Ocasionalmente aparecen en la cartelera comercial propuestas que rompen con los estándares genéricos y que además de ser un gozoso espectáculo entregan apreciables dosis de sustancia, para deleite del espectador y del crítico. Es el caso de Scott Pilgrim vs. los ex de la chica de sus sueños (Scott Pilgrim vs. the World, 2010), la más reciente entrega del británico Edgar Wright, quien se había ejercitado con éxito en la parodia de géneros que a menudo resultan involuntariamente hilarantes: de zombis, con Shaun of the Dead (2004), y policial, con Súper policías (Hot Fuzz, 2007).

Las aventuras de Scott Pilgrim se inspiran en la serie de novelas gráficas de Bryan Lee O’Maley y siguen los traspiés del personaje epónimo (Michael Cera), veinteañero músico diletante que comienza a superar, luego de un año, el que su novia lo haya cambiado por otro bajista. Y mientras sale con una chica china menor de edad, aparece Ramona (Mary Elizabeth Winstead)… en sus sueños. Pero luego aparece en una fiesta, en la biblioteca. Y él persigue a la chica de sus sueños, que resulta ser una pesadilla, pues para andar con ella debe acabar con los siete ex de la voluble princesita.

Wright perpetra un dispositivo lúdico, rico en vistosas transiciones, sorpresivas elipsis, textos y gráficos que aparecen sobre la imagen y luego se vuelven parte del espacio, pantallas divididas. El conjunto remite al cómic mientras hace avanzar el relato a un ritmo que rara vez decae (con todo y la proliferación de exes) y que no deja de ofrecer sorpresas. Particularmente gozosa es la resolución de los enfrentamientos entre Scott y los siete ex, que no son enanos sino virtuosos peleadores: los pleitos emulan añejos videojuegos y la victoria supone subir niveles, ganar puntos y aumentar vidas. El estilo (luz, montaje, cámara y sonido, juntos o por separado), así, consigue multiplicar el humor de diálogos e historia. (Scott Pilgrim confirma que en el cine el humor es una cuestión de estilo). Wright cuenta, además, con la brillante contribución del cinefotógrafo Bill Pope (responsable de la luz de Matrix) y del soundtrack (imprescindible), en el que aparecen, entre otros, tracks de Beck, los Rolling Stones, Broken Social Scene y T. Rex.

Los prodigios de la forma son pertinentes para abordar asuntos que Bergman visitó en serio: los sinsabores del ser botado, los de lidiar con los ex, con los propios (a veces dolorosos, a veces insufribles) y los de ella (siempre inoportunos, ubicuos e insoportables), los de la competencia entre machos, hembras y bandas, asuntos por los que han pasado o se han quedado yo, tú, él y ella, nosotros, vosotros, ellos y Scott.

Publicado en el suplemento Primera Fila del periódico Mural el viernes 26 de noviembre de 2010