Andrew Garfield: Transformar el sufrimiento en belleza

Scorsese da instrucciones a Garfield durante la filmación.

Andrew Garfield: Transformar el sufrimiento en belleza

– Edición 457

Para encarnar a un sacerdote jesuita en la más reciente película de Martin Scorsese, Silencio, el actor debió pasar por un intenso proceso de formación que incluyó la realización de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio. Movido por el sentido de responsabilidad artística al buscar desempeñar su papel con la mayor fidelidad, Garfield habla en esta entrevista de los descubrimientos inesperados que vivió en ese proceso. Presentamos, además, una entrevista a Scorsese y otra a James Martin, SJ, quien asesoró a Garfield en el proceso

La gente hace los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola por diversas razones. Prepararse para protagonizar una película de Martin Scorsese no es una que se oiga a menudo, pero probablemente no sea la peor razón para realizarlos. Con frecuencia, hombres y mujeres hacen retiros para encontrar algo de claridad acerca de quiénes son o quiénes son llamados a ser. Supongo que fue el caso de Andrew Garfield cuando le pidió a James Martin, SJ, editor de la revista America, que lo dirigiera en los Ejercicios como parte de su preparación para interpretar el papel principal de la nueva película de Martin Scorsese, Silencio.

El padre Martin dudó al principio. Pero Garfield estaba buscando algo. O a alguien. Y ésa no es una mala razón, en absoluto. A final de cuentas, fue suficiente para Jim. Y más que suficiente para Dios.

 

La realidad herida

Era un día lluvioso en Los Ángeles cuando fui a comer con Garfield para que me contara sobre su experiencia con los Ejercicios. Nos vimos en un restaurante bullicioso en Los Feliz, un viejo barrio localizado justo debajo del Observatorio Griffith, en East Hollywood. Yo llegué temprano y él a tiempo. Ambos estábamos hambrientos. Garfield parecía fatigado. Era aproximadamente el mediodía, y estaba cansado.

Había estado trabajando por semanas en la promoción de dos películas, filmando una tercera y preparando su regreso a Londres para una producción escénica. Llevaba consigo una pequeña colección de cuadernos y un teléfono. Sólo le faltaban una laptop y una taza de café para que se confundiera con un alumno de posgrado. Era el 31 de diciembre de 2016, y Garfield estaba comiendo con un jesuita curioso al que no conocía. No era exactamente la vida glamurosa de Hollywood que uno se imagina. Era más como una cita religiosa a ciegas e incómoda. Yo entendía su cansancio.

Andrew Garfield Foto: AP

Pero, a pesar de su fatiga, fue en extremo amable y generoso con su tiempo, así como profundo en su conversación. Se aseguró de que fuéramos a comer. Él ordenó polenta y yo hotcakes de mora azul. Garfield estaba cansado pero agradecido:  agradecido por la oportunidad de contar su experiencia al realizar los Ejercicios con el padre Martin durante todo un año, agradecido por volver a un lugar donde podía encontrar mayor profundidad y consuelo ante lo que vivía en ese momento —un momento de autopromoción al estilo de Hollywood—. “Esto es como el mercado de ‘riqueza, honor y orgullo’”, dijo, refiriéndose sin provocación a una meditación clave de los Ejercicios Espirituales. Fue una aportación astuta y con gran toque. Estaba hablando en mi idioma. Me hizo sentir como en casa.

Después de conocernos brevemente, empezamos a hablar de cómo encontró su vocación en la actuación y de qué tipo de experiencia espiritual aportaba a los Ejercicios. “Las películas eran mi iglesia en realidad”, mencionó. “De niño me interesaban las películas y los libros; nada destacable en realidad, simplemente era el lugar donde me sentía reconfortado, donde podía ser yo mismo… donde me sentía más seguro”.

Tal vez, como dijo, un amor por las historias en la niñez no sea tan destacable, pero luego añadió algo que me pareció muy ignaciano: “Los libros y las películas me transportaban hacia mí mismo, al enorme paisaje interior de mí mismo”.

San Ignacio de Loyola fue transportado de forma similar cuando empezó a escribir los Ejercicios Espirituales. Después de un fracaso rotundo, herido al tratar de jugar al héroe durante una batalla imposible de ganar, sin nada parecido a un newsfeed sin fin con el cual entretenerse durante su larga y dolorosa convalecencia, Ignacio empezó a leer. Pronto se dio cuenta de que el consuelo que buscaba, la sanación que necesitaba, no se encontraban en fantasías de ficción caballeresca, sino en las vidas de los santos. Además, fue descubriendo que se le revelaba una vida más profunda y satisfactoria, no solamente en los ejemplos edificantes de los santos, sino también en las complejidades de las pasiones que él experimentaba. La realidad herida de su vida interior se convirtió en un lugar de imaginación concedida por la gracia. La conversión de Ignacio comenzó cuando se volvió sensible a la complejidad de su ser interior.

En mi conversación con Garfield, me quedó muy claro que el actor comparte esta sensibilidad ignaciana. También fue evidente que su “enorme paisaje interior” está, como el de muchos de nosotros, lleno de heridas y vulnerabilidad. Conoce bien el anhelo del amor, que muchas veces es un anhelo tortuoso.

Andrew Garfield

“Me he visto atraído por las historias que intentan transformar el sufrimiento en belleza”, dijo. “Siento que tengo el don, y a la vez la maldición, de una intimidad con el dolor… con el dolor de vivir…”. Se detuvo como si estuviera juntando fuerzas para decir lo que realmente quería decir, y fue entonces cuando se reveló la fuente del desgaste que yo ya había notado en él: “el dolor de vivir en un tiempo y un lugar donde una vida de alegría y amor es jodidamente imposible”.

Repitió esta idea en varios momentos durante las pocas horas que estuvimos juntos. Su vida se ha visto complicada por el peso del amor, por la posibilidad —o la imposibilidad— del amor verdadero.

 

La dulce agonía de crear

Andrew Garfield fue, a falta de una mejor palabra, exitoso en los Ejercicios. “Hay tantas cosas de los Ejercicios que me cambiaron y me transformaron, que me mostraron quién era… y dónde creo que Dios quiere que esté”, me dijo. Difícilmente se podría esperar un resultado más positivo de unos Ejercicios. Y su éxito no debería sorprendernos.

Su entrenamiento como actor lo preparó bien para las dinámicas de la oración ignaciana, en la que uno se imagina en una serie de escenas bíblicas con el objetivo de obtener “conocimiento interior” de Dios y articular ese conocimiento en una vida de acción compasiva y servicio generoso. Lo que más le sorprendió, incluso ahora, fue el hecho de enamorarse.

Cuando le pregunté acerca de elementos sobresalientes de los Ejercicios, fijó sus ojos vagamente en un punto cercano, y se fue alejando hacia un lugar de la memoria. Luego, como si la pregunta lo hubiera transportado de nuevo a la experiencia misma, sonrió ampliamente y dijo: “Lo que me pareció muy fácil fue enamorarme de esta persona, enamorarme de Jesucristo. Eso fue lo más sorprendente”.

Se quedó callado después de decirlo, claramente conmovido por la emoción. Llevó su mano al pecho, justo debajo del esternón, entre la barriga y el corazón, y lo que dijo después vino acompañado de risas: “¡Dios mío! Eso fue lo más impresionante: enamorarme, y lo fácil que es enamorarse de Jesús”.

De repente pude apreciar la autenticidad con la que Andrew vive la alegría del amor y el dolor de la frustración, el dolor que provoca la ausencia de amor. “Me sentí tan mal [por Jesús,] y enojado por él cuando finalmente lo conocí, porque todo el mundo le da una reputación tan negativa. Hay tanta gente que le da una fama tan mala. Y ha sido utilizado para tantas cosas oscuras”.

Cuando digo que Garfield tuvo éxito en los Ejercicios, es precisamente esta profesión de amor la que lo prueba: se enamora de Jesús. Sufre con y por el amado. Y este sufrimiento compasivo se traduce en una vocación que pretende ayudar a más gente a enamorarse y escapar de la ausencia del amor. “Eso es para mí la dulce agonía de crear”, continuó, “la hermosa agonía de nunca poder expresar plenamente la posibilidad del amor y la posibilidad de amar como él nos enseña, y de vivir como él quiere que vivamos. Lo que me impulsa a trabajar es este anhelo de expresar precisamente eso”.

Andrew Garfield Fotos: Paramount Pictures

Contra el temor al fracaso

La experiencia de enamorarse de Jesús fue lo más sorprendente, tal vez, porque Garfield, como muchas otras personas, llegó a los Ejercicios buscando otra cosa. Lo que lo llevó a los Ejercicios no fue un deseo explícito de conocer a Cristo, sino la sensación dolorosa y persistente de su propia “insuficiencia”.

Como Ignacio en su tiempo, Garfield era un joven que buscaba su lugar en el mundo. Y, como muchos de nosotros, debajo de ese deseo cargaba con un miedo profundo, el miedo a no ser suficientemente bueno. “Lo que más quería sanar, lo que le presenté a Jesús, lo que me llevé a los Ejercicios, fue ese sentimiento de insuficiencia”, dijo. “El sentimiento de siempre anhelar la expresión perfecta de esto que todos llevamos dentro. La herida de la insuficiencia. La herida de sentir que lo que tengo que ofrecer nunca es suficiente”.

Muchos vivimos con miedo al fracaso, pero pocas veces nos damos cuenta de que no es éste lo que nos molesta: es la exposición. No es difícil fracasar; lo hacemos todo el tiempo. El problema es que la gente nos vea. Es el hecho de que nos reconozcan como un fracaso es lo que nos duele realmente. Cuando lo único que queremos es ser apreciados, lo que anhelamos es ser vistos; si tememos no ser dignos de esa atención, entonces ser vistos es lo que más nos aterra. Esta tensión es algo que Andrew Garfield entiende muy bien.

El momento que recuerda como la experiencia más profunda de la presencia de Dios en su vida sucedió justo antes de su primer trabajo, después de graduarse de la escuela de actuación. Iba a hacer el papel de Ofelia en la obra de Shakespeare Hamlet, en el Globe Theatre de Londres. “Faltaban como dos horas para la función, y de pronto sentí que me iba a morir”, recordó. “Realmente sentí que si me paraba en ese escenario me iba a incendiar de adentro hacia afuera. Nunca había sentido tanto terror: un terror mortal, una sensación de insuficiencia y duda. Terror de ser visto. Terror de revelar y ofrecer mi corazón. De exponerme y decir: ‘Mírenme’”.

Andrew Garfield

Para calmar sus nervios salió a caminar a lo largo de la orilla sur del río Támesis. Era un día nublado, y sus pensamientos se convirtieron en deseos de escapar: “Empecé a pensar en aventarme al río. No tengo nada que dar, nada que ofrecer, soy un fraude”. Ahora lo entiende como un momento de oración: “Estoy pidiendo algo. Estoy pidiendo ayuda.”

Entonces escuchó a un cantante callejero que interpretaba, de manera imperfecta, una canción que reconoció: “Vincent”, de Don MacLean. La imperfección de esa interpretación es lo que más recuerda. “Si ese tipo se hubiera quedado en casa y hubiera dicho: ‘No tengo nada que ofrecer, mi voz no es tan buena, no estoy listo para presentarme en público, no soy suficiente’, si le hubiera hecho caso a esas voces, yo no habría recibido lo que necesitaba”, dijo. “Su disposición a estar vulnerable realmente cambió mi vida. Creo que por primera vez entendí cómo el arte crea sentido, cómo cambia la vida de las personas. Cambió mi vida”.

Ese momento compartido de imperfección artística lo salvó: “Y literalmente las nubes se disiparon, salió el sol y nos cubrió a los dos mientras yo lloraba incontrolablemente. Y sentí como si Dios me agarrara del cuello de la camisa y me dijera: ‘Has estado pensando que si te subes a ese escenario morirás. Pero, de hecho, si no te subes, morirás’”.

Desde entonces vive con esta misma tensión creativa —con un miedo profundo de ser visto y una necesidad aún mayor de ello—. Si ser vistos en nuestra imperfección es lo que nos aterra, ser abrazados en nuestra vulnerabilidad es lo que nos salvará.

 

“Los Ejercicios me pusieron de rodillas”

Para Garfield, una de las partes más conmovedoras de los Ejercicios fue la de las contemplaciones de la llamada “vida oculta” de Jesús. “Eso me pareció muy importante”, recordó. “Mientras estoy constantemente tentado a producir, a ser visto, a ser apreciado, etcétera, descubro la belleza de vivir una vida oculta, de retirarme y entregarme de manera más profunda a mi arte, a mi vida, al mundo”. Al considerar su evidente incomodidad con las implicaciones de la fama, no parece sorprendente que se sienta atraído a una vida oculta. Y, sin embargo, estas meditaciones sobre la niñez de Cristo también revelaron un deseo de entrar en las partes ocultas de su propia vida —a las heridas de su insuficiencia, a los lugares desolados que todos tenemos pero a los que no sabemos llegar, de los que no sabemos salir—.

Sin embargo, tal vez el ejercicio más crítico para Garfield no fue el de la vida oculta, ni el reconocimiento de sus propias heridas, sino el que trataba acerca de la revelación de algo sagrado: la vulnerabilidad de Dios. Al meditar sobre la Natividad, se imaginó a sí mismo, como lo recomienda Ignacio, como una partera durante el nacimiento de Cristo. “Me sentí en casa. Sentí que era donde debía estar. Al servicio de esta mujer durante este acto tan significativo”. Empezó a ver cómo el antídoto para la humillación podría ser simplemente la humildad. “Dios, ojalá pudiera sentirme así todo el tiempo, ofreciendo mi humilde servicio”. añadió. “Si puedo convertir el contar historias en un servicio, si puedo ser útil, y ser lo más humilde posible durante el proceso…”. De nuevo se pierde en el recuerdo. No lo culpo. No es cosa pequeña.

Andrew Garfield

Los actores desde siempre han sido vistos como parteros. El actor, como todas las personas que tienen una dimensión sacerdotal, se posiciona frente a la verdad y participa en su relación por medio de palabras y gesticulaciones, al actuar nuestras historias sagradas de redención y amor. Al contemplar el nacimiento de Cristo, Garfield se dio cuenta de algo que otros actores y místicos parteros han sabido por mucho tiempo: que es por medio de nuestra personificación del amor, por medio del servicio humilde, que nos convertimos en el amor que anhelamos.

La experiencia de los Ejercicios es sagrada porque es un lugar donde descubrimos la verdad del amor, donde la personificación del amor se revela en Cristo. Sentirnos partícipes en traer al mundo aquel amor que anhelamos es un momento místico para cualquiera. No es fácil. En todos los sentidos de la palabra, es un ejercicio y más. Pero es, sin duda, el mayor regalo.

No obstante, ser parteros del amor para que entre al mundo no nos exime del dolor del parto. No es la posibilidad del amor lo que remedia su imposibilidad, sino que es la personificación del amor lo que nos salva, a final de cuentas. Es, en todos los sentidos, una obra en proceso.

“Los Ejercicios me pusieron de rodillas”, dijo Garfield, “y, sin embargo, aquí estoy sentado contigo, lidiando con la misma mierda. El hecho de hacer la película resultó secundario comparado con el hecho de realizar los Ejercicios, y el estreno de la película es la tercera prioridad para mí… y la profundidad de la experiencia es lo que sigue. La profundidad de la experiencia fue suficiente. Y, después, hacer la película me pareció una experiencia muy, muy profunda, más profunda que cualquier otra experiencia artística de mi vida, pero no tan profunda como la experiencia de los Ejercicios, aunque muy profunda de todos modos. Ahora la película se va a estrenar, y yo estoy de regreso en la ciudad de la superficialidad. Estoy tratando de reconciliarme con eso”.

Permanecer enamorado no es cosa fácil, así como tampoco lo es permanecer en el momento de la gracia en un retiro o en un momento conmovedor de la oración. El mundo regresa a nosotros y nosotros a él. Pero cuando le pregunté si aún confía en su enamoramiento, sonrió otra vez, hizo contacto visual conmigo y me aseguró: “Dios mío… esto, esto fue suficiente. Si no hubiera hecho la película, habría estado bien de todos modos. Pero la única experiencia que no me gustaría sacrificar, si tuviera que escoger, sería la de hacer los Ejercicios. Me trae tanto consuelo. Es una lección de humildad, porque me demuestra que puedes dedicar un año de tu vida a una transformación espiritual, deseando sinceramente y traduciendo ese deseo en acción, para crear una relación con Cristo y con Dios, y puedes perder cuarenta libras de peso, sacrificar tu arte, orar todos los días, vivir célibe por seis meses, hacer todos estos sacrificios en servicio a Dios, en servicio a lo que piensas que Dios quiere para tu vida, e incluso después de todo ese corazón y esa alma, después de un ofrecimiento tan humilde… esa humildad… después de todo eso, habrá gente que intente apedrearte y despreciarte. Es una gracia maravillosa recibir eso, caer en la cuenta de eso. Es un consuelo enorme saber que, no importa cuánto trabaje, habrá alguien a quien no le caiga bien. Habrá por lo menos una persona que diga que no valgo nada. ¡Es maravilloso!”.

Andrew Garfield

Si Garfield parecía cansado cuando nos saludamos, era todo lo contrario ahora. Cuando contaba las gracias que recibió se veía visiblemente alegre, y se reía a pierna suelta. Aun cuando reconoce que algunos pensarán que “no vale nada”, lucía radiante y libre.

“Ésta es mi oración sincera”, dijo. “Oro por ser más libre para ofrecerme vulnerablemente… y para que estas otras voces, ya sean internas o externas, pierdan un poco su poder de imponerse a esa llama, a la posibilidad de ofrecer nuestro corazón más puro, vulnerable, quebrado y abierto… al servicio de Dios, al servicio de un bien más grande, al servicio del amor, de lo divino. Siento que eso es lo que me está demostrando Dios. Y duele cuando me siento incomprendido o invisible… pero deseo que duela menos para poder seguir ofreciéndome de un modo vulnerable”.

En su esencia, los Ejercicios Espirituales tratan de la personificación del amor, no de la posibilidad de él. La posibilidad —o la imposibilidad— del amor nos paraliza. Pero la personificación del amor, el amor vulnerable, dañado y golpeado que vi en el corazón de Andrew Garfield, la personificación del amor que experimentó como el partero de María, el amor que guarda en su “vida oculta”, el amor que vive en sus deseos de ser visto profundamente y apreciado plenamente, el enamoramiento con el que sigue batallando en su relación con Dios y con otros. Esa personificación del amor es la que nos redime a todos al final. Si la imposibilidad del amor nos deja con anhelo, en la personificación del amor encontraremos nuestra satisfacción. En la personificación del amor encontraremos nuestra plenitud.

Cuando regresé a Madrid, volví a ver, como si fuera la primera vez, un pisapapeles que me había dado mi padre un año antes en mi cumpleaños. Es un simple bloque de aluminio que dice en letras gruesas: “SOY SUFICIENTE”. Parece que era la gracia que Dios tenía en mente para Andrew Garfield, la gracia que quieren todos los padres para sus hijos: que lleguemos a reconocernos como nada más y nada menos que la personificación de su amor. Y que este reconocimiento nos baste. Es la oración final que recomienda Ignacio en los Ejercicios: “Tómalo todo, Dios. Dame sólo tu amor y tu gracia. Eso me basta”. m.

El cine como peregrinación. Entrevista con Martin Scorsese

Por James Martin, SJ

Martin Scorsese, el aclamado cineasta, ha terminado una película sobre misioneros jesuitas portugueses en el Japón del siglo XVII, basada en la novela Silencio,de Shusaku Endo. La película se estrenó recientemente, y es protagonizada por Liam Neeson en el papel del padre Cristóvão Ferreira, un jesuita que renuncia a su fe después de ser torturado; así como Andrew Garfield y Adam Driver, como dos jesuitas más jóvenes; los padres Sebastião Rodrigues y Francisco Garupe, respectivamente, quienes tienen la misión de encontrar a su mentor. Ellos también son sometidos a torturas, y luchan con la idea de cometer apostasía.

Al principio de la entrevista, Scorsese habló de su niñez católica; cómo fue educado por las Hermanas de la Caridaden el Lower East Side de Nueva York, su breve estadía en un seminario menor, su amor por la Iglesia —que, según él, lo sacaba del “mundo cotidiano”—, así como de su fascinación a temprana edad por los misioneros de Maryknoll. “Me encantaba lo que decían,” dijo: “el valor, las pruebas que pasaban y la ayuda que brindaban.”

Esta entrevista tuvo lugar en la oficina del Martin Scorsese en Nueva York el 8 de noviembre pasado. Esta parte de la conversación, editada por razones de espacio y claridad, se enfoca en la creación de Silencio y en el propio viaje espiritual del señor Scorsese al realizar la película.

¿Cuándo te topaste con el libro Silencio?

Acabé por estudiar en Cardinal Hayes [una preparatoria en Nueva York] a los dos o tres años [de haber dejado el seminario menor,] y eso me dio una estructura y un enfoque. También por ese tiempo, en 1959 o 1960, la posibilidad de hacer películas se volvió muy real. La industria había cambiado por completo. Podías hacer películas independientes en la Costa Este, y eso no sucedía antes. Entonces terminé estudiando en el Washington Square College, y mi pasión se canalizó en las películas. Calles peligrosas tiene un contenido fuertemente religioso, y, hasta cierto punto, las premisas de Taxi Driver y ciertamente de Toro Salvaje, tienen contenido religioso, aunque no me daba cuenta en ese entonces.

En ese tiempo me había involucrado con el libro de [Nikos] Kazantzakis, La última tentación de Cristo. Yo quería hacer esa película. Para 1988, cuando finalmente se filmó, y estábamos a punto de estrenarla, hubo una ola de revuelo y polémica y tuvimos que mostrar la película como estaba en ese momento a diferentes grupos religiosos para que supieran de lo que se trataba, para que la gente no polemizara sin siquiera haberla visto. Una de las personas era el Arzobispo Episcopal de Nueva York, Paul Moore, quien asistió después de la proyección a una pequeña reunión que organizamos. Dijo que la película era, en sus palabras, “cristológicamente correcta.”

Me dijo: “Te voy a enviar un libro”, y describió algunos de los episodios [de Silencio] así como la confrontación, las “elecciones”, los conceptos de apostasía y fe. Recibí el libro unos días después y en 1989, un año después, lo leí.

Cuando hice Buenos muchachos, le había prometido al gran director japonés Akira Kurosawa que actuaría en su película Sueños. Me pidió que hiciera el papel de Van Gogh.

Entonces tenía quince días de retraso con Buenos muchachos, y la gente del estudio estaba furiosa. Nos apuramos para terminar, y Kurosawa me estaba esperando en Japón. Tenía ochenta y dos años, ya había terminado la mayoría del rodaje y sólo le faltaba grabar mi escena. Dos días después de filmar esa película volamos a Tokio y después a Hokkaido, y mientras estaba allá leí el libro. De hecho, terminé el libro en el tren bala de Tokio a Kioto.

Entonces leíste Silencio en Japón. ¿Era en 1989?

1989. Agosto, septiembre. Fue cuando pensé: “Esta historia podría convertirse en una película maravillosa en algún momento”. Al principio no pensaba así. No sabía de pronto, al leer el libro, cómo realizarla, cómo hacerla real, ni cómo montarla, porque no conocía el alma de la historia. En otras palabras, no era capaz realmente de interpretarla. Y creo que tardé todos estos años… porque traté de escribir un buen guion alrededor de 1990. Jay Cox y yo, en 1991, logramos conseguir [los derechos,] e íbamos a hacer la película inmediatamente; pero cuando llegamos a la mitad del guion, yo ya no sabía lo que estaba haciendo. Simplemente no lo sabía.

Después me distraje haciendo otras películas: La edad de la inocencia. Le debía una película a Universal. Tenía que hacer Casino, y terminé haciendo Kundun, que fue una forma de trabajar en este problema. Durante todo ese periodo, siempre regresaba al libro. Es importante entender que de 1989 a 1990 a 2014, o 2015, cuando finalmente rodamos la película, había muchos conflictos legales, y toda la situación parecía un nudo gordiano de complicaciones, un verdadero desastre legal, entonces me parecía todavía menos factible realizar la película. Algunas de las personas involucradas terminaron en la cárcel —no por estar involucradas en Silencio, sino por otras prácticas de negocio–.

Finalmente, hubo muchas personas que contribuyeron para resolver el problema, pero también tardé muchos años en entender o sentirme cómodo con la visualización de la película, cómo resolver las últimas secuencias. No solamente la confrontación al final, sino también el epílogo.

Dijiste que te tomó un tiempo entender el “alma” del libro. ¿Cómo la describirías?

Bueno, es la profundidad de la fe. Es la lucha por la esencia misma de la fe. Deshacerse de todo lo demás que la rodea.

El vehículo que uno toma para encaminarse a la fe puede ser de mucha ayuda. Por ejemplo, la Iglesia, la institución de la Iglesia, los sacramentos, todo puede ser muy útil. Pero en el fondo tienes que encontrarla tú mismo. Tienes que encontrar esa fe, o tienes que encontrar una relación con Jesús o contigo mismo realmente, porque a final de cuentas es a lo que te enfrentas.

Exacto. El Padre Rodrigues está muy libre al final.

Sí, lo está. Pero eso no descalifica en mi mente a los que optan por vivir su vida de acuerdo con las reglas de una institución, de la Iglesia católica, o como sea que uno proceda con su vida y sus propias creencias. A fin y al cabo, no lo pueden hacer por ti. Lo tienes que hacer por tu cuenta. ¡Ése es el problema! [risas.]

Y la invitación.

Y la invitación… sigue llamándote.

Así es. Todos los días.

Te sigue llamando, y se encuentra en las personas que te rodean. En aquellas más cercanas a ti. Eso es lo que es, y de repente recibes una bofetada en la cara, y dices: “¡Despierta!”.

Pero el shock viene, sin revelar el final de la película, cuando el personaje se da cuenta de que lo que está a punto de hacer, o lo que hace, se contrapone a lo que probablemente el resto de la cultura cristiana europea piensa que debería hacer.

Exactamente. Eso fue lo conmovedor de contar esta historia. Porque, ¿cómo puedes sostener eso? ¿O cómo puedes admirar su elección, su decisión? Después te dices: “Ponte en su lugar. Piensa en la debilidad del espíritu humano. La debilidad de la humanidad”. Y la he visto. La he vivido a lo largo de los años, también. Lo he vivido con gente que comete los mismos errores una y otra vez, y solamente hay ciertas personas que los van a ayudar o van a estar con ellos. Es una prueba. El problema es, como en Calles peligrosas, cuando el personaje de Charlie elige su propia penitencia. No puedes hacer eso [risas.]

A menudo Dios te da la penitencia, o la vida.

Así es. Cuando menos lo esperas.

Así es.

Y se convierte en una irritación, y realmente dices: “No. Ya estuvo bien” [risas.]

Exacto. No es la cruz. Una vez le dije a mi director espiritual: “Ésta no es la cruz que yo elegiría”, y él me dijo: “Pues si eliges tu propia cruz, entonces realmente no es una cruz”.

Exacto, ¡porque te resulta cómoda! [risas.]

Así es.

Y eso es lo que me fascinó de su decisión. Es una decisión total. Es muy claro lo que hace. Y sin embargo lo tiene solamente dentro de sí. Está en su corazón. Y está ahí en el libro, ya lo sé.

Este libro significa tanto para ti espiritualmente, y tuviste la oportunidad de trabajar en él y ahora ves los resultados. ¿Cómo es ese proceso para ti, espiritualmente?

A final de cuentas se convierte en una peregrinación. Es una peregrinación. Seguimos en el camino y nunca terminará. Pensé que terminaría por un tiempo, pero una vez que estaba ahí, me di cuenta de que no. Incluso en el cuarto de edición, es un producto inconcluso. Y así permanecerá para siempre.

Es fácil hacer una peregrinación como yo la quiero hacer [risas,] pero no fue fácil hacer esta peregrinación. No fue fácil hacer la película, y hubo muchos sacrificios. Algunas cosas ya ni siquiera se pueden arreglar, algunas de las cosas que ocurrieron en el aspecto personal. Si es una película buena o mala, ya lo decidirá otra gente, pero a mí la espiritualidad me ayudó hasta cierto punto, y es algo con lo que me gustaría que mis hijos se sintieran cómodos en el futuro.

¿Hablas de la espiritualidad cristiana en general?

Sí.

¿A qué te refieres cuando dices que la película aún está inconclusa?

Pues hay partes del libro que me habría gustado filmar y decidimos no hacerlo. La literatura es muy diferente de las imágenes visuales y en movimiento; entonces, ¿podría haberlo hecho casi página por página? Es casi como intentar alcanzar un punto en el que estés eliminando cosas en vez de agregarlas, y espero que las cosas que sí se incluyeron tengan resonancia. ¿Pero en cuanto a la resonancia? Me gustaría hacer una película con solamente una de esas vibraciones, como quien dice. Entonces, por mi parte, yo no quiero terminarla. De por sí se ha tardado demasiado. Ahora puedo decirlo, pero es tiempo de terminarla. Es tiempo de terminarla, de dejarla ir y que la gente la vea. Eso será bueno, y aceptar lo que venga. Pero ciertamente es una cuestión casi privada.

Por supuesto. Ahora, cuando lees el libro, estoy seguro de que hay partes muy conmovedoras para ti y que te afectaron en un nivel muy profundo. Cuando ves la película, ¿qué tipo de reacción te provocan esas escenas?

Hay varias escenas que me afectan. Sin duda alguna. La de los mártires en el océano.

Ésa es una escena preciosa.

Cuando estábamos ahí lo sentías. Cuando estábamos filmando, te lo aseguro, se sentía.

¿Qué sentías?

Sentías la belleza y la espiritualidad de lo que se intentaba escenificar. Lo sentías a través de los actores. A través de Shinya Tsukamoto y Yoshi Oida, Andrew y Adam, y fue devastador, triste y hermoso a la vez. Esas cuevas eran hermosas. Cuando fuimos a la locación para conocer esas cuevas, cuando entramos, había una mujer meditando. Es un lugar especial. Pasamos mucho tiempo ahí, y fue extrañamente reconfortante. Fue muy conmovedor, y cuando lo veo en la película, me recuerda un poco eso.

¿Qué crees que podría aprender de esta película alguien que no tiene fe?

Mira, sabemos que habrá mucha gente que criticará despiadadamente, creo yo que las personas sin fe. El problema es la certidumbre, particularmente en el mundo moderno; porque con la tecnología llegamos al punto de pensar… pues, supongo que, sin importar el momento histórico, pero particularmente después de la Revolución Industrial, se habrá pensado que habíamos llegado a la cumbre de nuestras capacidades.

En otras palabras, estamos disfrutando el mejor de todos los mundos posibles, y estamos muy avanzados. Pero tal vez no sea cierto.

Con la tecnología y la posibilidad de explicar la espiritualidad a través de la química del cerebro, con todo esto, creo que hay gente que será extremadamente hostil hacia la película, o por lo menos apuntará hacia los aspectos negativos de la “misión”, por decirlo así. Y ha habido tantas películas, tantos libros al respecto, empezando por Aguirre, la ira de Dios. En cualquier caso, esto va más allá de todo eso, en mi opinión. Esto va a la mera esencia del don que ellos llevaron.

Desde mi perspectiva, las personas sin fe serán llevadas a través del viaje del Padre Rodrigues; y es una buena persona, y los cristianos japoneses son buenas personas.

Lo son, así es.

Creo que hacia el final, el espectador simpatiza con el Padre Rodrigues y experimenta su sufrimiento en carne propia. Entonces no se trata tanto de una representación del misionero desde afuera hacia adentro, sino más bien desde adentro hacia afuera.

Cuando volvemos al tema de por qué me tomó tanto tiempo plasmar esta historia en la pantalla, ésa era la cuestión: lo de adentro hacia afuera. No era la historia obvia. Realmente era algo más profundo, como le decía ayer a una persona que me preguntó otra vez sobre La última tentación. Me preguntó: “¿Crees que esta película fue una especie de secuela, una consecuencia directa?”. Y le dije: “Pues, no. La última tentación refleja en dónde me encontraba en mi propia búsqueda en ese momento, y cómo esa búsqueda me dejó en un camino, y esta película retomó otro camino. Ésta llegó más profundo”. Pero, después de esa película, me di cuenta de que debía escarbar más profundo, y que no iba a ser fácil. No estoy diciendo que haya logrado llegar más profundo. Solamente que lo tenía que intentar.

Eso es interesante. ¿Con más profundo te refieres a más despojado?

Sí, pero también a la noción misma de lo que significa la compasión.

Sí, porque a final de cuentas, se trata de la relación entre él y Jesús.

Sí.

Desde una edad temprana sentiste fascinación por los misioneros. Entraste en contacto con este libro sobre misioneros. Planeaste hacer la película por muchos años, y ahora finalmente realizaste este hermoso proyecto. ¿Cómo ha influido esta película en tu vida de fe o en tu espiritualidad?

Pues creo que me obligó a examinarla cuidadosamente. Es fácil decir eso. Pero se trata de contemplarla y aceptar que, si he llegado a cierto punto, es principalmente porque mi vida podría estar terminando. Además, hay gente que me rodea que es muy cercana a mí, y estoy dándome cuenta de que, de hecho, ellos, sin proponérselo, además de esta historia, parecen esclarecer el sentido de la vida para mí. Y es como un regalo, de alguna manera.

¿Podré estar a la altura? No lo sé. Honestamente no creo, pero uno debe seguir intentando. Simplemente seguir intentando. De eso se trata.

 

Acompañar y guiar. Entrevista con James Martin, SJ

Por Brian Strassburger, SJ, y Dan Dixon, SJ

 

James Martin, SJ, es editor general de America Media y autor de diversos libros (entre ellos Jesús, una peregrinación y Guía jesuita a (casi) todo). Asesoró a Martin Scorsese en su nueva película, Silencio. En esta entrevista, conversa a fondo con dos escritores de The Jesuit Post, Brian Strassburger y Dan Dixon, acerca del proceso de asesorar a Scorsese y a los actores en la creación de una hermosa película nueva sobre los jesuitas.

Muchas gracias, Jim, por tomarte el tiempo de responder a nuestras muchas preguntas sobre Silencio.

Muchas gracias por invitarme a hablar sobre este proyecto.

Nos interesa saber sobre tu papel en la creación de la película. ¿Te involucraste de alguna forma con el guion?

Hace dos años me contactó la oficina de Martin Scorsese para que les ayudara en dos áreas: la redacción del guion y la preparación de los actores. Además, terminé poniéndolos en contacto con otros jesuitas que podrían ayudarles. No fui el único asesor jesuita: desde Antoni Ucerler, sj, y Dave Collins, sj, hasta Jerry Martison, sj de Taiwán, todos fueron parte del esfuerzo.

Al principio trabajé con Marianne Bower, la investigadora del Sr. Scorsese, quien había leído The Jesuit Guide y quería saber todo lo que pudiera sobre la vida jesuita. Después, Marty y Jay Cocks, su coguionista, me pidieron que les ayudara con el guion, lo cual fue un placer para mí.

El guión ya era maravilloso, pero pensé que necesitaba un toque “más jesuita”, a falta de una mejor frase. Por ejemplo, había pocas referencias a los Ejercicios Espirituales, las cuales definitivamente hubieran ocupado una parte importante de los corazones y mentes de los protagonistas, los padres Rodrigues y Garupe. Hubiera sido el lente por el cual miraban su mundo. También había algo de confusión con respecto al padre Rodrigues hacia el inicio de la narración, por qué estaría sufriendo tanto —cuando lo habría pedido voluntariamente en los Ejercicios—.[1] También sugerí un poco más de claridad con respecto a las motivaciones de los dos jesuitas jóvenes para ir a Japón en busca del padre Ferreira, su mentor—les habría preocupado su alma—; además, que hubiera más escenas que mostraran la alegría de su ministerio. Uno de mis argumentos fue que, si la película simplemente mostraba escenas del sufrimiento y persecución de los jesuitas, su vocación no tendría mucho sentido para el espectador.

En general intenté hacer sugerencias para que los guionistas entendieran cómo pensaría, actuaría, hablaría o incluso oraría un jesuita: por ejemplo, un jesuita haría más oración libre que rezos de fórmula.

¿Trabajaste con todo el elenco?

Trabajé con los actores angloparlantes, Andrew Garfield, Adam Driver y Liam Neeson, en varios aspectos, para ayudarles a prepararse para sus papeles. Con Andrew trabajé más de cerca, dirigiéndolo en los Ejercicios Espirituales (la Anotación 19) a lo largo de varios meses, y conversando con él, más allá de la dirección espiritual, acerca de la vida y la espiritualidad jesuitas. Adam y Liam estaban muy interesados en aprender más sobre la espiritualidad jesuita, si bien Liam ya había trabajado con Dan Berrigan, sj, durante el rodaje de La misión a inicios de la década de 1980, además de que un hijo suyo estudia en Fordham Prep.

¿Estuviste en el set durante el rodaje?

No, no estuve en el set en Taiwán. Yo les dije: “¡Tengo trabajo en America Media!”. Además, Jerry Martinson, sj, fue de muchísima ayuda en Taiwán para ponerlos en contacto con suficientes jesuitas durante el rodaje.

¿Cómo fue la experiencia de trabajar con Martin (Marty) Scorsese?

A decir verdad, es un encanto. No habían pasado cinco minutos y ya me sentía cómodo con él. Según recuerdo, nuestra primera reunión fue en su casa, en Midtown Manhattan, junto con su coguionista, y tuvimos una charla larga sobre el guion, que yo ya había leído. Marty es increíblemente elocuente, culto y devoto. Podrías situarlo en cualquier comunidad jesuita y estaría más que capacitado para unirse a la conversación. También está extremadamente abierto a sugerencias y cambios, incluso al final del proceso de edición, cuando uno creería que todo estaría más “definido”.

Recuerdo un incidente, pocos días antes de terminar el rodaje, cuando Martin estaba pensando en el final de la película, en la última escena, y yo sugerí una nota sobre los mártires japoneses y después “Ad Majorem Dei Gloriam”. Y eso fue lo que hicieron, a fin de cuentas. Es decir, Marty tenía los pies firmes en la tierra, y fue extremadamente amigable y accesible, además de muy, muy abierto a las sugerencias. Yo pienso que eso contribuye a su éxito como director. 

¿Puedes decirnos cómo se gestó el “estreno mundial” para jesuitas en Roma?

La gente de Scorsese me dijo que los habían invitado “a una proyección en El Vaticano”, y como todo mundo ya sabe, a una audiencia con el papa Francisco. Yo también fui invitado a acompañarlos a Roma. Al principio dudé en viajar tan lejos, pero luego se me ocurrió preguntarles si podrían invitar a la Curia Jesuita (al Padre General y a su equipo). Y después se me ocurrió: “¿Por qué no tener una proyección para jesuitas?”.

Afortunadamente, del otro lado del pasillo en America House se encuentra Alan Fogarty, SJ, director de la Fundación Gregoriana, que se dedica a recaudar fondos para las universidades pontificias de Roma. No conozco muy bien Roma, entonces le pregunté sobre posibles lugares para la proyección. Me respondió: “¡Tengo el lugar perfecto! El Instituto Pontífice Oriental acaba de renovar un aula de proyecciones, y será perfecta!”. En cinco minutos le habló a David Nazar, sj, el rector, e inmediatamente se reservaron el lugar y la fecha.

El domingo antes de la proyección fuimos todos a misa en inglés en el Oratorio de San Francisco Xavier (de la comunidad Caravita), junto a la Iglesia de San Ignacio, y después nos invitaron al pranzo en la comunidad Gesù, con aproximadamente 80 estudiantes jesuitas provenientes de 27 países. Orlando Torres, sj, el rector, y Tony Sholander, sj, el ministro, nos prepararon una comida bellísima, y fue muy emotivo para mí poder presentarles a Marty, a su familia y colegas, a todos estos jesuitas jóvenes. Sentí que fue una especie de agradecimiento por todo lo que él había hecho por la Compañía. Después de todo, de ahora en adelante, cuando la gente piense en los mártires jesuitas de Japón, y en los misioneros portugueses, muy probablemente le vendrá a la mente esta película. Al final de la comida, los jesuitas portugueses de la comunidad se acercaron a Marty y le dijeron: “Estos hombres son de la misma Provincia y tienen la misma edad que los padres Rodrigues y Garupe”.

Más tarde, Adam Hincks, SJ y Christian Saenz, SJ, quienes estudian en Roma, y Dave Collins, sj, quien fue delegado de la Congregación General y sigue ahí para hacer un sabático académico, nos dieron un recorrido por las Habitaciones de San Ignacio, la Iglesia de Gesù y la Iglesia de San Ignacio. Fue una experiencia muy conmovedora, sobre todo para mí. Marty nunca había visitado el lugar, y ahora ahí estaba: después de 30 años de estar haciendo una película sobre los jesuitas, ahora se encontraba en los sitios jesuitas más sagrados. Y estoy muy orgulloso también de Adam y Christian, de su trabajo excepcional en el recuento de la historia de estos sitios y de la historia de San Ignacio. Por alguna razón, estos jóvenes jesuitas le dieron a mi experiencia una dimensión mucho más poderosa.

Y la proyección estuvo fantástica. Estaba preocupado de que los jesuitas en Roma estuvieran demasiado ocupados (o que los aspectos técnicos no funcionaran), pero el Oriental albergó a 350 jesuitas esa tarde, la mayoría jóvenes de todas partes del mundo, y la película se vio hermosa. Durante la proyección se habría podido escuchar la caída de un alfiler. Marty y su familia estuvieron presentes, así como Jay Cocks y Thelma Schoonmaker, la editora. Después, Marty sostuvo una sesión de preguntas y respuestas, y me dijo después que le impresionó mucho la profundidad de las preguntas. Una de las preguntas la hizo Danny Huang, sj, el asistente regional de Asia y el Pacífico, quien impresionó tanto a Marty que después me pidió que buscara a Danny y le pidiera una copia de sus comentarios.

Estuve muy agradecido de que funcionara la proyección jesuita para Marty y su equipo, y muy contento de que mis hermanos jesuitas lo pudieran conocer. Fue un privilegio traerlo a la comunidad jesuita y presentar a mis hermanos con este gran amigo de la Compañía. Y ver esta película sobre mis hermanos jesuitas acompañado de mis hermanos jesuitas fue una experiencia inolvidable.

Hablando de grandes películas que muestran la vida jesuita, la película La misión, de 1986, con Robert De Niro, es prácticamente un “requisito” para los entusiastas de la vida jesuita. ¿Crees que esta película se puede comparar con La misión?

Obviamente tengo una opinión sesgada, pero creo que Silencio es mejor. Me encanta La misión, pero creo que no logra mostrar a los jesuitas tan fielmente desde una perspectiva interna. Creo que no conocemos a los personajes de Robert De Niro y Jeremy Irons tanto como al personaje de Andrew Garfield en Silencio. Se muestra una dimensión mucho más profunda de su relación con Jesús. Y sí creo que Silencio se convertirá en otro “requisito”. De hecho, cuando vi la película por primera vez con algunos colegas de Estados Unidos, uno de ellos se me acercó y me dijo: “Esta película se proyectará en las escuelas jesuitas desde ahora hasta el fin de los tiempos”.

Dinos por qué recomendarías la película.

En primer lugar, es una película magnífica, simple y sencillamente. La historia es contada artísticamente, con un ritmo perfecto y actuaciones excepcionales. No soy experto en cine, pero me pareció visualmente hermosa, a veces en un grado abrumador. La escena de la crucifixión en el mar me anonadó. En segundo lugar, te hace reflexionar sobre cuestiones fundamentales de la fe: específicamente ¿cómo discierne uno la forma correcta de actuar? En tercer lugar, relata una parte importante de la historia de la Iglesia: la historia de los mártires jesuitas y la Iglesia de Japón, que no es muy conocida por el público en general, o incluso por muchos católicos.

Las cuestiones que se plantean en la película son de espiritualidad real, no falsa. Muchas de las llamadas películas religiosas pintan la espiritualidad con la siguiente fórmula: algo malo pasa, y lo que tienes que hacer es orar, o encontrar a Dios, y todo se resuelve. Pero en la espiritualidad real, aunque creas en Dios, no estás exento de que te pase algo malo. ¿Luego qué haces? Para mí, Silencio podría no atraer a la audiencia acostumbrada a la espiritualidad falsa, o a la “gracia barata”, como la llamaba Dietrich Bonhoeffer. Silencio habla de la gracia real. Y eso no siempre es fácil de aceptar. Ni en películas ni en la vida real.

 

¿Cuáles elementos de la espiritualidad ignaciana son más evidentes en la película?

Más que nada la relación del personaje principal, el padre Rodrigues, con Jesús. Eso es primordial. El tema central de la película es el intento de los padres Rodrigues y Garupe de discernir lo que Jesús quiere que hagan en una situación tan confusa. Por eso es tan crítica la parte donde Rodrigues dice: “Nosotros pedimos esta misión”. Sentí que esa frase representaba no solamente la misión de encontrar al padre Ferreira, su mentor, sino también la misión que proviene de los Ejercicios Espirituales. Específicamente, cuando el jesuita pide estar con Cristo. Es decir: “Yo pedí esto en los Ejercicios. Pedí estar con tu Hijo”. Ésa es la misión mayor que pidieron.

Pero el espíritu de los Ejercicios permea toda la película. Rodrigues está fascinado por la persona de Jesús, y le habla constantemente en la oración, “como le habla un amigo a otro”, como se dice en los Ejercicios. Y Garupe trata de discernir el camino correcto para él y para los cristianos de Japón, y después está dispuesto a morir por ellos, como Cristo murió por la humanidad. Incluso Ferreira parece luchar con su relación con Dios, aunque de manera menos abierta.

Y una de las frases más conmovedoras de la película es la cita de los Ejercicios que sugerí, del Coloquio ante Cristo en la Cruz: “¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué estoy haciendo por Cristo? Y ¿qué debería hacer por Cristo?”. Les sugerí a Marty y Jay1 que precisamente ésas serían las preguntas que un jesuita se haría en una situación como ésa. Y me conmovió de verdad escuchar a Andrew decirlas. Andrew había orado al respecto, como los hacen todos los ejercitantes, cuando realizó los Ejercicios, y después lo dijo en la pantalla, y ahora habrá gente, que tal vez no sepa nada de los jesuitas, que pueda hacerse estas mismas preguntas, capaces cambiar el rumbo de la vida. 

Mencionaste la experiencia de dirigir a Garfield (que no es cristiano) en los Ejercicios. Él ha declarado públicamente que ha desarrollado una relación personal con Jesús a raíz de esa experiencia. ¿Puedes hablarnos más acerca de cómo se interesó en hacer los Ejercicios?

Sin traicionar la confidencialidad, puedo decir esto: Andrew estaba interesado en aprender todo lo que pudiera acerca de los jesuitas. Entonces, después de algunas conversaciones me preguntó, naturalmente, sobre los Ejercicios Espirituales. Cualquiera que lea algo sobre los jesuitas llegará a sentir curiosidad por los Ejercicios. Pero dudé, porque Andrew no tenía mucha experiencia con lo que se llama la oración formal. Es como pedirle a alguien que corra un maratón cuando sólo sabe hacer carreras de velocidad.

Entonces, en lugar de eso, le pedí que empezara a hacer el examen diario. Lo hizo, con resultados que me sorprendían. Me seguía preguntando sobre los Ejercicios, y yo me rehusaba a entrar en el tema, pero después pensé que le podría dar al menos algunas meditaciones introductorias de la Primera Semana. Así lo hice, y de pronto ya estábamos haciendo los Ejercicios. Y me desconcertó. Tuve que orar al respecto y hablar con mi propio director espiritual, pero me parecía evidente —a pesar de mis dudas— que Dios estaba decidido a acercarlo a los Ejercicios. Fue algo asombroso, a decir verdad.

Hicimos el retiro de la Anotación 19 durante varios meses. Normalmente nos reuníamos una vez por semana en la America House, pero a veces era por Skype, si alguno de los dos estaba de viaje. Una vez, Andrew tuvo que ir a Portugal para hacer investigación. Estaba a punto de entrar a la Tercera Semana, la cual se enfoca en la Pasión y Muerte de Cristo, y los dos nos dimos cuenta de que una pausa en los Ejercicios no sería una buena idea, especialmente en ese preciso momento. Entonces arreglé las cosas para que pudiera pasar un tiempo en la casa de ejercicios de St. Beuno, en Gales. Entonces hizo la Tercera Semana en el transcurso de una semana, como se hace en los retiros de treinta días, con varias meditaciones al día, y hablábamos por Skype todas las noches. Por su cuenta, Adam también realizó un retiro de cinco días en St. Beuno. Después de eso, Andrew y yo volvimos al ritmo semanal acostumbrado de la Anotación 19.

Por increíble que parezca, Andrew completó los Ejercicios el día de su partida a Taiwán. Sentí que sería una buena idea marcar el fin del proceso, y quería que sintiera el apoyo de la Compañía; entonces le pedí a John Cecero, sj, mi Provincial, si yo podría de alguna forma enviarlo a la “misión” de interpretar el papel. No sabía ni siquiera si se valía hacer eso, francamente, pero creí que significaría mucho para Andrew, así que ¿por qué no preguntar? John aceptó, de manera que le dije a Andrew que el Provincial le estaba asignando esa misión, y era cierto, y le di una pequeña cruz que me había dado mi director de novicios para mi Experiencia Larga. Fue muy emotivo para ambos.

¿Ésta fue tu primera experiencia de dirigir a un no cristiano a través de los Ejercicios? ¿En qué se parece y en qué difiere de dirigir a un cristiano en los Ejercicios? ¿Qué parte de los Ejercicios podría llamar la atención de un no creyente y hasta tener un impacto en su vida?

Sí, fue mi primera experiencia de este tipo. Francamente, si me hubieras preguntado antes de esta experiencia, si un no cristiano sin mucha experiencia en la oración formal podría realizar los Ejercicios, te hubiera respondido: “De ninguna manera”. Pero, de nuevo sin traicionar las confidencias, lo que me sorprendió fue que Dios rápidamente atrajo a este joven a los Ejercicios, y lo invitó a tener una relación sincera con Jesús. Hubo diferencias con la experiencia de dirigir a un ejercitante más tradicional, desde luego, particularmente en términos de familiaridad con ciertos pasajes del Evangelio. Pero los Ejercicios son un trabajo genial, y funcionan.

Por supuesto, la persona tiene que estar abierta a la realidad de Jesús, enteramente humano y enteramente divino, pero, como descubrí, Dios no requiere más que apertura.

Andrew realizó los Ejercicios tan íntegra y generosamente como cualquier otra persona que haya dirigido. Como cualquier jesuita. Al final, sabía tanto de la espiritualidad jesuita como cualquiera que haya completado los Ejercicios —tanto como un novicio jesuita de primer año.[2] De hecho, después leyó el guion con otros ojos, y dijo: “Oh, un jesuita no diría esto, ¿verdad?”. Antes de salir de Estados Unidos, Marty me dijo: “Siento mucho que no puedas venir a Taiwán. Extrañaremos no contar con un experto en la espiritualidad jesuita.” Y yo le respondí: “Contarás con un experto: Andrew. Acaba de completar los Ejercicios.

La historia aborda temas complicados de la fe, como el martirio y la apostasía. ¿Qué sentirá la audiencia al salir de la sala después de ver la película?

Eso depende del lugar en el que se encuentra la persona en su vida espiritual. Los no creyentes podrían considerarla difícil, si no es que totalmente confusa, aunque creo que se podrán poner en los zapatos del padre Rodrigues y apreciar su dilema. Por otro lado, podrían pensar: “¿Por qué están ahí?”, o “¿Por qué no apostata de una vez?”. Entonces los no creyentes podrían salir de la sala diciendo: “No entiendo”.

Pero el creyente, especialmente el cristiano y católico, quedará profundamente conmovido. Es una de las mejores películas que se han hecho sobre la fe cristiana. Creo que el espectador sentirá la necesidad de reflexionar sobre ella, discutirla, y orar sobre ella después. No la olvidará pronto, créanme.

Un jesuita intencionalmente evitó este libro durante su noviciado, por su naturaleza oscura y los temas densos que aborda. ¿La película te deja un sabor a desesperanza? ¿O puede el espectador encontrar esperanza y sentirse alentado en su fe?

Confieso que se me hizo muy oscura la novela. Y siempre he sentido que el final es desquiciante por ambiguo. Sin revelar el final, la película resulta mucho menos oscura. Scorsese ha dicho que Shusako Endo entendía que Rodrigues mantuvo la fe, y los guionistas crearon un final perfecto que da a entender eso de forma majestuosa. Podría parecerles una herejía a los lectores, pero creo que la película es mejor que el libro. Es más clara. A final de cuentas, la película trata de cómo la gente cumplió con sus votos con Dios. Y, en realidad, en términos de la situación de Rodrigues, trata de cómo un jesuita mantuvo su fe bajo una presión increíble.

Me parece interesante que la película plantea la cuestión que San Ignacio llamó el Tercer Grado de Humildad. ¿Puedes hacer algo que te ganará el oprobio de la gente si es lo correcto? ¿Si Jesús te pide que lo hagas? En el clímax de la película, el padre Rodrigues se topa con la misión de hacer algo que toda la Europa cristiana, tal vez incluso sus superiores jesuitas, considerarían oprobioso. Incluso pecaminoso. Pero porque Jesús se lo pidió, y porque es lo que significa ponerse del lado de Jesús, el Jesús que conoció en los Ejercicios, lo hace. Es una representación extremadamente sutil del Tercer Grado de Humildad, a mi parecer. Y, por cierto, Andrew lo captó inmediatamente, después de aprender sobre el Tercer Grado de Humildad.

Tú has dicho que la película es como “una oración”. ¿Qué impacto tuvo en tu propia vida de oración el trabajo en esta película?

Por una parte, me clarificó el Tercer Grado de Humildad, como lo acabo de mencionar. Y también ilustra el grado extremo al que estuvieron dispuestos a llegar los misioneros jesuitas. Hay una escena en la que el padre Rodrigues corre hacia la playa; es una escena larga, y está completamente solo. Yo pensé: “No puedo creer lo que tuvieron que pasar los mártires jesuitas”. Irónicamente, cuando vi la escena pensé en los mártires de Norteamérica, quienes realizaron su ministerio más o menos en la misma época, en lo que hoy es Nueva York y Canadá. Siempre pienso en San Isaac Jogues y sus compañeros en sotanas, atravesando la nieve en el norte de Nueva York. La fe que se requirió para hacer eso, a miles de millas de todo lo que conocían, me deja atónito.

Todo eso lo llevé a mi oración. Y fui edificado por Rodrigues, lo cual es muy extraño, pues se trata de un jesuita ficticio. Pero mi reacción a la película también viene de la inspiración que me han dado los mártires, que es algo que he sentido desde mis tiempos de novicio.

Y sí, sentí que la película fue como una oración. Como una “composición de lugar”, como lo llamaría Ignacio, el imaginarte a ti mismo en cierta escena del Evangelio. En esta película, Scorsese ha “compuesto un lugar” para nosotros, y nos permite entrar a la historia de los misioneros jesuitas y los cristianos de Japón.

Después de acompañar al elenco y al equipo durante los últimos años, háblanos de tu experiencia de ver la película por primera vez.

No me avergüenza decir que lloré. Fue una experiencia abrumadora. Y me tomó un tiempo desempacarlo todo en la oración. En primer lugar, simplemente es una película bellísima, como lo mencioné. En segundo, era la historia de los mártires jesuitas en Japón —mis hermanos— y eso en sí me abrumó. Como ya he dicho, tengo una gran devoción por los mártires jesuitas de cualquier época. En tercer lugar, fue impactante ver a los actores en pantalla —especialmente a Andrew, sabiendo que había realizado los Ejercicios. En cuarto lugar, me abrumó un poco ver ciertas partes del diálogo que yo les había sugerido a los guionistas. Me costó trabajo asimilar eso, y no sé si puedo siquiera describir la emoción. Finalmente, es la historia de la fe de una persona, y su relación con Jesús, y el final me dejó destrozado.

Después tal vez sentí una especie de alivio, por la belleza de la película. Sólo contribuí en una pequeñísima parte, pero realmente quería que se hiciera bien, que realmente fuera jesuita, que reflejara fielmente a los jesuitas. Creo que todos los jesuitas que ayudaron en la realización de la película sienten lo mismo. Entonces hubo también un sentimiento de alivio y gratitud porque salió una obra de arte tan magnífica. Pero fue una experiencia tan conmovedora que no creo poder verla otra vez. Por lo menos no pronto. Pero espero que todos la vean.

 

Materiales reproducidos con permiso de America Media, www.americamedia.org

Traducción del inglés de Bill Quinn y Pablo Quinn



[1] Nota del Editor: durante los Ejercicios Espirituales, el o la ejercitante acompaña a Jesús en oración y se pone a su completo servicio, sin importar cualquier sufrimiento que esto implique.

 

[2] Nota del Editor: todos los jesuitas realizan los Ejercicios Espirituales, usualmente dos veces de manera completa. La primera vez ocurre durante el primer o segundo año de formación de un jesuita, la etapa del “noviciado”.

 

MAGIS, año LX, No. 498, marzo-abril 2024, es una publicación electrónica bimestral editada por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, A.C. (ITESO), Periférico Sur Manuel Gómez Morín 8585, Col. ITESO, Tlaquepaque, Jal., México, C.P. 45604, tel. + 52 (33) 3669-3486. Editor responsable: Humberto Orozco Barba. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2018-012310293000-203, ISSN: 2594-0872, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización de este número: Edgar Velasco, 1 de marzo de 2024.

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