Alma, la señora de la crónica

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Alma, la señora de la crónica

– Edición 425

Alma Guillermoprieto quiso ser bailarina. De ahí sacó la disciplina necesaria para ejercer el periodismo

Enérgica y latinoamericana, pausada y fibrosa, dice de ella Juan Cruz en El País. De su llegada al periodismo, ella misma ha dicho: “Cuando me topé con el periodismo realmente fue un accidente feliz de la vida”.

[quote]Alma Guillermoprieto tardó 30 años en descubrir que el periodismo sería el accidente más feliz de su vida. Ocurrió después de una época de frustraciones seriadas. La primera fue cuando dejó Nueva York, donde estudiaba danza moderna, para ir a dar clases de baile a La Habana. La segunda fue a mediados de 1973. Mientras volaba a Santiago de Chile, donde estudiaría una licenciatura, le informaron del golpe de Estado al gobierno de Salvador Allende. Alma nunca llegó a Chile. Volvió a México para trabajar como intérprete simultánea del inglés al español. esto es el titulo “Desde el golpe en Chile me encontraba sumida en la desidia, decepcionada, incapaz de desear nada serio, pero esa noche, cuando apagué la televisión, no logré dormir”. Era la tercera vez que la prendía, en un acto generoso para complacer al pretendiente que se la regaló.

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“Quedé hechizada por imágenes que de tan regocijantes parecían aumentar el brillo de la pantalla: una veintena de jóvenes macilentos, vestidos de verde olivo y estallando de euforia, asomaban por las ventanillas de un bus amarillo, puño en alto. El bus escolar recorría lo que evidentemente era la carretera muy mala de una ciudad muy pobre, y la cámara mostraba los besos y vivas que lanzaban al paso de los guerrilleros hombres y mujeres casi en harapos, y casi tan felices como ellos […] Demoré apenas tres días en conseguir dinero prestado, un boleto de avión y una visa para viajar a Managua, Nicaragua, donde un grupo guerrillero casi desconocido acababa de inaugurar la revolución”, escribió en el artículo “El llamado sandinista”.

Alma Guillermoprieto tardó 30 años en descubrir que el periodismo sería el accidente más feliz de su vida. Ocurrió después de una época de frustraciones seriadas. La primera fue cuando dejó Nueva York, donde estudiaba danza moderna, para ir a dar clases de baile a La Habana. La segunda fue a mediados de 1973. Mientras volaba a Santiago de Chile, donde estudiaría una licenciatura, le informaron del golpe de Estado al gobierno de Salvador Allende. Alma nunca llegó a Chile. Volvió a México para trabajar como intérprete simultánea del inglés al español.

Alma sólo había escrito algunas reseñas de danza y monitoreaba notas de Latinoamérica para hacer un envío semanal de recortes al boletín londinense [i]Latin American Newsletters[/i], la misma publicación que le dio por azar la corresponsalía de Centroamérica y el Caribe, pues el corresponsal del boletín se había ido de pesca el día que el comando de guerrilleros sandinistas, disfrazados de integrantes de la Guardia Nacional de Anastasio Somoza, entraron en el Palacio Legislativo y tomaron como rehenes a empleados y congresistas para exigir la liberación de sus compañeros presos. Al editor le urgía un reportero.

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Llegó a Nicaragua sin saber siquiera su ubicación en el mapa. Cuenta que hizo lo que vio en las películas: tomar un taxi y pedirle al chofer que la llevara al hotel donde estaban los periodistas. “En Managua, el cuaderno y el bolígrafo me ofrecían lo que desde ya garantizaba mi permanencia en este oficio: la libertad”.

Aunque en sus libros no hay crónicas de sus dos primeros años como reportera en aquel país —en el prólogo de su libro más reciente, [i]Desde el país de nunca jamás[/i], confiesa que su falta de oficio es transparente—, comenzó a desarrollar uno de los rasgos distintivos de su estilo: contar los grandes temas sociales y políticos desde la perspectiva de las personas comunes.

Es así como Alma se interesó en la historia de Carlos López, un vidriero de Bogotá, para escribir la crónica de los trabajadores que hicieron su agosto cambiando ventanas, rotas por las decenas de ataques con explosivos lanzados por los narcotraficantes colombianos. O la de Celestino Fernández, el cacique que controlaba los basureros de la ciudad de México, para describir la realidad de los pepenadores, que hace 20 años eran como 17 mil; o la de decenas de heridos que llegaban por su propio pie a una clínica de urgencias en Medellín, cuando era la violenta ciudad de los tiempos de Pablo Escobar; o la del pastor Laime, un predicador de la iglesia brasileña Dios es Amor, para conocer a los umbandistas de Brasil, una secta que creía que la fe sanaba enfermedades.

Rescató el testimonio de personajes anónimos como Rufina Amaya para descubrir atrocidades como la masacre del Mozote, en El Salvador: una comunidad campesina donde una tropa salvadoreña mató a casi 900 personas, incluidos 120 bebés y niños de brazos. En ese tiempo, el ejército salvadoreño recibía equipo, asesoría y entrenamiento del gobierno de Estados Unidos.

“Estábamos en Mozote. Los ‘muchachos’, como se les llama a los guerrilleros, nos condujeron hacia la plaza principal, donde se erguían las ruinas de lo que había sido una iglesita encalada; las paredes de la pequeña sacristía colindante también parecían haber sido tumbadas a empujones desde afuera. En el interior, el hedor era insoportable y de entre los escombros sobresalían innumerables huesos: calaveras, costillares, fémures, una columna vertebral”, escribió en una crónica publicada en [i]The Washington Post[/i], el 27 de enero de 1982.

El recuerdo de cómo Alma comenzó a reportear condensa la determinación que la ha caracterizado en los siguientes 40 años, y es el preámbulo de sus historias publicadas en el diario [i]The Washington Post[/i] y las revistas [i]The New Yorker[/i], [i]The New York Review of Books[/i] y [i]National Geographic[/i].

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El 23 de agosto de 2010, la Marina mexicana encontró [url=http://impreso.milenio.com/node/8822098]72 cadáveres de migrantes centroamericanos[/url] —58 hombres y 14 mujeres— en San Fernando, Tamaulipas. La mayoría de los medios dio la noticia en textos breves, notas escuetas y frías, constreñidas a declaraciones e imágenes de los cuerpos amontonados. Alma decidió reconstruir el hecho a través de historias: en los siguientes meses congregó a un grupo de reporteros, escritores, poetas, analistas, fotógrafos, diseñadores y artistas a los que unía la indignación. Su impotencia se canalizó a un proyecto con el que les “devolvería el rostro y el nombre a los difuntos”: [i][url=http://www.72migrantes.com]www.72migrantes.com[/url].[/i]

Lo cuenta Marta Acevedo, editora de libros para niños en lenguas originarias y colaboradora del proyecto: “Cuando supimos de la masacre en el rancho San Fernando, lo inédito de la noticia, lo abyecto del hecho, sentimos indignación y vergüenza de que eso hubiera sucedido en México. Alma invitó a quienes lo frecuentábamos [el blog [url=nuestraaparenterendicion.com/][i]Nuestra Aparente Rendición[/i][/url]] a escribir sobre alguno de los 72 migrantes masacrados para armar un altar virtual para el 2 de noviembre. Nos sumamos al proyecto personas que leíamos el sitio de [url=https://www.magis.iteso.mx/content/%E2%80%9Cla-paz-en-m%C3%A9xico-la-van-abanderar-los-colectivos-sociales-y-los-cronistas%E2%80%9D]Lolita Bosch[/url], unos son periodistas, otros son escritores o analistas, o simples mortales que escribimos para expresar nuestra rabia y sentir que la impotencia es menor cuando la dices a los cuatro vientos”.

En [url=http://www.72migrantes.com][i]www.72migrantes.com[/i][/url] están las biografías de los identificados o la historia imaginada de los que no se sabe quiénes eran; las imágenes que describen el trayecto de soledad y esperanza; las rosas que se ofrendan; la música que acompaña el duelo. También está la historia personal de Alma. Así lo describe en una entrevista que tuvimos a media noche a través de Skype: “Supongo que tal vez por ser de madre guatemalteca sentí que me tocaba personalmente, aunque no fui consciente de eso en el momento; también creo que compartí con muchos de los colaboradores un sentimiento como de vergüenza emocional, de que en este país de migrantes se le estuviera haciendo esto a migrantes más pobres y más indefensos todavía, se me revolvió el estómago. Y, por otro lado, haber pasado cuatro años en Centroamérica hacía que yo conociera muy bien a las personas que murieron, de alguna manera; es decir, yo sabía cómo hablaban y sabía lo que les gustaba comer, y sabía cómo era su sentido del humor, y sabía en qué tipo de casas miserables vivían. Entonces para mí eso era algo muy personal. En un país de víctimas, eran más víctimas”.

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La naturaleza de Alma es observadora y narra lo que aparentemente es invisible. Sus crónicas se alimentan de historias de gente común y para escribir de ellos no se conforma con preguntarles: los observa, los acompaña.

“Para ir a reportear me levanto más temprano de lo que quisiera. Si me ha ido bien, tengo unas cuatro citas o sé a dónde ir. Veo que tenga suficientes lápices y plumas, que tenga un cuaderno y que no lo haya perdido y voy al lugar donde tengo que estar. Y si tengo la oportunidad de ir a un lugar que a mí me conmueva, pues voy lo más temprano que me acepten y procuro estar ahí hasta que me corran. La pila se me puede acabar a la media hora, pero yo procuro estarme seis”, explicó en [url=http://www.saladeprensa.org/art844.htm]una entrevista al reportero Víctor Núñez[/url], de [i]Milenio Diario[/i].

Cuando tiene dos libretas completas de anotaciones, deja de reportear, se encierra en el clóset a escribir y no sale hasta tener una buena historia. “Eran disciplinas de bailarina”, explica en una entrevista. También dice que tarda un mes en escribir una crónica y al año produce alrededor de cuatro. Se tarda tanto porque lo que más le cuesta son los enlaces entre los párrafos: “Puede pasar un día y no lo encuentro”.

Quizá por sus cualidades de observadora, no se conforma con lo que la gente dice. Y si el que habla es un político, desconfía. Por eso no va a ruedas de prensa. ¿Una periodista que no va a ruedas de prensa? ¿Cómo? ¿Por qué? “Porque para mí no explican nada esencial. Es como ir a ver a un autor en vez de leer su libro”. Le da la vuelta a las versiones oficiales y a los entrecomillados de discursos políticos, excepto cuando hay algo importante que decir. Por ejemplo, cuando descubrió que Fidel Castro estaba asustado.

Una de las pocas conferencias de prensa de Castro ocurrió en vísperas de la visita del papa Juan Pablo II a la isla, en 1998. Alma cuenta que leyó la transcripción de ocho horas de discurso de Fidel a los medios. “Entonces uno ve a Fidel convenciéndose de que este papa es genial, este papa anticomunista, reaccionario, hiper-católico”, relató Alma a Emili Manzano, periodista catalán. “Este personaje es genial para Fidel el ateo, el revolucionario y comunista. Y trata de convencerse él mismo de ello, porque le hace falta el papa. Es una de las pocas veces que leyendo algo de Fidel uno dice: ‘Este hombre está asustado, este hombre realmente está en una situación vulnerable y lo sabe, y necesita la cooperación de alguien y cree que el papa le va a ayudar a sobrevivir’”.

Alma descubre los sentimientos de los otros, pero no oculta los propios. Una de sus preocupaciones es saber si va a traicionar a las personas que entrevista. “Porque van a pensar que estoy enamorada de sus vidas, pero lo que quiero hacer es un artículo”. Siempre que empieza un artículo, o va a la mitad, duda si le va a salir y tiene que recurrir a alguno ya escrito para convencerse de que antes lo ha logrado. “Mi primer libro, [i]Samba[/i], tardé años en quererlo. Me duele el hecho de no haber reporteado nunca bien a los malandros, a los narcotraficantes del barrio […] Creo que porque me dio miedo”.

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Los reporteros jóvenes hemos aprendido de ella a confiar en que lo que observamos tiene más verdad que una declaración. Diego Enrique Osorno, un cronista perspicaz y treinteañero, lo describe con tino en [url=http://www.gatopardo.com/detalleBlog.php?id=163][i]Un joven zeta mexicano[/i][/url], un texto publicado en [url=nuestraaparenterendicion.com/][i]Nuestra Aparente Rendición[/i][/url]. “Una vieja lección de periodismo de Alma Guillermoprieto parece hoy más valiosa que nunca. En ella aconsejaba algo que en el grueso de las escuelas de comunicación te prohíben: que los reporteros mezclemos la información recopilada con observación, análisis y nuestras reacciones personales. Alma resaltaba el poder del periodismo narrativo frente a la información dura. Un poder superior por una cosa: las historias permiten que el lector pueda pensar sin reservas, entender realmente algo, mientras que con una nota breve se alimenta en los lectores una tramposa sensación consoladora de que el mundo gira demasiado rápido y de que no tenemos tiempo de detenernos a hacer algo a lo que sí te obliga una historia bien narrada: pensar”.

Incluso con los desafíos que implica el periodismo actual, donde los textos se sujetan a la inmediatez y la brevedad propia de los recursos de internet. Aun en este contexto, la necesidad de leer historias seguirá vigente: “Nacemos contándonos historias. Nosotros no somos lo que somos, somos la historia que nos contamos de quiénes somos. Y tenemos la necesidad de escuchar lo que dicen los demás. Queremos escuchar el cuento”, decía Alma al periodista Juan Cruz en [i]El País[/i].

—¿Con qué personaje contarías la historia actual de nuestro país?—, le pregunté.

“Me gusta tratar de entender lo que me resulta más difícil de entender; digamos que si se me concedieran todos mis deseos reporteriles, a mí me gustaría contar la historia de lo que está pasando a través de los sicarios y a través de los traficantes, poder entenderlos y saber qué piensan cuando actúan como actúan; me gustaría saber más sobre sus gustos, me gustaría ver a través de sus ojos para entender cómo ven a sus víctimas. Se me hace imposible, es una de mis grandes frustraciones, pero creo que para mí y para todos sería importante entender qué es lo que está pasando ahí, cómo es que se da ese fenómeno”.

El año pasado publicó la crónica [url=http://nuestraaparenterendicion.com/index.php?option=com_k2&view=item&id=196:el-fracaso-de-una-guerra-brutal&Itemid=10]“El fracaso de una guerra brutal”[/url], para [i]The New York Review of Books[/i],[i] [/i]en la que repasa la historia reciente de violencia en nuestro país. La comienza con una reflexión sobre cómo nos hemos acostumbrado a saber del horror de la muerte, al punto de que cuando leemos sobre ella le damos la vuelta a la página o seguimos navegando en la computadora: “La falta de comprensión de estas narraciones superficiales es lo que hace que la historia permanezca estática y los lectores se sientan impotentes. Sin embargo, ya ha pasado bastante tiempo desde el comienzo de la pesadilla de la droga, y ahora se atisba una pequeña perspectiva del problema. Los académicos de ambos lados de la frontera entre México y Estados Unidos, y también los periodistas con más experiencia, han estado ocupados escribiendo. Gracias a su trabajo, podemos empezar ahora a ubicar a algunos de los traficantes más conocidos en el paisaje que les corresponde”.

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Cuando le preguntan qué relación hay entre su profesión como bailarina y su oficio de periodista, Alma descubre la satisfacción que le generan situaciones complicadas.

Para prepararse como bailarina se fue a vivir a los 16 años a Nueva York con su madre, donde trabajó como mesera y vendedora de zapatos para costear las clases con Merce Cunningham, Martha Gaham y Twyla Tharp. “No hay nada más difícil en el mundo que bailar”, le respondió a Emili Manzano en una entrevista para la Televisión de Catalunya. “Uno se acostumbra a ese grado de dificultad, es maravilloso poder emplearse tan a fondo en algo, y no encontraba nada que me costara tanto trabajo, así que cuando me topé con el periodismo realmente fue un accidente feliz de la vida. Me di cuenta de que no era tan, tan difícil, pero era muy difícil, y había que pensarle mucho y había que estar despierta todo el tiempo y había que poner atención en todo. Era como un boleto para asomarse al mundo, y eso me gustó”.

Inconforme, directa, muy exigente, perfeccionista respecto a su trabajo, demandante con la sociedad que somos o que deberíamos ser, según Luis Miguel González, director editorial del diario [i]El Economista[/i]: “Cualquiera que vea su obra publicada pensaría que es alguien, ya no digamos satisfecha, sino soberbia respecto a quién es, y más bien creo que es al contrario. Es alguien mucho más consciente de lo que no ha hecho y de lo que le falta por hacer”. Enérgica y latinoamericana, pausada y fibrosa, [url=http://www.elpais.com/articulo/reportajes/Siento/oficio/acabando/elpepusocdmg/20090201elpdmgrep_3/Tes]dice de ella Juan Cruz en [i]El País[/i][/url]. Y Diego Salazar, en [i]Letras Libres[/i],[i] [/i]recuerda su obsesiva fijación por el detalle.

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Mientras hablaba con Alma no estábamos en la ciudad de México, donde vive algunas temporadas al año, ni en El Salvador, adonde ha ido a dar charlas a jóvenes periodistas. Yo estaba en el estudio de mi casa, disimulando mis nervios por todos los recuerdos que tengo de ella, como cuando fui su alumna en un taller de la [url=http://www.fnpi.org/]Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI)[/url], y al presentarle avances sobre mi reportaje de comida colombiana le confesé que había rechazado la invitación de un desconocido a cenar en puestos callejeros. “¿Qué no eres mayorcita?”, me dijo.

—¿Qué te da miedo, qué te provoca tristeza, cómo sigues experimentando la libertad que te dio el encuentro con [i]La Maga[/i]? —le pregunto, refiriéndome a su encuentro con el personaje de [i]Rayuela[/i], de Julio Cortázar, que fue “una iluminación” para ella, según confesó en una conferencia que dio en Guadalajara en diciembre de 2008.

“Creo que siempre que me subo a un avión, aunque sea un pinche vuelo México-Hermosillo, tengo como esa especie de pielecita de gallina, de libertad, de aventura, de que me voy a encontrar con algo desconocido […] me sigue emocionando mucho ese momento.

“Tengo miedo, quizás, de no poder parar a tiempo… de seguir más allá de lo que me dan las energías, y yo creo que ése es un miedo que tenemos todos los reporteros, porque nuestra identidad está tan, tan amarrada a esa libertad y a esa vida […] Entonces es una cosa que se avecina, no digo que hoy ni mañana ni el año que viene, pero los años pasan, entonces es una cosa para tener en cuenta y evaluar”.

Luego se queda callada y recapacita: “Esa última pregunta no sé si yo quiera dejarla así, se me hace como una manera muy pinche de terminar una entrevista”.

—¿Por qué?

“No sé, no sé, es como mal rollo… Me acuerdo que Juan Cruz me entrevistó y [url=http://www.elpais.com/articulo/reportajes/Siento/oficio/acabando/elpepusocdmg/20090201elpdmgrep_3/Tes]le dije que sentía que el oficio se estaba acabando[/url], y es casi todo lo que la gente recuerda de esa entrevista… Ya veo que las preguntas van a ser: ¿es cierto que usted está pensando que está muy vieja?, y no es eso. Déjame ver si te la puedo contestar de una manera que no sea tan llena de arrugas”.

La respuesta con “arrugas”, después maquillada con su corrección, reafirma su esmero por terminar con algo hasta que está convencida. Alma ajustó la última respuesta: “Le tengo miedo realmente a perder la curiosidad que me ha motivado, no es que haya sido siempre mi mayor motivación, pero es una motivación constante y la que me hace seguir en los momentos más duros de este oficio, y tengo miedo a perder la intensidad de esa curiosidad y a lo que vendrá después, aunque al mismo tiempo confío en que lo que vendrá, o vendría después, serían otros descubrimientos maravillosos, empezando por los de mi cocina”.

—¿En qué piensas cuando dices poner un alto? “En realidad es que todos deberíamos poder vivir, por lo menos, dos vidas. Yo quisiera una vida para el hogar y otra vida para la aventura, y creo que es difícil poder combinar”. [b]m[/b]

[b]Libros[/b]

[b]::[/b][i] Samba[/i] (1990).

[b]::[/b][i] Al pie de un volcán te escribo[/i] (Plaza y Janés, 1995).

[b]::[/b][i] Los años en que no fuimos felices[/i] (Plaza y Janés, 1998).

[b]::[/b][i] Las guerras en Colombia[/i] (Aguilar, 2000).

[b]::[/b][i] La Habana en un espejo[/i] (Mondadori, 2005).

[b]::[/b][i] El país de nunca jamás[/i] (Debate, 2011).

 

[b]Videos[/b]

 

[url=http://www.medios.udg.mx/node/9904]Alma Guillermoprieto en la Cátedra Julio Cortázar.[/url]

[url=http://www.tv3.cat/programa/226058716/]Entrevista con Emili Manzano[/url]

 

[b]Crónicas[/b]

[url=http://www.newyorker.com][i]www.newyorker.com[/i][/url]

[url=http://www.nybooks.com][i]www.nybooks.com[/i][/url]

[url=http://www.nuestraaparenterendicion.com][i]www.nuestraaparenterendicion.com[/i][/url]

1 comentario

  1. Muy buen final y bien por la
    Muy buen final y bien por la pertinencia del artículo, ha puesto palabras a una sentimiento al que no he logrado ponerle palabras desde que esta guerra en México ha comenzado, me ha hecho llorar, reír. Acertiva y sincera, ligera e intensa, esta mujer inspira y uno desea reconocerse en ella, oler las grandes historias a través de las sutilezas. Es cierto, ¿por qué si es a través de nuestras persepciones que conectamos con la gente, por que habrían los periodistas de eliminar sus sentires y reacciones personales? Precisamos más que nunca esas historias para comprender.

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