palmira Fernández y Esteban Volkow posan con sus hijas (de izq. a der.) Verónica, Natalia, Patricia y Nora. Foto: Archivo

La prominente científica

Nora Volkow es hoy la neurocientífica más prominente del mundo en el estudio de las drogas de abuso y su relación con el cerebro. Creció en la casa de su famoso bisabuelo en la Ciudad de México. Sin embargo, cuando era pequeña, su padre poco hablaba acerca de él, de manera que conoció mucho de la historia de Trotsky por personas que tocaban a la puerta de la casa y solicitaban conocer el lugar. Para ella era un privilegio ofrecer el tour a las visitas que lo pedían, conversar y escucharlas. Un día, por ejemplo, un grupo de sudamericanos llegó a la casa y Nora pasó largo tiempo charlando con ellos acerca de un libro que estaba leyendo, Cien años de soledad; tiempo después se enteró de que su interlocutor había sido Gabriel García Márquez, con quien había pasado toda la tarde conversando.

Volkow decidió especializarse en neurociencia mientras estudiaba medicina en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). En cierta ocasión, toda su curiosidad fue atrapada por un artículo de la revista Scientific American, que exponía un reciente hito en tecnología de imagen nuclear: se hacía posible tomar fotografías de los circuitos del cerebro mientras funcionaban en tiempo real, por medio de escáneres PET (siglas en inglés de tomografía por emisión de positrones). En ese entonces, la idea de ver al cerebro funcionar parecía cercana a la ciencia ficción, pero para la determinación de Nora no había límites, así que inició su camino para investigar las intrincadas operaciones neurales y su relación con la vida cotidiana. El siguiente paso, luego de terminar medicina, fue especializarse en psiquiatría. Ávida de aprovechar al máximo la experiencia que representaría su estancia, eligió cursar sus estudios en la Universidad de Nueva York, pues la institución tenía el primer escáner PET a disposición de la investigación. Además, justo ahí Volkow tendría la oportunidad de colaborar con los científicos pioneros de la técnica, en el laboratorio del Departamento de Energía Nuclear en Brookhaven, Long Island.

Nora Volkow Foto: NIDA.

La tomografía por emisión de positrones utiliza mínimas cantidades de marcadores radiactivos de rápida degradación, llamados radiosondas. Cinco años antes, el equipo de Brookhaven, al que se integraba la investigadora mexicana, había producido el marcador para la glucosa. Este carbohidrato es el principal nutriente del cerebro y, ligado a la sonda, es fácil revelar su ubicación con el escáner. Las fotografías muestran las regiones activas que metabolizan el alimento. Con este principio iniciaron los experimentos.

Durante su periodo de residencia en Brookhaven, Volkow estudió, con la ayuda del escáner PET, a pacientes con esquizofrenia. Los sujetos tenían ya una historia de haber consumido drogas antipsicóticas para controlar su enfermedad, y sus observaciones desvelaron un tema fascinante. El córtex frontal del cerebro de los pacientes que habían consumido el medicamento por largos periodos de tiempo mostraba baja actividad. Esta zona es crucial para el comportamiento humano, pues la baja sinapsis aquí resulta en baja capacidad de razonamiento, dado que en este lugar se albergan funciones cognitivas, como el autocontrol, el lenguaje, la creación de juicios, entre otras. Aunque en ese momento los científicos no fueron capaces de determinar si este problema era debido a la medicina o a la enfermedad, las observaciones de Volkow abrieron la puerta para continuar estudiando la región corticofrontal con ayuda del PET.

Luego de completar su especialidad, la investigadora se mudó a la Universidad de Texas en Houston, a fin de desarrollar sus investigaciones en un centro inaugurado por el cardiólogo K. Lance Gould en esa institución. En Texas, su enfoque de investigación tuvo que cambiar, pues la universidad no contaba con pacientes esquizofrénicos, aunque sí adictos a la cocaína. Eran los años ochenta del siglo XX, justo cuando tenía lugar el boom de la cocaína y el crack en Estados Unidos. En ese tiempo todavía corría la creencia común de que la coca era una droga inofensiva; Volkow fue la primera que estudió los efectos de esta sustancia en el cerebro por tomografías. Inició con un equipo de trabajo al que se unieron dos físicos y un médico experto en el tratamiento de adicciones. El resultado fue contundente: todos los adictos mostraban pequeñas áreas dañadas donde el flujo de sangre se obstruía. La conclusión fue que en el cerebro de estos adictos hay pequeños infartos a causa del consumo de esta droga.2 Aunque se sabía que la cocaína puede llegar a obstruir vasos sanguíneos, los resultados que indicaban la producción de infartos fueron tomados con escepticismo. No fue la primera vez ni la última que los estudios de Volkow derrumbaban antiguas y comunes creencias y, si bien sus observaciones están soportadas por ciencia, a menudo han generado rechazo.

Nora Volkow Foto: NIDA

Volkow continuó con los estudios relacionados con adicción en la Universidad Estatal de Nueva York en Stony Brook, donde comenzó una época prolífica en descubrimientos. Su nuevo equipo, conformado principalmente por Alfred Wolf y Joanne Fowler, inició una serie de investigaciones que cimbraron el camino del estudio de las adicciones a través de tomografías. Como resultado de una de sus investigaciones que rompieron paradigmas, lograron etiquetar los receptores de la dopamina, las enzimas que metabolizan este neurotransmisor. Wolf murió en 1998, pero la colaboración de Volkow con Fowler continúa hasta la fecha.3

 

Todo es dopamina

Antes se pensaba que la adicción era una enfermedad del sistema límbico del cerebro, es decir, la parte primitiva. Sin embargo, con las observaciones del equipo de Stony Brook se confirmaba que la adicción tenía que ver mucho más con el córtex frontal, la zona que está arriba de los ojos y a la que se deben los altos niveles de razonamiento del ser humano, como el del autocontrol. Durante los siguientes años, Volkow fue documentando una constante: existen niveles bajos de receptores de dopamina en el córtex frontal de cerebros de pacientes adictos al alcohol, la heroína y las metanfetaminas. En 2001 descubrió que las personas obesas también presentaban la misma característica: bajos niveles en los receptores D2 de dopamina en el córtex frontal.4 La obesidad, así, se entiende como consecuencia de la adicción a ciertos alimentos. Pero el debate que generó mucho ruido tuvo lugar cuando la ciencia demostró cómo los adictos realmente tienen un problema bioquímico que les impide controlar sus impulsos: la adicción es una enfermedad crónica del libre albedrío.

El descubrimiento de que la adicción es una condición médica y no una falla moral chocaba con una creencia popular que estigmatiza aún hoy en día a los adictos y los cataloga como personas moralmente débiles. Volkow vino a sacudir esta percepción. Se convirtió en la principal referencia para buscar mejores tratamientos para las adicciones desde un punto de vista integral.5 Hoy día, Nora Volkow dirige el Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas (NIDA, por sus siglas en inglés), el centro de investigación más importante en el mundo que estudia las adicciones y su tratamiento. Maneja un presupuesto por arriba de los mil millones de dólares, lo que refleja la importancia del asunto en el mundo actual. Volkow ha sido su directora general a lo largo de los últimos 14 años, convirtiéndose así, más que nunca, en una inspiración para las mujeres científicas.

Cerebro en rehabilitación de metanfetamina En la primera imagen se muestra el cerebro de una persona que no es adicta; en la central, la de una persona adicta a la metanfetamina con un mes de abstiencia; a la derecha, la imagen luego de 14 meses. Foto: NIDA

En todas las entrevistas que da, Nora Volkow deja en claro algo: la adicción está relacionada con la dopamina. La dopamina es un neurotransmisor que tiene amplias funciones, dependiendo de la zona en la que se encuentre: regula el movimiento, la emoción, la motivación y el placer. Pero también, y sobre todo –lo que tiene particular interés para el estudio de las adicciones–, desempeña el rol más importante en la regulación del proceso de recompensa en el cerebro al identificar el placer como premio. Los circuitos neurales están naturalmente programados para responder a la recompensa. Primero, un poco de dopamina nos motiva a que ejecutemos una acción y, al hacerlo, nos premia con más placer, reforzando así el aprendizaje. Éste es el sistema de recompensa-reforzamiento natural con el que operamos para hacer casi todo. Por supuesto, el proceso es una obra de arte que se ha perfeccionado luego de millones de años de evolución y nos mantiene vivos como especie: después de todo, si no fuera agradable comer o tener sexo, no lo haríamos.

Si olemos unas carnitas en la calle, el olor del asador probablemente nos hará salivar como a los perros de Pavlov y detonará un rush de dopamina (al que estamos condicionados por ser mexicanos). Esto nos alentará a comer las carnitas con urgencia. Al saborearlas obtendremos gozo, es decir, un poco más del químico, y se reforzará el hecho de que hicimos bien al comerlas. Al cabo de unos cuantos bocados, la señal de placer disminuirá progresivamente hasta convertirse en una sensación de saciedad o empacho, y entonces nos detendremos.

La gran mayoría de las drogas de abuso, de forma directa o indirecta afecta el sistema de recompensa ahogando al cerebro con dopamina, pues originan una producción del neurotransmisor diez veces mayor que la que genera un orgasmo. Y por si este naufragio dopamínico fuera poco, la velocidad de la señal de reforzamiento es casi inmediata, pues la vía de administración de las drogas hace que dicha señal llegue al cerebro en cuestión de pocos minutos. Ninguna recompensa natural se compara con esta experiencia. La euforia generada y la saturación de nuestros circuitos refuerzan descaradamente la acción, enseñándonos a repetirlo con persistencia. En consecuencia, el uso frecuente de la droga genera cambios en las conexiones neurales: recordemos que lidiamos con un órgano neuroplástico que responde adaptándose a los excesos de dopamina. Y se acopla de dos formas: produce menos del químico o reduce el nivel de receptores que se ligan al neurotransmisor. La consecuencia es implacable: el efecto de la dopamina va disminuyendo de manera progresiva y se va reduciendo de forma radical la habilidad de sentir cualquier tipo de placer.

Nora Volkow Foto: Oaseeds

Todas las drogas de abuso se involucran con el sistema de refuerzo; sin embargo, no todas actúan exactamente de la misma manera. Las más adictivas, de acuerdo con los estudios de Volkow, son las metanfetaminas, pues generan la más alta señal de liberación de la dopamina. La cocaína incrementa los niveles del químico al impedir que éste se recicle y provoca la saturación en el espacio de la sinapsis entre las neuronas. Los opiáceos, como la heroína, y algunos analgésicos, como la marca Vicodin, además de quitar el dolor, causan un despliegue de euforia.

 

Pendiendo de un hilo

Se sabe que no todas las personas que consumen drogas son adictas. En el reporte anual que da el NIDA, Volkow describe que existen básicamente dos tipos de condiciones que incrementan la vulnerabilidad para serlo: riesgos ambientales y sociales.6 Los primeros hablan principalmente de factores genéticos. Algunos de nosotros podríamos, por ejemplo, tener genes que nos hagan propensos a ser mucho más sensibles ante situaciones de tensión, lo que pudiera colocarnos en posiciones de mayor riesgo a la hora experimentar ansiedad, pues la situación de carencia en nuestro cerebro se intensificaría y nos volvería más vulnerables. Otro factor ambiental se relaciona con sufrir daño físico en los circuitos del sistema de refuerzo. Aquí, Volkow ha iniciado una cruzada para difundir el tema. Ella argumenta que el mayor daño que podemos infligir al cerebro es el que representa consumir cualquier tipo de droga durante la adolescencia, que es un periodo de intenso crecimiento, particularmente de la región prefrontal cortical, donde están los circuitos neurales ligados al control de las emociones. Si esta zona madura correctamente, seremos capaces de mediar los periodos de gratificación instantánea y sustituirlos por recompensas eventuales. Si se consumen drogas en momentos en que la arquitectura del cerebro está incompleta, esto trunca el desarrollo y se convierte en un factor de riesgo más adelante. Para estos jóvenes, las posibilidades de ser adictos cuando sean adultos aumentan.

Otro factor que incrementa el riesgo de volverse dependiente de las drogas tiene que ver con el método de administración. Fumar o inyectarse la droga en una vena hace más rápida la liberación de dopamina al cerebro. Recordemos que, para el sistema de recompensa, la velocidad con la que se recibe la señal de placer es crucial para reforzar la acción. Entre más rápidamente llega la sensación positiva, mayor será el potencial adictivo.

Y, finalmente, está el riesgo social, que es un asunto complejo, dado que hay varios factores que convergen, como la situación familiar, un ambiente social de riesgo, entre otros. Sin embargo, el factor que para Volkow es crítico es el de la amplia disponibilidad de las drogas. Y esta afirmación incluye tanto las drogas de abuso de prescripción médica que son utilizadas en exceso, como las drogas ilegales relativamente fáciles de conseguir, además de la comida con altos contenidos de azúcar a precios mucho más baratos que la saludable.

Nora Volkow Foto: EFE

La crisis de las drogas de prescripción

El abuso de drogas no sólo se refiere a las sustancias ilegales. Hay medicamentos, accesibles por prescripción médica, que tienen el potencial de ser adictivos. En esta gama existen tres principales categorías: los opioides (por ejemplo, Vicodin u Oxycontin), los estimulantes (Adderall, Concerta o Ritalin) y los depresores del sistema nervioso central (Valium o Xanax).7 Hoy en día, sobre todo, hay una crisis por el abuso de opioides recetados. El NIDA estima que entre 26 y 36 millones de personas en el mundo abusan de este tipo de narcóticos. La situación es claramente controversial, porque el historial de abuso inicia por lo general con la prescripción que hace un médico. Estas sustancias son potencialmente adictivas y su riesgo no disminuye sólo porque sean legales. Si son utilizadas de forma incorrecta y arbitraria, las consecuencias son igualmente graves que las que acarrean las drogas ilegales. En el caso de los opioides, el problema se extiende a un tema más crítico, pues recientemente se ha demostrado que su abuso es una entrada directa a sustancias más peligrosas. Cuando a un adicto a un opiáceo le es difícil conseguir la receta médica, intercambia el uso de éste por un narcótico ilegal, irónicamente, más accesible y barato: la heroína. El número de muertes por sobredosis de opioides en Estados Unidos va en aumento y es ya considerado una crisis de salud.8

En la misma situación de las medicinas por prescripción están las anfetaminas. De acuerdo con el NIDA, además del alcohol y el tabaco, se trata de la segunda droga más utilizada por los jóvenes, después de la marihuana,9 y en muchas ocasiones acceden a ella por la vía legal —es el medicamento originalmente prescrito para tratar desórdenes del déficit de atención—. Las anfetaminas, con su alto potencial adictivo, son especialmente elusivas.

El trabajo de Nora Volkow en la neurociencia se ha convertido en un bastión en la guerra contra la drogadicción. En cierto sentido, es un trabajo con que la científica mexicana abona a la historia familiar de la defensa de la verdad. Tiene como prioridad hacer conciencia, tanto entre doctores como en la sociedad civil y los gobiernos, acerca de la necesidad de instrumentar herramientas más agresivas para elevar la prevención del uso de drogas, en especial en adolescentes. Por otro lado, con el nida sigue participando en el desarrollo de tratamientos médicos que ayuden a los adictos a recuperar su salud: sueño, paz y voluntad. Sin embargo, al momento, la prevención continúa siendo el mejor recurso que tenemos a la mano.

Nora Volkow Foto: geni.com

Cuando Nora tenía cerca de cinco años, falleció su abuelo materno. Siempre se dijo que había sufrido un ataque al corazón. Muchos años después, cuando su madre estaba cerca de morir, le confesó que había sido alcohólico y, por no poder evitarlo, se había quitado la vida. El abuelo de Nora había sido adicto, y, a pesar de que ella había dedicado su vida a cambiar el paradigma y a explicar que la adicción es una enfermedad crónica, en su familia el estigma y la vergüenza se seguían viviendo: el concepto que tanto defendía Nora seguía siendo una teoría. “Esta experiencia me hace reflexionar fuertemente”, declaró Nora en una reciente ceremonia en Toronto: “una vez que la gente entienda la subyacente patología de la adicción, los pacientes no deberán atravesar los obstáculos de prejuicios y vergüenza que enfrentan hoy en día, sino sencillamente ser atendidos como se merecen, porque sufren una enfermedad que deberá ser tratada como cualquier otra”. m.

 

1. La historia familiar fue compilada a partir de dos artículos acerca de la historia de Nora y de su padre: “Nora Volkow: Two Paths to the Future”, de Bill Snyder, en Lens: A New Way of Looking at Science, Medical Center of Vanderbilt, febrero de 2006, y “My Grandfather the Revolutionary”, en The Guardian,13 de febrero de 2013.

2. Nora Volkow et al., “Synapse Decreased Dopamine D2 Receptor Availability is Associated with Reduced Frontal Metabolism in Cocaine Abusers”, 1993.

3. Nora Volkow et al., “PET Evaluation of the Dopamine System of the Human Brain”, en The Journal of Nuclear Medicine, vol. 37, núm. 7, 1996.

4. Nora Volkow et al., “Brain Dopamine and Obesity”, 2001.

5. Véase el perfil trazado por Abigail Zuger, “A General in the Drug War”, en The New York Times, 13 de junio de 2011.

6. “Drugs, Brains, and Behavior: The Science of Addiction”, NIDA, 2014. 

7. Idem.

8. “Prescription Opioids and Heroin”, NIDA, 2015.

9. “Principles of Adolescent Substance Use Disorder Treatment: A Research-Based Guide”, NIDA, 2014.

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