Titanes del Pacífico: el tamaño importa

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Titanes del Pacífico: el tamaño importa

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Titanes del Pacífico (Pacific Rim) es el primer largometraje dirigido por Guillermo del Toro después de Hellboy 2, el ejército dorado. Sigue las contrariedades de la humanidad en el futuro, cuando unos monstruos gigantes (los kaijus), irrumpen desde el océano Pacífico y comienzan a destruir la civilización, que es defendida por robots (los jaegers).

En Titanes del Pacífico (2013) es posible apreciar lo mejor del repertorio técnico y narrativo del tapatío Guillermo del Toro: su labor con la cámara es por momentos virtuosa, con emplazamientos sugerentes y una movilidad que imprime agilidad al relato; esto permite que el montaje sea tan vistoso como provechoso, pues los cortes generan un ritmo visual apasionante, en particular en los enfrentamientos entre humanos y los que se dan entre robots y monstruos. Del Toro filma la acción con claridad, solvencia y elegancia, virtudes que escasean hoy día en este renglón. El estilo tiene un afortunado complemento en las luces del cinefotógrafo mexicano Guillermo Navarro y las partituras del alemán Ramin Djawadi. El 3D, por su parte, es desigual, pues mientras el cineasta saca buen provecho de la profundidad que esta herramienta hace posible y el contraste entre las tallas es asombroso (el tamaño importa), por momentos, paradójicamente, la acción es confusa. Formalmente la cinta es impecable —por momentos deslumbrante—, y su hechura no sólo no desmerece con relación a lo que se espera de una cinta veraniega de gran presupuesto, sino que es bastante lucidora. Pero… vayamos por partes.

Titanes del Pacífico es el primer largometraje dirigido por Del Toro después de Hellboy 2, el ejército dorado (2008). Sigue las contrariedades de la humanidad en el futuro, cuando unos monstruos gigantes, a los que se conoce como kaijus, irrumpen desde el océano Pacífico y comienzan a destruir la civilización. Los humanos responden construyendo unos robots no menos grandes, conocidos como jaegers. La guerra se extiende por años, hasta que los políticos deciden dejar de construir los robots y apuestan por un muro. Pero como éste resulta inútil, la última esperanza está en los jaegers, en particular el que comandan Raleigh Becket (Charlie Hunnam) y Mako Mori (Rinko Kikuchi).

Del Toro hace algunos guiños a sus cintas anteriores (la evolución del depredador de Mimic; los chistes con Ron Perlman de Cronos, con Santiago Segura de Blade II; los espadazos de ésta y Hellboy), emula hasta cierto punto blockbusters de otros directores con ambiciones diversas (Armageddon, Transformers, Aliens) e imprime dosis de humor valiosas pero escasas. El tema, así tratado, ilustra un lugar común rubricado en un dicho: la unión hace la fuerza. Los jaegers, que tienden un puente con los “monstruos” de David Cronenberg (quien ha explorado cómo el hombre se “maquiniza”), son comandados por dos personas que se complementan: cada uno ocupa un hemisferio —en franca alusión a la distribución y funcionamiento cerebrales—, llegan a tener una conexión fuerte y pueden penetrar en la mente del otro (no obstante, terminan comunicándose como la mayor parte de los mortales: hablando). De ahí que las parejas sean conformadas por hermanos, padre e hijo o macho y hembra, que tienen grandes posibilidades de apareamiento (ésta, justo es reconocer, es una inferencia que hace el que teclea estas líneas, pues la cinta es aséptica, lo mismo en los terrenos biológicos que en los amatorios). De pasadita, el tapatío lanza una crítica, chiquita ella, a los políticos: esos seres “de saco, corbata y risa falsa” a los que “no necesitamos”, como sugiere algún personaje. El tema, así, no es precisamente original y tampoco llega a revelaciones profundas y atendibles. Pero hay más.

Titanes del Pacífico se extiende a lo largo de dos horas y media que resultan larguísimas. Presenta una serie de personajes unidimensionales que alimentan una verborrea interminable, que son una suma de clichés y que, además, son interpretados sin punch: el desempeño actoral no es particularmente notable. Retoma el elogio que tantas y tantas cintas han hecho de los rituales, las jerarquías y la parafernalia militares (tú no, Guillermo, tú no); y, por supuesto, la testosterona rifa, incluso sobre la neurona (los científicos —de los que se ofrece un retrato contrastante— aquí son algo así como unos payasos que llegan a tocar la flauta).

En su filmografía previa, Guillermo del Toro ha sabido conciliar la fantasía y la aventura con la sustancia, pero aquí entrega su cinta más insustancial, más impersonal. Es cierto que brilla su habilidad artesanal y cumple al entregar lo que se espera de una cinta veraniega: acción, efectos especiales y estruendo en cantidades industriales (el presupuesto también importa). Pero sabe a poco.

 

Texto publicado el 12 de julio de 2013 en el suplemento Primera Fila del periódico Mural 

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