El cierzo cabalga de nuevo, ahora por el ciber-espacio

El cierzo cabalga de nuevo, ahora por el ciber-espacio

– Edición

El 28 de febrero de 1993, en el ya mítico Siglo 21, empecé a publicar una columna semanal sobre diversos temas de literatura, ciencia, música, cine, tecnología, y un extenso etcétera. Le llamé el cierzo como un mínimo homenaje a ciertas palabras gratas al oído, pero que casi no usamos en el habla nuestra de todos los días. En aquella primera entrega les conté a los imaginarios lectores el origen de este término.


El cierzo, viento helado que viene del norte, ha estado presente en la literatura española desde hace más de 400 años. San Juan de la Cruz escribió en el Cántico espiritual


Detente, cierzo muerto,
ven, austro, que recuerdas los amores,
aspira por mi huerto,
y corran sus olores,
y pacerá el Amado entre las flores.


Agustín Lara, uno de los grandes maestros de nuestra educación sentimental, se lamentaba en estos versos de Arráncame la vida:


En estas noches de frío
de duro cierzo invernal
llegan hasta el cuarto mío
las quejas del arrabal.


Julio Llamazares, narrador y poeta español, discípulo distante de Rulfo, publicó en 1985 la novela Luna de lobos. Un fragmento dice:


El cierzo silba monte abajo azotando las urces y el silencio. Llena la noche con su aullido.
Es el cierzo,  le digo.
No. No es el cierzo. Es un perro. ¿No lo oís ahora?
Ahora sí. Ahora lo escucho claramente: un ladrido lejano, triste, como un quejido. Un ladrido que la nieva prolonga y arrastra por el monte.


Estos tres formidables antecedentes literarios fueron la carta de presentación para  esta columna. Más tarde, el cierzo se cambió de casa y pudo sobrevivir regularmente hasta noviembre del 2007. En esas 500 y tantas colaboraciones, traté de ofrecerles a los imaginarios lectores algo diferente. Distinto a lo que podían leer en otras columnas. No quise repetirme y traté de escaparme de mis propias manías y obsesiones como lector.


Nunca pensé que tuviera un método para hacer la columna, sin embargo, con el tiempo veo que cada semana procedía más o menos de la misma manera y que los criterios de selección del tema, acopio de información, redacción y edición los desarrollé paulatinamente.


El primer criterio era la concepción amplia de la ciencia y la cultura. La mayor parte de los espacios periodísticos que trataban estos temas lo hacían – y lo siguen haciendo – en forma separada como si la ciencia no formara parte de la cultura. No estoy de acuerdo con esa orientación y busqué siempre combinarlos con criterio periodístico. Con esta idea rectora, los temas elegidos para la columna podían ser la clonación de la oveja Dolly, la novela más reciente de Orham Pamuk, la música de Duke Ellington, el teorema de Fermat, la muerte de Balthus, el protocolo de Kyoto, las ideas de Darwin en la literatura, la vigencia de Spinoza, los debates políticos de la ciencia, la neurología de la estética, el proyecto del museo Guggenheim en Guadalajara o el aniversario del New York Times.


El segundo criterio buscaba sorprender al lector con el tema o el enfoque. No hay cosa que me parezca peor en un columnista que ser predecible; cuando el lector puede adivinar el tema y la opinión del autor, prefiere no leerlo y entonces para qué escribirlo, sigo pensando hasta la fecha. Por lo anterior procuraba que mis fuentes fueran variadas; periódicos como el New York Times, El País, The Guardian o Página 12; revistas como The Economist, Scientific American, The Newyorker; Prospect; The Atlantic, Village Voice, The New York Review of Books; Seed. Science is Culture estuvieron entre mis sitios más consultados.


La selección y variedad del tema con un enfoque atractivo para el imaginario lector (como me gusta pensarlo) era un tercer criterio. Mis lectores vivían en esta ciudad y hay temáticas que les son más cercanas, aunque traté de alejarme del provincialismo. La ciencia y la cultura como tales son universales, pero sus expresiones están ligadas a un tiempo y un espacio determinado. El título también lo consideré muy importante para convencer al lector que valía la pena leer la columna; busqué títulos atractivos y sugerentes y procuraba variar los temas; si una semana hablaba de literatura; la siguiente tendría que ser de ciencia y luego de cine o artes plásticas.


Desconozco hasta que punto pude interesar a los lectores con mis textos, pero ha sido una buena experiencia. Ya terminada la misión en formatos tradicionales, regreso a este espacio – ahora enriquecido con la tecnología – con la intención de que el cierzo siga su trayectoria y prosiga una sabrosa conversación con los imaginarios lectores. Los usuarios de este especio encontrarán en este nuevo formato electrónico mayores posibilidades técnicas y espero que también creativas y reflexivas. 


Empecé este primer comentario citado a San Juan de la Cruz. Termino esta colaboración con Dulce María Loynaz, una excelente poeta cubana, quien ganó a los 89 años el premio Cervantes en 1993.


Yo dejo mi palabra en el aire, sin llaves y sin
velos
Porque ella no es un arca de codicia, ni una mujer
coqueta que trata de parecer más hermosa de lo
que es.
Yo dejo mi palabra en el aire, para que todos la
vean, la palpen, la estrujen o la expriman.

1 comentario

  1. Carlos Enrique,
    Te felicito

    Carlos Enrique,

    Te felicito por éste tu blog, que seguramente trasecenderá fronteras, tanto físicas (virtuales) como intelectuales.

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