Superman (re)inicia

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Superman (re)inicia

– Edición

Superman sigue empantanado en la puerilidad: yo dudo mucho que algún día crezca hasta alcanzar una estatura miserablemente humana.

 Foto: Warner Bros.

De la galería de súper héroes que ofrecen DC Comics y Marvel, Superman siempre me ha parecido el menos valioso, el más limitado. Por más que las obras que hace por la humanidad —en alguna novela gráfica incluso muere por ella— son encomiables y merecerían un reconocimiento incuestionable, ha sido un héroe que está más allá de lo humano demasiado humano. Su fuerza sobrehumana lo hace invulnerable, inalcanzable. Acaso por eso en más de un cómic se han ensañado con ganas contra él: le han propinado maltratos también sobrehumanos, a sabiendas de que habrá de resurgir una y otra vez. Recuerdo en especial El caballero de la noche regresa, de Frank Miller, novela en la que Superman es un vasallo obediente del presidente —¡de Ronald Reagan!— que está dispuesto a combatir al siempre incontrolable Batman, por más que Bruce Wayne y Clark Kent son amigos. En esa obra, Batman le receta una paliza memorable, al grado de dejarlo seco como uva pasa. (Semejante servilismo lo amerita, habrá que concederle crédito a Miller.)

Esta percepción de minusvalía se ha acentuado con la aparición, desde hace una década, de películas de súper héroes que han sabido utilizar la fantasía de los súper poderes para explorar los rasgos humanos de quienes los poseen, que han sabido utilizar la irrealidad para abordar la realidad. De esta forma hemos visto crecer a Bruce Banner, quien precisa de la ira de Hulk para sacudirse la manipulación que los otros ejercen sobre él; a Peter Parker, a quien el tío Ben le ha hecho ver la maldición responsable que supone poseer un gran poder; a los Hombres X, cuyas misiones constituyen una invitación a la convivencia pacífica con los diferentes; ni hablar de Batman, que a partir del hilo conductor del miedo hizo una reflexión sobre los tiempos de desigualdad e injusticia social que vive hoy la sociedad capitalista. Pero, ¿y Superman?

En lo que a mí respecta, las películas del súper hombre —incluyendo la visita que le hizo Bryan Singer en Superman regresa— se encuentran entre las menos poderosas del subgénero habitado por los súper héroes. Concedí la duda a El hombre de acero (Man of Steel, 2013) porque en los créditos aparecen los nombres de los que contribuyeron a dar más grandeza a Batman: en la producción Christopher Nolan, en el guión David S. Goyer —responsable del texto que sirvió de guía a Batman inicia— y en la música Hans Zimmer (autor de todas las partituras del Batman de Nolan). El patito feo estaba en la realización: Zack Snyder ha alimentado una filmografía tan espectacular como irresponsable. Su elogio de la violencia en 300 (2006) y Sucker Punch (2011), así como las discretas cuentas que ofreció en Watchmen (que se inspira en una novela gráfica que es prodigiosa), contribuían a albergar escasas expectativas. Es más: a alimentar cierto escepticismo. Su labor en El hombre de acero, justo es anticipar, confirma la medianía de Snyder: Superman sigue sin punch. Habrá que explicarse, por supuesto.

El hombre de acero es una especie de Superman (re)inicia. Regresamos al conocido origen de Kal-El, quien es enviado a la Tierra por sus padres cuando su planeta natal, Kriptón, está a punto de explotar. Por acá (bueno, por allá, los súper son estadunidenses por antonomasia) se va haciendo consciente de su singular fuerza. Su padre terrícola (Kevin Costner) le pide que mesure sus impulsos, pues los humanos no están listos para sus desplantes (aunque, eso sí, luego descubriremos que las humanas no tienen mayores reservas). No obstante, acumula algunos gestos heroicos. Su destino cambia no sólo cuando su padre kriptoniano (Russell Crowe) se le aparece cual fantasma hamletiano y le descubre su origen, sino cuando un enemigo de su padre, Zod (Michael Shannon), amenaza con acabar con la Tierra si él no se entrega.

La cinta parte de lo que evidencia ser una desacertada estupidez (¿hay estupideces acertadas?): cuando Kriptón está a punto de explotar, Zod perpetra un golpe de estado que es rápidamente frustrado. Se le castiga congelándolo y mandándolo a otro lugar. La pregunta inmediata es: si querían reprenderlo, ¿por qué no lo dejaron en el polvorín kriptionano, en donde su suerte, como la del resto de la población, estaba echada? En adelante las cosas parecen mejorar, no obstante, por medio de la estructura que propone Goyer: inicia con las contrariedades de Clark cuando es joven y, por medio de saltos al pasado, va ilustrando el proceso de crecimiento. En la ruta nos recetan por medio del diálogo lo más atendible de la cinta, que, sin embargo, no escapa de un adocenamiento inocultable: el hombre es lo que elige hacer (el cine es acaso el último bastión de la libertad, porque la cotidianidad es mezquina al respecto); un súper poder conlleva una súper responsabilidad; en todo hombre pervive el género humano (y Kar-El viene equipado con millones de kriptonianitos). (La cinta ofrece un guiño poco discreto y hasta proselitista al cristianismo: Superman, dice su padre kriptoniano, será visto en la Tierra como un dios; acá está llamado a sacrificarse por los hombres, cuya confianza ha de ganarse, pues los terrícolas son incrédulos.)

Tal vez resultan más relevantes los rasgos negativos expuestos, esos sí humanos demasiado humanos: apenas puede, Clark se venga del que le hace mal (en su niñez se reprimía por mera complacencia al padre); matar lo humaniza (el asesinato le da la posibilidad de alcanzar la mayoría de edad humana). Al final, el proceso de humanización del obediente Kar-El que presenta Snyder no progresa de forma convincente, es accidentado y poco imaginativo.

Snyder imprime algunas dosis de humor (para variar, pues Superman es súper solemne), pero entrega una cinta formalmente rutinaria en la que llama la atención una cinefotografía más bien gris, que ofrece una pátina de añejamiento poco provechosa. Además, su trabajo de cámara es rutinario y reiterativo (como otros realizadores de dudosas dotes, propone abundantes pasajes con cámara en mano que resultan gratuitos y fastidiosos): filma la acción con los habituales minizoomins y minzoomouts rápidos que hemos visto en tantas cintas de acción. Eso sí, Snyder tiene cuidado de no presentar la muerte de ningún humano, mucho menos algún cuerpo mutilado, lo que haría su cinta no apta para chamacos de 13 años: no quiere perder clientela. Para acabarla, su registro de las peleas reserva más confusión que emoción. (El fastidio de esta apuesta se acentúa en 3D, pertinente es comentar.)

No menos lamentable es el respeto-elogio a la parafernalia militar, sus códigos y sus hábitos: en una lucha en que el arsenal humano es inútil, abundan los milicos que se la rifan en serio. Ante la crítica que Stan Lee prodiga a los militares en cada uno de sus comics, Snyder y Goyer muestran un servilismo deleznable. En conclusión, Superman sigue empantanado en la puerilidad: yo dudo mucho que algún día crezca hasta alcanzar una estatura miserablemente humana.

 

MAGIS, año LX, No. 498, marzo-abril 2024, es una publicación electrónica bimestral editada por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, A.C. (ITESO), Periférico Sur Manuel Gómez Morín 8585, Col. ITESO, Tlaquepaque, Jal., México, C.P. 45604, tel. + 52 (33) 3669-3486. Editor responsable: Humberto Orozco Barba. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2018-012310293000-203, ISSN: 2594-0872, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización de este número: Edgar Velasco, 1 de marzo de 2024.

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